Contaminación

Contaminación por olores. El nuevo reto Ambiental

Los seres humanos evaluamos nuestro entorno a través de la información que captamos con nuestros sentidos. Toda la información sensorial se transforma en impulsos nerviosos, y es enviada al cerebro para evaluarse y finalmente dirigir nuestro comportamiento a modo de optimizar nuestra supervivencia.

El sentido del olfato, como los sentidos de la vista y el oído, es un telesensor que provee información del entorno con un alcance relativamente amplio. Esto en contraste con los sentidos del gusto y del tacto, que tienen como objetivo monitorear lo que sucede alrededor de nuestro cuerpo (temperatura, dolor, tacto, equilibrio).

Este hecho determinado biológicamente fue clave en su momento para la identificación de aguas contaminadas, comida en descomposición, o incluso parejas compatibles.

En 1991, los investigadores Linda Buck y Richard Axel de la Universidad de Columbia descubrieron que entre el 1.5 y el 3 por ciento del genoma humano codifica exclusivamente nuestros receptores olfativos. Esto coloca al sentido del olfato en segundo lugar en uso de material genético, sólo por debajo del sistema inmunológico.

Esta inmensa cantidad de información genética refleja claramente la importancia en términos evolutivos que tuvo el sentido del olfato en la supervivencia y la reproducción del ser humano y de la mayoría de las especies mamíferos.

Nuestro equipaje evolutivo es particularmente importante cuando estamos expuestos a un olor. Un olor desagradable es difícil de ignorar, y nos provoca dos comportamientos típicos “retirarnos o actuar”, en otras palabras tendemos a alejarnos de la fuente que causa el estímulo negativo, o bien modificamos nuestro comportamiento para lidiar con el problema activamente.

En nuestro sobrepoblado mundo moderno, la opción “retirarnos” tiene una aplicación muy limitada, especialmente cuando la exposición a los olores ocurre en nuestros hogares. Si la experiencia negativa se repite constantemente, puede llegar a afectar nuestro nivel de bienestar aun a niveles de exposición muy por debajo a los que podrían provocar efectos fisiológicos o patológicos, por ejemplo, desórdenes del sueño, dolores de cabeza, problemas respiratorios.

Cuando esto ocurre, la exposición a olores se transforma en un problema de estresores ambientales y en un asunto de salud pública. Los estresores ambientales tales como el ruido, la contaminación del aire perceptible (partículas e irritantes), la luz artificial, y los olores tienen una serie de atributos en común.

Pueden ser percibidos con nuestros sentidos, son vistos como un factor negativo que compromete la calidad de vida, su impacto es crónico, y sus efectos generalmente no se considera que deban ser tratados de manera urgente. Sin embargo, debemos notar que una vez que un estresor ambiental, tal como un olor industrial, se vuelve una molestia para un individuo, es muy difícil revertir el proceso.

Lo que solía ser un olor suave, se vuelve un signo de molestia. Una vez que la primera queja ha sido hecha, el problema es mucho más serio que todos los problemas que pudo haber en el pasado. El mecanismo que va desde la emisión de los olores hasta la formación de quejas es bastante complejo, e incluye factores como: las características del olor, la dilución del olor en la atmósfera, la exposición de los receptores afectados (ubicación de los receptores, movimiento de la gente), el contexto de percepción (olores de fondo del lugar), y características de los receptores (historial de exposición, estado de salud).

El proceso se resume en las interacciones entre factores y mecanismos. En términos prácticos, tales como regulación, la compleja relación entre la molestia (efecto) y la exposición a olores (dosis) puede describirse en un modelo simplificado que no toma en cuenta todos estos diferentes factores. El modelo dosis-efecto se describe típicamente como la relación entre el nivel de exposición a olor calculado con modelos de dispersión atmosférica, y la molestia medida con un cuestionario estándar por teléfono, o alternativamente con registros de quejas.

Sin embargo debe notarse que la relación dosis-efecto puede no ser la misma para cada comunidad. Un estudio completo de los mecanismos fisiológicos, psicológicos y sociológicos que contribuyen a la incidencia de las molestias inducidas por olores puede encontrarse en la disertación de Cavalini (1992). En dicho estudio se concluye que los efectos de una exposición a episodios intermitentes de olores fuertes son similares a los efectos de una exposición a olores moderados permanentes.

Winneke (1998) concluye que la molestia por olores no es causada por exposiciones cortas, y no es aliviada por periodos relativamente cortos (meses) de ausencia del estresor ambiental. La molestia parece ser causada por periodos largos de exposición intermitente. La asociación entre una fuente de olores en particular y las molestias, es fuerte y duradera en la memoria de individuos con una historia de molestia por olores.

En otras palabras, un individuo que ha manifestado molestias por olores, puede quedar sensibilizado a dicho olor durante años. Diversos indicadores de sensibilidad a molestia fueron evaluados por Cavalini (1992) a exposiciones de olores iguales o similares, con el siguiente resultado:

• Estado de salud. Los individuos con problemas de salud tienen una probabilidad mayor de experimentar molestias inducidas por olores, que aquellos que no los tengan, a niveles de exposición iguales.

• Ansiedad. Los individuos que sienten ansiedad que el olor está relacionado con riesgos a la salud tienen mayor probabilidad de experimentar molestias inducidas por olores.

• Dependencia económica. Individuos con un interés económico en la actividad asociada con la fuente de los olores, tienen menos probabilidades de experimentar molestias por olores.

• Personalidad. Individuos que creen ser el centro de control de su entorno son los más propensos a experimentar molestias por olores.

• Edad. La relación entre edad y la probabilidad de experimentar molestias es claramente significativa (Cavalini 1992, Amoore 1985).

• Confort residencial. Entre más satisfecho esté un individuo con su situación residencial, más baja será la probabilidad de experimentar molestias inducidas por olores.

Fuente: Teorema

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