Contaminación

Argentina evaluará efectos de derrame en la Antártida

El derrame de combustible de un crucero noruego en la Antártida no arrojará la temida imagen de pingüinos cubiertos de petróleo. Pero el impacto no será inocuo para la frágil biodiversidad de la región, advierten expertos.

Según el control realizado por las bases argentina y española en isla Decepción, sobre la margen occidental de la península Antártica, el combustible se habría evaporado. “Solamente se advierten restos en la playa y no daños severos”, dijo Mariano Memolli, titular de la Dirección Nacional del Antártico.

No obstante, Memolli admitió que especialistas de esa dependencia realizarán “un estudio más profundo para investigar si hay un impacto mayor al que se percibe a simple vista”.

El siniestro ocurrió el 30 de enero, cuando el buque Nordkapp, con 295 pasajeros y 76 tripulantes, encalló en Fosas del Neptuno, una zona rocosa que bordea Decepción. Tras el choque, el crucero derramó entre 500 y 700 litros de diesel, informó la firma Hurtigruten, operadora del barco.

Memolli había alertado sobre el grave riesgo que corrían pingüinos, orcas y cormoranes que habitan esas costas. Cuando las bases confirmaron que el combustible era liviano, aquel escenario quedó descartado, pero no se puede “restar importancia a este episodio”, opinó.

Óscar Amín, biólogo y experto en contaminación del Centro Austral de Investigaciones Científicas, explicó que el derrame de combustible liviano tiene ventajas y desventajas. “Lo bueno es que la mayor parte se evapora, lo malo es que queda una fracción muy tóxica que es soluble en agua”.

Eso puede afectar a algas, pequeños peces y bivalvos que se alimentan de ellas, y a aves como los pingüinos, que comen esos peces, precisó.

Isla Decepción es una de las Zonas Especialmente Protegidas de la Antártida debido a las especies que alberga y al interés científico y turístico que despierta. Se trata de una formación de origen volcánico con muy variada fauna y una caleta de aguas termales donde los visitantes pueden bañarse.

La Antártida tiene una superficie de 14 millones de kilómetros cuadrados. El continente es un desierto helado, pobre en flora y fauna, pero alberga una rica biodiversidad en las costas, a las que los animales llegan para reproducirse durante el verano austral.

En ese litoral se aprecian centenares de especies de líquenes y musgos, siete variedades de pingüinos (adelia, barbijo, papúa, emperador, rey y de penacho amarillo) y seis de petreles, además de albatros, cormoranes, gaviotines, gaviotas, skúas y palomas antárticas.

El mar alberga a centenares de especies de peces adaptados a aguas heladas, ballenas (de las especies dentada, azul, franca, jorobada y minke), muy diversas focas (cangrejera, de Ross, de Weddell), elefantes, lobos y leopardos marinos, y hasta las temidas orcas.

“Los ecosistemas antárticos son particularmente frágiles a los disturbios y poseen muy baja capacidad natural de recuperación”, sostiene el estudio Actividades turísticas y fragilidad de los ecosistemas antárticos (2005), realizado por el biólogo Rubén Quintana, del Laboratorio de Ecología Regional de la Universidad de Buenos Aires.

“Los musgos y líquenes resisten el frío, el hielo y la sequía, pero son muy vulnerables al pisoteo, y si se los arranca tardan años en recuperarse”, agrega.

Los pingüinos son “poco tolerantes” a la presencia humana, dijo, y recordó la disminución drástica de los de una colonia en Cabo Royds, que debió ser cerrada al turismo. “Los 10 mil visitantes anuales que recibe isla Decepción pueden alterar las condiciones de este singular medio”, alertó.

También advirtió sobre el riesgo de derrames de hidrocarburo. “Un aumento del tráfico de grandes buques turísticos en mares antárticos puede incrementar los riesgos de vertidos de combustible por accidentes”, dijo, y recomendó “mayor control para reducir riesgos”.

En una reunión realizada el 5 de este mes en la austral localidad de Ushuaia por la Asociación Internacional de Operadores Turísticos a la Antártida, su directora ejecutiva, Denise Landau, minimizó el accidente al advertir que “es el primero en 45 años de visitas a la Antártida”. Pero no contó el naufragio del buque de la armada argentina Bahía Paraíso.

Aquel accidente ocurrió en 1989 en costas de la isla Anvers, donde está la base estadounidense Palmer. El buque, que transportaba turistas y científicos, encalló y fue evacuado antes de hundirse por completo.

El siniestro dejó una mancha de combustible de 100 kilómetros cuadrados por la pérdida de 600 mil litros de gasoil. Moluscos, cormoranes, pingüinos y otras especies resultaron víctimas fatales de aquel desastre.

Un estudio del Servicio de Hidrografía Naval de Argentina efectuado en 2001 detectó que, a 12 años del siniestro, el casco hundido del Bahía Paraíso seguía arrojando una pérdida crónica de combustible que se veía en la superficie.

Frente a estos riesgos de largo plazo, Memolli sostuvo que, en el marco del Tratado Antártico (en vigor desde 1961), Argentina propuso evitar el impacto acumulativo de visitas en zonas sensibles como isla Decepción, pero ese debate apenas comienza.

Fuente: Tierramérica

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