Cambio climático

El clima nuestro de cada día

El tiempo atmosférico podría considerarse el tema de conversación más habitual de la humanidad. Sus efectos son omnipresentes y van desde la cuestión trivial de si debemos llevar un paraguas al salir de nuestra casa, hasta las tragedias que se desencadenan en condiciones atmosféricas extremas, como las sequías o las inundaciones.

El tiempo determina el tipo de vida que llevamos, la forma de construir las casas, la hechura y los textiles que usamos para vestir. Incluso nuestras aficiones. No es de extrañar que los mejores esquiadores procedan de las montañas nevadas de Europa y Norteamérica, ni que los surfistas más destacados sean originarios de zonas con temperaturas cálidas y grandes olas como Hawai o Australia.

Junto con las fuerzas geológicas, los eventos meteorológicos que acompañan el tiempo atmosférico han dado forma al paisaje que nos rodea. La variedad caleidoscópica de la vida en la Tierra refleja las múltiples soluciones de la naturaleza a la amplia gama de situaciones climáticas que se han producido a lo largo de la historia del planeta.

Adaptados a los extremos

Basta pensar en la selva pantanosa del Amazonas, donde las precipitaciones son tan frecuentes que los árboles se han adaptado a vivir bajo el agua la mayor parte del tiempo o en las coníferas de los bosques del norte, cuya forma permite que la nieve se deslice suavemente por sus ramas; incluso, en los pinos, que liberan sus semillas después de un incendio. El pingüino emperador de la Antártica es capaz de soportar, durante semanas, gélidas temperaturas extremas de hasta menos de 62°C y rachas de viento de más de 160 km por hora, en la más profunda oscuridad invernal. El jerbo de los desiertos americanos puede sobrevivir durante largas temporadas, sin más agua que la que obtiene de las semillas y otros alimentos que ingiere.

El tiempo afecta directamente nuestra capacidad de alimentarnos. Hasta en las comunidades más avanzadas, el suministro de alimentos depende también de los eventos meteorológicos. Cortos periodos de mal tiempo pueden perjudicar la siembra, la cosecha y el transporte y, si se prolonga, puede haber escasez y generarse un aumento de precios. Los habitantes de los países en desarrollo, donde los alimentos son insuficientes, llegan a morir de hambre en épocas de sequía o de inundaciones.

Los problemas más acuciantes que aquejan al mundo son la degradación ambiental y la explosión demográfica. Por consiguiente, es vital mejorar las técnicas agrícolas, tanto para evitar una mayor degradación del suelo y del agua, como para alimentar a una población mundial cada día más numerosa.

Capacidad de predicción

En este sentido, la previsión del tiempo ha resultado de gran ayuda, sobre todo en los países desarrollados, donde existe un estrecho vínculo entre los diferentes sectores de la población. Así por ejemplo, las previsiones a largo plazo de los regímenes pluviométricos permiten que los agricultores planifiquen la siembra, mientras que la rotación de los cultivos, determinada por la alternancia de variedades específicas para años secos o lluviosos, adquiere su máxima eficiencia. Las previsiones a corto plazo ayudan a los agricultores a decidir si es conveniente retrasar o adelantar la fumigación de acuerdo con el inicio del periodo de lluvias, lo cual hace innecesario fumigar dos veces, evitándose el consecuente daño al ecosistema y el incremento de los costos. Asimismo, si se avisa del peligro de heladas, los cultivadores de cítricos y viñedos tendrán tiempo de aplicar medidas que eviten graves pérdidas de las cosechas.

Siempre se ha apreciado a las personas capaces de predecir el tiempo. Los hombres del tiempo primitivos eran los sacerdotes o chamanes cuya misión consistía en predecirlo y cambiarlo de acuerdo con las necesidades de la comunidad. Para ello oficiaban ritos y sacrificios destinados a convencer a los dioses del tiempo de que actuaran de la forma adecuada. Las danzas de la lluvia han sido una práctica común en muchos pueblos, como por ejemplo los indios americanos, las tribus del África Central y los aborígenes australianos; con el mismo fin, otros pueblos y culturas, como los mayas y los aztecas, elevaron plegarias y sacrificios a los dioses de la lluvia con la intención de influir en el tiempo meteorológico.

