Legislación Ambiental

Deuda Ecológica

La deuda ecológica es un concepto del que se ha venido hablando desde hace algunos años, pero su huella se remonta hasta la época colonial. Es una deuda que ha contraído la minoría de la población mundial que sobreexplota los bienes comunales mundiales, la han contraído con la tierra y con el resto de los habitantes que consumen menos de lo que por justicia les corresponde. Son los modelos de producción y consumo de los países industrializados los que han tomado más de la cuenta y están volviendo inviable la vida en el planeta. Según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), mientras la quinta parte más rica consume 58 por ciento de toda la energía utilizada por los seres humanos, la quinta parte más pobre usa menos de 4 por ciento. Se calcula que existe una deuda de carbono de 13 billones de dólares adquirida tan sólo por los siete países más ricos del mundo. Existe, pues, una desigual contribución a la crisis ambiental, sobre todo porque los efectos de ésta se manifiestan principalmente en los países del sur: deforestación de las selvas tropicales, extracciones mineras y petrolíferas, insalubridad de las aguas, extinción de especies, etc. El hábitat de millones de seres vivos está siendo perjudicado y amenazado de varias formas por el sobreconsumo en el norte y por el fomento de sistemas económicos insostenibles que abaratan el costo real de producción sin importar el impacto ecológico y social. Desde la contaminación desproporcionada de la atmósfera, pasando por la apropiación intelectual de conocimientos ancestrales de plantas y semillas, la sobreexplotación de recursos naturales hasta la exportación de residuos tóxicos, la devastación y saqueo de esta deuda lleva más de 500 años, desde la esclavitud hasta el exterminio de pueblos indígenas enteros, y aunque muchas veces es muy difícil cuantificarla no podemos dejar de señalar responsables y de retribuir o compensar a los pueblos que han sido objeto de despojo. Entre la desaparición y la supervivenciaEsto lo saben bien los habitantes de Tuvalu, una pequeña nación isleña en el Pacífico sur que desde el año 2003 son poco a poco reubicados en Nueva Zelanda, ya que su isla se sumergirá por completo no sin antes sufrir terribles tormentas, salinidad excesiva y mareas cada vez más altas. El aumento de 88 centímetros en el nivel del mar estimado para este siglo será para ellos catastrófico, están viviendo en carne propia las consecuencias del cambio climático. Ellos señalan, y con justa razón, a los países industrializados como responsables de 53 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono, y en especial a dos países a los que ya han demandado ante la Corte Internacional de Justicia: Estados Unidos y Australia, dos de las naciones que generan más emisiones de gases percápita. Para el pueblo Ogoni en el delta del río Níger, el futuro también se torna oscuro, pues en lo que alguna vez fueron playas blanquecinas habitadas por el hipopótamo enano, el cocodrilo y el jaguar, entre otros, ahora apenas si se puede respirar. Sólo se logra ver a través de una capa de niebla gris que rodea permanentemente el ambiente. Durante casi cuatro décadas la industria petrolera extranjera ha generado en esta región del mundo siete millones de metros cúbicos de residuos por perforaciones, los cuales son arrojados a los lugares aledaños, esto sin contar los derrames petroleros que se calculan en 300 al año, la mayoría causados por la falta de mantenimiento. Esta industria ha realizado extracciones en Nigeria por un valor aproximado de 35 mil millones de euros, pero ¿con qué se queda el país?, ¿con empleos? La industria petrolera genera en esta región menos de 10 mil empleos que para colmo, están ocupados en su mayoría por extranjeros. Alto al despojoSi Israel fue indemnizado por Alemania a causa de los crímenes contra la humanidad que llevaron a cabo los nazis contra los judíos, ¿por qué el resto del mundo no puede ser indemnizado igualmente?, ¿o es que sólo las vidas de las personas del norte son valiosas? Y aunque nunca podremos aceptar la valorización de la vida humana o de los bienes comunes en términos monetarios, sí podemos exigir que los pueblos que han sido saqueados y masacrados sean indemnizados y que se detenga esta voraz carrera hacia la extinción de todas las formas de vida. En este contexto de despojo surgen, y con mucha validez, las demandas por anular la deuda externa del Tercer Mundo adquirida ilegítimamente y que drena los recursos de los países del sur para pagar deudas que crecen exponencialmente. Pero la cancelación de la deuda externa no implica restituir la deuda ecológica, es urgente cambiar la desigual relación de intercambio comercial, modificar los patrones de consumo, hacerse responsable de las externalidades que ocasiona la producción industrial y cambiar radicalmente la mentalidad economicista clásica de que la salud y la vida pueden ser sacrificadas a un bien superior. Para ello, los pueblos aborígenes e indígenas nos pueden enseñar mucho sobre cómo debe la humanidad tratar al entorno y a las demás criaturas. Fuentes: Werner Klaus, Weiss Hans, El libro negro de las marcas, Ed. Sudamericana, 2003, 317 pp. / Colectivo para la Difusión de la Deuda Ecológica, julio 2002, www.observatoriodeuda.org / John Dillon, Deuda Ecológica. El Sur dice al Norte: “es hora de pagar”, 2000, www.debtwatch.org / Moore, Piers, Con el agua al cuello, 2002, Red del Tercer Mundo, www.redtercermundo.org.uy

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