Legislación Ambiental

Premio Nobel de la Paz 2004

Y el árbol se transformó en mujer: Wangari Muta Maathai
Las agencias de medios lo reportaron con los clichés acostumbrados: “El premio Nobel de la Paz 2004 fue atribuido a la ecologista keniata Wangari Maathai de 64 años que se convirtió en la primera africana en recibir la distinción”. Pero, ¿quién es ésta que ha dedicado su vida a defender al bosque, la mujer y la democracia?, pero sobre todo, ¿qué significa su compromiso con el desarrollo sostenible y qué quiere decir para el propio desarrollo sostenible el Premio Nobel 2004?
Carlos Mallén Rivera

Entonces gravemente me respondió una voz:
-Hijo impetuoso, ese árbol joven y robusto, ese árbol allá lejos,
Espléndidamente solo en medio de flores blancas y marchitas,
Es África, tu África que reverdece,
Que reverdece pacientemente, obstinadamente,
Y cuyos frutos tienen poco a poco el amargo sabor de la libertad.
David Diop. Poeta senegalés, nacido en 1927. *
Poema tomado de , Buenos Aires, 1968, Ed. Sudamericana.

Las agencias de medios lo reportaron con los clichés acostumbrados: “El premio Nobel de la Paz 2004 fue atribuido a la ecologista keniata Wangari Maathai de 64 años que se convirtió en la primera africana en recibir la distinción”. Pero, ¿quién es ésta que ha dedicado su vida a defender al bosque, la mujer y la democracia?, pero sobre todo, ¿qué significa su compromiso con el desarrollo sostenible y qué quiere decir para el propio desarrollo sostenible el Premio Nobel 2004?

En uno de los encuentros preparatorios al que me tocó en suerte asistir para la reunión de Johannes-burgo, que marcaba los diez años de su similar de Río de Janeiro, recuerdo la inquietud de no “africanizar” la cumbre. Qué lejos se estaba de imaginar que la solución a la crisis ambiental estaba en el continente de donde precisamente surgió el género humano. Madame Wangari fue una pionera desde su época universitaria al licenciarse en biología en Atchison (Kansas) y luego ampliar sus estudios en Pittsburgh, en Alemania y en la Universidad de Nairobi, donde se convirtió en 1971 en la primera mujer en obtener un doctorado en toda África Central y Oriental. Nació en Nyeri (Kenia), tiene tres hijos y es diputada y ministra adjunta para Medio Ambiente, Recursos Naturales y Vida Silvestre en el gobierno de Mwai Kibaki.

También en el ámbito privado, la galardonada rompió con una sociedad que relega a la mujer. Su marido, un antiguo parlamentario, se divorció de ella en 1980 con el argumento de que «era demasiado educada, con demasiado carácter y éxito para poder controlarla».

Su mayor contribución ha sido el Movimiento Cinturón Verde de Kenia, un proyecto que impulsó en 1977 y que combina la promoción de la biodiversidad con la del empleo a mujeres, debido a lo cual se han plantado 30 millones de árboles en su país y se ha dado trabajo a más de 50 mil mujeres pobres en dife-rentes viveros. Desde 1986, este movimiento originó una gran red panafricana que ha llevado proyectos similares a países como Tanzania o Etiopía.

«Si uno desea salvar el entorno, primero hay que proteger al pueblo. Si somos incapaces de preservar la especie humana, ¿qué objeto tiene salvaguardar las especies vegetales?», declaró al resumir su filosofía, que ha expuesto más de una vez en la tribuna de la sede central de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

En su época como directora del Departamento de Anatomía Veterinaria en Nairobi, en 1976-1977, Wangari empezó su actividad en el Consejo Nacional de Mujeres de Kenia, una organización que llegó a presidir entre 1981 y 1987. Enemiga de la deforestación y defensora de suprimir la deuda externa del Tercer Mundo, destacó también como decidida opositora al régimen dictatorial de Daniel Arap Moi en Kenia, y durante los noventa fue detenida y encarcelada varias veces. La organización Amnistía Internacional siempre intercedió por ella. En 1997 fue candidata a la presidencia de Kenia, pero su partido retiró su candidatura días antes de las elecciones.

Su lucha

En 1998, su oposición a un proyecto gubernamental de construcción en la selva desencadenó una revuelta po-pular que fue duramente reprimida por el gobierno y que originó la repulsa internacional. Su compromiso se ha visto recompensado con un sinfín de premios, como el de Mujeres del Mundo de Women Aid (1989), el de la Fundación Ecologista Goldman (1991) –el Nobel de los ecologistas–, el Premio África de Naciones Unidas (1991) o el Petra Kelly (2004).

Para el Comité Nobel, la paz en la tierra depende de la capacidad para asegurar el ambiente y Maathai se sitúa al frente de la lucha en la promoción del desarrollo económico, cultural y ecológicamente viable en África con una visión global del desarrollo sostenible que abraza la democracia, los derechos humanos y en particular los derechos de la mujer.

Piensa de forma global y actúa en el ámbito local: El movimiento Cinturón Verde que fundó la galardonada, es un programa que combina desarrollo comunitario y protección ambiental propagando entre miles de pobres la simple idea de que plantar árboles mejorará sus vidas y la de sus hijos. Defensora de la condonación de la deuda externa del Tercer Mundo, su quehacer combina ciencia, compromiso social y política activa. Protege bosques por medio de educación, planificación familiar, nutrición y lucha contra la corrupción.

También combina la cuestión ambiental con el otorgamiento de responsabilidad e iniciativas para gene-rar ingresos a las mujeres, que en Kenia no tenían ni derecho a la propiedad. Su lucha contribuyó a generar una enorme sensibilización entre la población keniana sobre su derecho a oponerse al abuso de poder de los gobernantes.

Su campaña contra la apropiación ilegal de terrenos públicos y bosques para construir rascacielos le ganó la enemistad del presidente Daniel Arap Moi, que la llamó «loca y amenaza a la seguridad del país».

Wangari Muta Maathai es como la poesía africana. Una revelación de cuarzo cristalino. Oportunidad para respirar en la espiritualidad y la sabiduría de un continente que es en sí mismo erupción milenaria, constante de selva, desierto, ríos y almas que danzan y veneran a dioses y antepasados. África: tierra ultrajada por la violencia y el desprecio blanco. Mundo sollozante de marginación y olvido. La tragedia suele desplazarse como una gran serpiente oscura por el suelo africano.

Pero, a pesar del intenso dolor y de las heridas conti-nuas, subsiste el canto de sus poetas –y Wangari lo es–, que preservan la belleza, la religiosidad y la emoción de vetas hondas del nativo que nos vuelve a enseñar a la nueva humanidad.

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