Legislación Ambiental

Desarrollar para preservar

Sergio Sarmiento Columnista del periódico Reforma, comentarista de TV Azteca e investigador asociado del Centro de Estudios Estratégicos de Washington

Colaboración especial

Durante mucho tiempo se ha tenido la idea de que el desarrollo económico es enemigo del ambiente y que, por lo tanto, para cuidar éste se debe combatir el desarrollo. Tal visión persiste en muchas organizaciones ecologistas fundamentalistas, que consideran que su función es combatir toda inversión que pueda generar actividad económica.

Este concepto no nos explica, sin embargo, por qué países subdesarrollados como México tienen un deterioro ambiental muy superior al de naciones desarrolladas como Estados Unidos y Canadá. La verdad es que el desarrollo puede ser un arma crucial en la lucha contra el deterioro ambiental. Y la razón es muy sencilla: la preservación del medio precisa de recursos económicos que sólo el desarrollo económico puede proporcionar.

Los ecologistas verdaderos, aquellos que se preocupan por mantener un ambiente sano y no simplemente por utilizar las causas ecológicas para propósitos políticos, se dan cuenta de que el desarrollo inteligente promueve la preservación del entorno. Muchas son las zonas de nuestro país que por no alcanzar un desarrollo que proporcione a sus habitantes un nivel de vida digno han sido objeto de un saqueo ecológico inmisericorde, conforme quienes viven en ellas tratan de obtener cualquier provecho de la tierra. En otros países las inversiones realizadas en esos lugares han permitido darle una forma de vida a los habitantes y han hecho posible la construcción de infraestructura que se ha utilizado tanto para la generación de actividad económica como para la preservación del ambiente.

Una de las absurdas tragedias ecológicas de nuestro México la tenemos en la zona de Xcacel-Xcacelito en la Riviera Maya. Ahí las autoridades mexicanas, empujadas por una amplia alianza de grupos ecologistas, prohibieron la construcción de un proyecto hotelero. La cancelación de la obra impidió la creación de un número importante de empleos. Pero eso no fue lo peor. El hecho es que, abandonada, el área de Xcacel-Xcacelito ha sufrido un deterioro ecológico notable. Los mismos grupos que se opusieron a la construcción ahí del proyecto hotelero, no tuvieron el ánimo o la voluntad de unir esfuerzos para proteger la ecología de la zona cuando el objetivo ya no era el de combatir a una empresa multinacional.

Un ejemplo contrastante lo da el vecino parque natural de Xel-há. Éste representa una inversión turística que ha aprovechado las características naturales del entorno. Xel-há ha promovido la llegada de un flujo muy importante de visitantes que han pagado gustosos una entrada y han permitido que se generen los recursos necesarios para mantener la ecología del lugar. El parque de Garrafón en isla Mujeres, operado por el mismo grupo de inversionistas, es otro ejemplo. Al ordenar las visitas turísticas al famoso arrecife de isla Mujeres y cobrar por ellas, el proyecto ha permitido contar con los recursos para iniciar el rescate de un arrecife que había registrado en años anteriores un deterioro muy marcado.

Quienquiera que atraviese la frontera entre México y Estados Unidos notará el daño acumulado en el ambiente mexicano frente a la razonable preservación al norte de la frontera. Este contraste, de hecho, es la primera señal de que pasa uno del mundo subdesarrollado al desarrollado. Al contrario de lo que se pudiera pensar, el desarrollo por sí mismo no es sinónimo de destrucción del ambiente. Pero sí lo es la pobreza.

El desarrollo económico, por supuesto, no combate por sí solo el deterioro ambiental. Se requiere también de una dosis muy importante de conciencia. Para luchar contra los problemas ecológicos, el primer paso es estar consciente de ellos.

Un ejemplo muy claro lo tenemos en el Londres de fines del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX. Ésta era una ciudad que, para calentar sus hogares, utilizaba de manera lógica el carbón que se encuentra en abundancia en el centro y el norte de la Gran Bretaña. Los londinenses se acostumbraron a que las chimeneas de la ciudad arrojaran a la atmósfera espesas nubes de humo negro. Buena parte de la famosa niebla de Londres, de hecho, era producto de ese hollín que se depositaba en todas las superficies. Sin embargo, en la década de 1950 se registraron varias emergencias ambientales que provocaron la muerte de miles de personas, especialmente ancianos. Quedó claro así que la ciudad tenía que cambiar su combustible de calefacción. Y lo hizo con rapidez. Londres adoptó un sistema de gas natural que permitió limpiar el aire en unos cuantos años.

En las luchas actuales por el ambiente en nuestro país debemos estar conscientes de estas experiencias. El papel de los ecologistas no debe ser ya el de detener las inversiones productivas que generarán empleos y prosperidad. Por el contrario, su esfuerzo debe ser el de buscar proyectos que produzcan actividad económica y preserven a un mismo tiempo el ambiente.

La experiencia nos dice que el desarrollo no debe estar peleado con la ecología. Por el contrario, la manera ideal de preservar el medio es lograr los incentivos económicos adecuados para que la gente se interese en conservar su entorno. Las prohibiciones, por ejemplo, no pudieron detener la tala de los bosques en los que se aloja la mariposa Monarca en Michoacán. Sin embargo, la creación de proyectos turísticos para permitir a las comunidades de la zona beneficiarse de las visitas de los entusiastas de la mariposa ha permitido detener el deterioro.

Esta misma filosofía debe aplicarse en todo proyecto dentro de nuestro país. Si logramos que la obsesión de los grupos ecologistas deje de ser la de detener inversiones, y se convierta más bien en la promoción de un desarrollo sustentable, habremos dado el paso fundamental para la creación de un México con una ecología más sana.

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