La intuición se apoya de la razón

Con el paso de los siglos se ha ido desarrollando un corpus de folclore relacionado con el tiempo: refranes basados en siglos de observación de los fenómenos meteorológicos. Han pasado de generación en generación y muchos de ellos siguen empleándose hoy en día, como los siguientes:

En enero, de día al sol y de tarde al bracero; A luna blanca cobertor y manta; Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso; Gran tormenta mucho espanta, pero pronto pasa; El cordonazo de San Francisco, por tierra y mar se ha de notar; Por sol que en diciembre haga, no sueltes la capa y vete; No hay tiempo que no vuelva, cada año hay primavera.

Esto, sin contar con aquella antigua conseja popular que, con implacable lógica, nos presume:

En mi pueblo, jamás mal tiempo encontrarás, sólo gente vestida inapropiadamente.
En Occidente, la ciencia empezó a influir en la observación del tiempo a partir del siglo XV, pero

la meteorología no se consideró una ciencia hasta el siglo XX. Actualmente es una práctica compleja que utiliza sofisticados modelos matemáticos simulados por computadora y se auxilia de la tecnología satelital.

Aunque dejemos la previsión del tiempo en manos de los expertos, aprender a reconocer los procesos que se desarrollan en el cielo puede enriquecernos a todos. Además, comprender los sistemas meteorológicos puede resultarnos útil en diversas actividades al aire libre, como navegar u observar las aves, y también para evitar situaciones peligrosas como inundaciones, violentas tormentas eléctricas o incluso quedar atrapados durante una intensa nevada.

Islas de calor

En la actualidad, las construcciones de nuestras casas y edificios cuentan con la posibilidad de aclimatarse de manera artificial; sin embargo esto, además de incrementar los costos, contribuye con la industrialización de las ciudades y propicia el desarrollo de las islas de calor, efecto ampliamente estudiado en

las áreas urbanas del mundo, en el que se observa que la sustitución del suelo natural por construcciones, casas y pavimentos, entre otros, ocasiona un aumento en la temperatura del aire de la ciudad, el cual se suma al calor emitido por los autos, las fábricas y un sinnúmero de aparatos que operan con motores.

Tradicionalmente, las diversas culturas del mundo a lo largo de la historia han acondicionado sus viviendas de manera natural empleando no sólo elementos del lugar, sino también aprovechando factores del clima en su beneficio; tal es el caso de las torres de viento que se utilizan en Medio Oriente y Asia, las cuales han sido una forma de ventilación durante siglos, y donde, a través de un hueco hecho en ellas que desciende hasta los espacios habitados, se permite la entrada de la brisa. Los tiros o huecos se orientan para que cuando se calienten al sol del mediodía, creen corrientes, incluso cuando no hay viento. En las zonas desérticas del Rajastán, en la India, este tipo de ventilación se combina con esterillas de junco húmedas que se cuelgan en los quicios de las puertas. Con este método, las corrientes de aire se enfrían debido a la evaporación y el resultado es un sistema natural de aire acondicionado. Asimismo, en Australia construyen las casas sobre pilotes, cuya función es facilitar la circulación del aire y el consecuente enfriamiento.

Existe una gran variedad de adaptaciones en las construcciones y sólo hace falta volver la vista hacia nuestras raíces para aprovecharlas. Tal vez lo más importante sea que, si entendemos el modo en que nuestras actividades inciden en el tiempo atmosférico y cómo estos cambios afectan a la naturaleza, podremos apreciar plenamente nuestro entorno y aprender a vivir en él de manera más armónica.

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