Colaboraciones

Pascua de Resurrección: Fiesta de la vida

Rememora a su madre que imponía su “imperio sobre la Semana Santa” convirtiendo su casa en un “tabernáculo habitado por el silencio, la tristeza, la unción, los paños morados y el caldo de habas”. Era esta su madre “levemente jansenista” quien obliga a Germancito “a no conocer el sosiego, porque ahí estás tú con tu rayo congelador de la sonrisa y tus manos dispuestas a silenciar cualquier ruido profano. Pero también, he de reconocerlo, tú me hablaste de la Pascua de Resurrección. En ella podía uno pasar a la mística ventanilla a que te devolvieran tus sonrisas y tus algarabías envueltas en el nuevo júbilo de haber resucitado y estar gloriosamente vivo”. Porque después de la tristeza, “se aproxima el fuego nuevo y que pronto estará aquí una Pascua en la que tú y yo resucitaremos y nos reconoceremos en lo que Paz llama ‘la gloria de ser hombres’. También tengo la fe que esta grave condición del entorno luego de su vía crucis encontrará el sosiego y volveremos a amar a Dios a través de la contemplación de una obra suya que muchos estamos empeñados en recuperar”.

“Corran la voz: ha llegado la Pascua y es tiempo de resucitar. Intento una explicación: la vida, antes de matarnos por la vez última y definitiva, ensaya en nosotros infinidad de modos de muerte: la soledad, la traición, el abandono, la enfermedad, los inmensos males del mundo que llueven sobre nuestra conciencia, un país brutalmente injusto, una creciente cantidad de seres dedicados a envenenar, prostituir y enfermar a nuestros hijos (…), la idiotez rampante casi por todas partes, el medular mal gusto de casi todos nuestros seres públicos; todo eso nos mata, ya no digamos año con año, sino día con día, porque no hemos hablado de nuestras propias cobardías, tonterías y mezquindades. Morimos y hay quien se acostumbra a permanecer muerto.” Todos tenemos a uno “de estos cadáveres ambulantes a quienes no les basta su condición de difuntos, sino que se regodean distribuyendo muerte a todo aquel que se les acerca. A veces les basta una palabra, alguna sonrisilla burlona, un comentario demoledor y con esto basta y sobra para administrar la muerte”. Pero nos conmina a que si nos topamos “con alguno de estos amables asesinos que todo lo hacen por nuestro bien, aprendan a distinguirlos y aprendan a administrarles suavemente y con ternura una mentada de madre que es, al fin y al cabo, un enfático aviso de que no le compran su mercancía”. A mí me consta que en la academia sobran estos enfáticos “expertos” que no bien jamás concretan un buen proyecto sí buscan blancos para su profanas críticas, todas siempre con la mejor intención.

“Morimos a diario y a veces posponemos la tarea de la resurrección. Éste es el prodigio de la Pascua y esto es lo que la hace una fiesta que toda la humanidad y no sólo una de las religiones de este mundo, pueden y deben celebrar por lo menos una vez al año.” Cientos de miles, millones de mexicanos tienen el poder de resucitar bosques y selvas, matorrales y manglares, volver a la vida tantos pintorescos poblados ultrajados por el bloc y condenando el adobe.

“La Pascua es una fiesta particularmente hermosa. El pulso de nuestra vida vuelve a hacerse presente, se sintoniza con el pulso de las flores y los astros y nuestro ser se manifiesta enteramente de regreso.” Podemos ser shintoístas o ateos, podemos compartir “la dicha elemental de estar vivos”. Urge avisar “que en el cielo de la ciudad de México, la primavera sonríe en azul intenso y que tanta luz, por misteriosas vías, tiene que ver con nosotros” y que “merecemos vivir vivos”. “Creamos en lo que creamos, los humanos, antes de la muerte definitiva, experimentamos muchas muertes dolorosas y secretas. Como diría Carlos Pellicer, podemos hasta morirnos de una mirada mal puesta. Entonces, si todos nos morimos tanto y el desamor nos visita de tantas maneras, todos podemos y debemos resucitar. Por esto, porque el misterio me da la oportunidad de juntar mis pedazos, los restos de mis naufragios y reconstruirme (aunque quede con acabado rústico), por esto me gusta y celebro la Pascua por encima de todas las otras fiestas”: así de feliz y de agradecido me siento con el misterio (“el infinito laberinto de los efectos y las causas”) y con todos los eventos y personas que, lo sepan o no, me ayudaron a reinstalarme en la vida. Laus Deo.

Un año la Pascua sorprendió al Charro Negro de regreso de Cuernavaca a mi áspera ciudad y, sorprendentemente, “como un lienzo de suaves colores que los ángeles dejaran caer, así atardecía en el camino (…). Cruzamos por un alto paraje llamado ‘Parres’ y ahí, exactamente ahí, comenzó la resurrección”. A ver si me explico: era una suave llanura labrada que el rescoldo del atardecer tenía de un suave color oro viejo, era un delicado cielo que apenas se animaba a ser tenuemente azul y, en lo alto, la luna llena era una blanca, rotunda y consoladora reina. Como si mi madre me llevara de la mano al templo, la luna detonó mis recuerdos y me hizo pensar simultáneamente en el ofertorio, en la elevación (Señor, yo no soy digno), en la absolución y en la comunión. Mis ojos la veían como una inmensa hostia, trigo del hombre y cuerpo de Dios, que nos era ofrecida para reanimar nuestro ser, para aquietar nuestro corazón y para redescubrir la hermosa vida. Todo eso fue la luna. Sé que mi amigo Sabines —nuevamente Sabines— aconseja tomar la luna a cucharadas, pero yo tenía mucha necesidad y la apuré de un solo trago.

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