Contaminación

Uso de uranio empobrecido en Iraq, de graves consecuencias ambientales

De nada sirvieron las advertencias para detener el belicismo de George W. Bush, presidente de Estados Unidos. Iván Blókov, director de la oficina de Greenpeace en Moscú, calculó antes de iniciada la guerra que más de cuatro millones de personas podrían morir en Iraq si se emplean armas químicas o nucleares. También advirtió que si en la confrontación entre los dos países se utiliza sólo armamento convencional, habría al menos 250 mil muertos, es decir, 50 mil más que en el conflicto armado de 1991.

Para diversas organizaciones e individuos que trabajan en favor del medio ambiente y la justicia ambiental, la mayoría de los muertos serían ciudadanos inocentes y unas 200 mil bajas podrían ser resultado de hambrunas y enfermedades. De manera particular, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) teme que este ataque pudiera crear una oleada de 900 mil refugiados.

Para Blókov, esta gran mortandad se debería a que la mayor parte de las instalaciones estratégicas militares iraquíes están situadas en núcleos urbanos de ciudades muy pobladas. Los masivos bombardeos, que han precedido a la invasión terrestre, dañarían también el medio ambiente de Iraq, con el resultado de vastos territorios contaminados por la combustión de petróleo y cuyos efectos pueden durar décadas.

Pero el mayor temor de Greenpeace, manifestó Blókov, es el uso de bombas atómicas tácticas, de efecto localizado, que darían al traste con el Tratado de No Proliferación Nuclear, y empujarían a muchos otros países (entre ellos Corea del Norte) a crear sus propios arsenales de estas armas.

Por su parte, Alexéi Yáblokov, miembro de la Academia de Ciencias de Rusia, subrayó el peligro de que se emplee (como en Yugoslavia) uranio empobrecido como componente de la munición utilizada por las fuerzas armadas de Estados Unidos. Ese uranio, presente en los proyectiles y disipado en el aire al impactar en defensas acorazadas, puede provocar cáncer y otras enfermedades. El experto también expresó su preocupación por un eventual empleo de armas atómicas de potencial limitado contra búnkers y fortalezas subterráneas, no obstante que el Pentágono estadounidense asegura que no causarían daños de consideración al explotar en el subsuelo.

Pero para Yáblokov, es imposible mantener todos los radionucleidos en el subsuelo al detonar una carga nuclear y, por el contrario, con toda seguridad se puede sostener la teoría de que la radiación saldrá a la superficie, sobre todo si la explosión se produce a una profundidad de entre 30 y 50 metros.

Además, esas explosiones podrían provocar terremotos en Oriente Medio y a miles de kilómetros de distancia, como ya ocurrió en Afganistán, donde el estallido de bombas de vacío en las entrañas de las montañas causó cambios colosales en la corteza terrestre de la región, advirtió el científico.

Por su parte, el Programa Ambiental de las Naciones Unidas documentó daños persistentes después de la Guerra del Golfo en 1991. La contaminación del aire por sustancias químicas y radiológicas todavía azota la región. Más de 60 millones de galones de petróleo crudo se derramaron de sus tubos conductores y unas 1,500 millas de costa fueron cubiertas con petróleo y químicos cancerígenos. Los desiertos fueron anegados con 246 «lagos» de petróleo encharcado. Más de 700 pozos petroleros se quemaron durante nueve meses, produciendo nubes tóxicas que bloqueaban el sol y circularon sobre nuestro planeta.

Al concluir la Guerra del Golfo, más de una docena de países presentaron reclamos ambientales a las Naciones Unidas por 48 mil millones de dólares. En dichas hostilidades, las fuerzas de Estados Unidos reportaron haber disparado cerca de un millón de detonaciones de balas y cohetes de uranio, dejando 300 toneladas de este material esparcidas a lo largo de Kuwait y al sur de Iraq. De acuerdo con el Instituto sobre Política Ambiental del Ejército, la ingestión de uranio puede generar consecuencias médicas muy significativas. La Organización Mundial de la Salud (OMS), advierte que los niños pueden exponerse enormemente al uranio si juegan cerca de los sitios donde se produjeron los impactos. Con el solo hecho de llevarse la mano a la boca se puede ingerir el uranio que contiene el suelo contaminado.

El escenario de la guerra de 1991 fue de profunda contaminación química y radiológica, donde los niveles del cáncer y leucemia en el sur de Iraq se incrementaron seis veces. De acuerdo con el consejero para política exterior de Arabia Saudita, Adel alJubeir, el ataque de Estados Unidos a Iraq en 1991 no destruyó ninguna arma biológica o química. Sin embargo, luego de finalizar la Guerra del Golfo, tropas estadounidenses destruyeron algunos búnkers de armas en Khamisiyah en el sur de Iraq y cinco años después, el Pentágono admitió que las explosiones dispersaron una nube de agentes químicos, exponiendo a 100 mil de sus soldados al gas mostaza y al gas nervioso llamado Sarin.

La guerra ya estalló y todo lo anterior no tiene importancia para Bush, quien, por el contrario, insiste en desarrollar nuevas armas nucleares, incluyendo las de penetración de fortalezas subterráneas y minibombas nucleares de cinco kilotones. Cuatro de estos artefactos podrían contener la fuerza explosiva de la bomba atómica que destruyó Hiroshima en la Segunda Guerra Mundial.

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