Colaboraciones

Más allá de Río: un llamado a la imaginación

Por Solange Márquez Espinoza

La expectativa

“En esta Cumbre sólo necesitamos dos cosas: una es que la gente pare de hablar y comience a actuar, y la otra es que necesitamos rendición de cuentas”, ése era el objetivo en palabras de Maurice Strong, que fue el primer director ejecutivo del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

El doctor José Sarukhan lo decía semanas antes de que iniciara la Cumbre, “muy poco (o nada) es lo que podemos esperar en términos de resoluciones vinculantes” y también muy pocos resultados positivos que entregar a 20 años de la auténtica Cumbre de Río.

La actual crisis económica fue, sin duda, un elemento que influyó significativamente en la reducción de la ambición. Las esperanzas eran aún menores dado el desdén mostrado con la ausencia de Barack Obama, David Cameron, Angela Merkel y, en el último momento, de Felipe Calderón, quienes, por el contrario, sí asistieron a la reunión del G20 celebrada en México un par de días antes.

¿El futuro que queremos?

En Río+20 se debatían tres perspectivas: la económica, la social y la medioambiental, sobre cuatro temas que al final resultaron ser los ejes rectores de la discusión: la economía verde, los objetivos de desarrollo sostenible, el marco institucional para el desarrollo sustentable y océanos.

La última reunión previa a la llegada de los jefes de Estado terminó la madrugada del 18 de junio. El texto se aprobó en el plenario en 30 segundos, sin discusión y dejando cerrada la posibilidad de elevar la negociación de los puntos más álgidos al nivel ministerial o al de los jefes de Estado.

“Produjimos un documento del que todos se sienten igualmente infelices”, señaló el último día el secretario general de la Conferencia, Sha Zu Kang. Para una buena parte de los países participantes, el texto final de “El futuro que queremos” resultó ser una parodia de sí mismo: decepcionante y falto de ambición.

Los desacuerdos

Desde el inicio de las negociaciones hubo algunos temas con puntos más álgidos que otros. Éste fue el caso de la discusión sobre océanos. La redacción de un solo párrafo que abría la posibilidad de generar un acuerdo para la protección de la biodiversidad y los recursos genéticos en aguas internacionales.

Frente a 140 países a favor de este acuerdo se oponían seis países: Estados Unidos, Canadá, Japón, Rusia, Noruega e Islandia. En la última ronda de discusiones Venezuela se unió a ese grupo opositor de manera contundente rompiendo la cohesión del G77. El acuerdo se fue por la borda. Venezuela de la mano con Estados Unidos logró que se eliminara del documento final. Hasta ahora, el cambio de visión de Venezuela sigue causando desconcierto.

Al día de hoy las aguas internacionales son “tierra de nadie” y los recursos que ahí se encuentren pueden ser “aprovechados”, es decir, explotados por quien sea.

Se perdió también la oportunidad de dejar claro un concepto de economía verde. Las economías desarrolladas tienen una idea diferente del camino que debe seguirse para alcanzar una economía verde que la que tienen los países en desarrollo. Así, se incluyó un concepto ambiguo y sin mecanismos —ni recursos— para su puesta en práctica.

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