Colaboraciones

Pascua de Resurrección: Fiesta de la vida

Las palabras “aleluya u hosanna”, nos confían su “estricta belleza fonética”; podría ignorar su significado, “su íntima música” igual nos llenarían “de destellos, de aromas, de imágenes frutales y curvadas”. Así pues: ¡aleluya!, hemos resucitado, la vida nos invade a todo galope, aquí seguimos y nuestro corazón se recrea, renace y golpea suave pero tercamente las puertas del misterio. Es Pascua Florida, es tiempo de que amigos nos rectifiquen y mejoren “ésta es la mejor modalidad del amistoso afecto”. Es tiempo de caminar juntos, para hallar un mismo rumbo y remediar la ruta también juntos. Es tiempo de abrazarnos, dar las gracias y confirmarnos al lado del “otro”, de reconocer que “el hombre falla al día millones de veces (para ser exactos, diría Tito Monterroso)”, pero que se está dispuesto a rectificar, “si me lo avisas de buen modo”.

En algún momento Dehesa le exige a Vicente Fox que en un “gesto viril, dé un drástico golpe de timón, ponga a las personas y a las cosas en su lugar, y asuma por fin la presidencia de la República. Éste es el momento magnífico de saber de qué está usted hecho. Hay toda una ciudadanía que lo está esperando. ¡Resucite, carajo! y vámonos para adelante. Hágalo, tome por fin las riendas del poder, deshágase de tanto badulaque que tiene alrededor y gobierne con su pueblo. Suena fantasioso, pero no olvide que México es, momento a momento, una pura fantasía (creo que hasta yo soy inventado). Esto es lo que yo le digo, señor presidente, en esta Pascua, en este florido abril que podría ser tan prometedor para nuestra nación (más nuestra que suya)”. Muy lamentablemente ya sabemos cómo acabaron las cosas.

Los que frecuentamos la opinión de Dehesa sabemos que abomina la Navidad, sin embargo en el caso de la Pascua es diferente, a todos los miembros del “Club de Scrooge, que se honra con mi presidencia vitalicia”, advierte “la observancia de estas fechas excepcionales es obligatoria y no puede mediar ninguna dispensa, o falta de ímpetu. Quien no acate estas disposiciones puede irse mucho… (Esta parte del inciso todavía la tengo en proceso de redacción…)”. Vivaldi y Dios descendieron, nos vieron y concluyeron que la Pascua Florida había estado bien, muy bien. La dicha es posible (y será plena si viene acompañada por la urgente justicia).

Para el autor de la Gaceta del Ángel “la palabra Dios es un modo de nombrar el misterio cuya existencia le consta y, junto con Borges, está convencido de que ser justos y ser felices son nuestras dos únicas tareas importantes. Entonces, se dedica uno a vivir, a hablar, a explorar el silencio, a equivocarse, a rectificar, a no dejarse, a permitir que una palabra nos mate, que una ausencia convierta nuestro corazón en una almendra amarga, a entender que todo lo importante en la vida requiere de una larga paciencia, a aceptar trabajos y penas, a mirar la lenta destrucción de un país o de una emoción y a sobrevivir con la certeza de que, tarde o temprano, la vida proveerá un modo de resurrección”. “Se vive solamente una vez”, dice el bolero; pero es cosa sabida que la lucidez filosófica de los boleristas tiende a ser nula. Yo tengo aprendido, que nos morimos a cada rato; que un modo de hablar (o de callar), que un gesto, un quirófano, un párrafo, una música, un desencuentro pueden ser flechas que nos atraviesen el corazón y nos matan de muerte general. Ahí se queda uno a la orilla de la carretera, a unos cuantos metros del oasis, a unos minutos del hospital. Muerto y bien muerto queda uno.

México tiene su propio vía crucis, de sangre “terca sangre”, hemos convertido este país en el imperio del dolor y de las ausencias; las ciudades y el campo se quedan desiertos “y los corazones se despueblan de sus misterios y sus recuerdos”. Parece que en esta nación es “la hora de la crueldad, de la burla y de la ausencia”. En un enfático silencio de muerte. Los que siempre están muertos; los que viven muertos ni lo notan. Parecería que el escenario patrio sólo admite “los ensayos de la muerte”. Hay mexicanos que mueren de cáncer, que por cierto y experiencia propia es una enfermedad que santifica; “pero los hay también que mueren de un gesto mal puesto, de una mala razón, de un regaño, de una noticia catastrófica, o de una caricia que se nos quedó en las manos. Con esto, o con un mal parpadeo, o con un ahogo que se nos quedó en el paladar nos podemos morir. Los hay tan tontos que se dan por muertos definitivamente”. Empero también existimos los que ya hemos sufrido suficientes desprecios; los que ya sabemos de la ociosidad de los ambientalistas; por lo que también sabemos que la resurrección está cerca y que en medio de la “profunda aridez”, “las caudalosas humedades de la vida, del amor, del juego y de la imaginación están a punto de reintegrarnos a la vida” y a la tierra.

Después de este silencio que ha enlutado a tantos mexicanos, tiene que venir necesariamente “la vigilia de Pascua” —una advocación de ella fue la Marcha del Silencio en Paseo de la Reforma cuando en 2008 pedimos por nuestra seguridad— y la hermosa ceremonia del fuego nuevo. Es tiempo de resucitar. “Nos morimos o nos dejamos matar tantas veces, que la resurrección nunca estará de más.” Que resucite México; “que renazca el incendiado árbol de la esperanza y que el amor que une a las parejas deje de ser ceniza de la costumbre y sea la inconcebible rosa del viento y del descubrimiento”. Lo que nos urge es que ruede la colosal piedra que nos oculta un glorioso destino y advenga la Pascua de Resurrección.

“En esas estamos: buscando nuestro rumbo para resucitar.” Y en tanto les escribo y transcribo todo esto, con la esperanza de que no le tengamos miedo a tanta muerte y que entendamos que para todo y para todos hay una resurrección.

Felices Pascuas

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