Colaboraciones

Energía para hoy, hambre para mañana

Por: Alberto Sierra

Con la sociedad sensibilizada ante los peligros del cambio climático, la búsqueda de un combustible que sustituya al petróleo y que, de paso, ayude a reducir las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera se ha convertido en un desafío para las grandes industrias.

Aunque algunos legitimen el uso de los biocombustibles por sus posibles beneficios al medio ambiente, también contaminan. Al menos mientras se obtengan de la forma actual. Algunos ecologistas señalan que la producción de etanol a partir de maíz consume casi tanto combustible fósil como el que puede producir. El proceso de producción del bioetanol desprende grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera. La mayoría de las fábricas de etanol queman gas natural o carbón para producir el vapor que hace posible la destilación del maíz, la soya o la caña de azúcar. Además, la producción del maíz requiere abonos nitrogenados, que se fabrican con gas natural, y un uso intensivo de cosechadoras y máquinas agrícolas que funcionan con diesel.

Para aumentar el número de terrenos en los que se cultivan productos agrícolas de los que se puede obtener biocombustibles se necesitan pesticidas y abonos nitrogenados que pueden causar una rápida erosión del suelo. Además, labrar superficies reservadas hasta ahora a la conservación del suelo o de la fauna podría acabar con parte de la biodiversidad y liberar el carbono que se encuentra retenido en los campos de barbecho.

Ni reducir las emisiones a la atmósfera para suavizar el cambio climático, ni fomentar el cultivo y el comercio de productos agrícolas en países del sur. El auge de los biocombustibles se debe a la escasez y al encarecimiento del petróleo. En sus informes de 2005, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ya advertía de que los niveles de producción y consumo del petróleo se acercaban a un peligroso punto en el cual la demanda de este combustible sería superior a la capacidad mundial de producirlo. Hoy, el precio del barril se sitúa ya por encima de los 94 euros.

La necesidad de encontrar un sustituto al petróleo ha hecho que la producción de biocombustibles haya crecido de manera exponencial en los últimos años. Sólo en Estados Unidos, el mayor consumidor de petróleo del mundo, la cantidad de cultivos que se dedican a la producción de biocombustibles es el doble que hace cinco años. De hecho, el Congreso ha establecido que 28 mil millones de litros del carburante consumido para el año 2012 deberían ser bioetanol o biodiesel y algunos congresistas pretenden que esta cantidad aumente hasta 230 mil millones de litros para 2030.

Esto ha animado a los agricultores estadounidenses a producir la mayor cosecha de maíz desde la Segunda Guerra Mundial y a encarecer su precio. Los mexicanos ya sufrieron personalmente, durante la conocida “crisis de las tortillas”, los efectos producidos por la subida del precio del grano.

En un mundo en el que más de 800 millones de personas padecen hambre, en el que mueren 25 mil personas cada día por inanición, no parece ético dar prioridad a la búsqueda de combustibles que permitan seguir con el frenético gasto energético de los países más industrializados. El consumo de petróleo en Europa es diez veces superior al de China; el de Estados Unidos, 20.

Agotar los campos de cultivo y dedicar alimentos básicos a la producción de energía es condenar a la parte de la humanidad que sufre las miserias del hambre y a generaciones futuras a una muerte segura.

La clave está en fomentar un consumo sensato que permita el ahorro y el uso eficiente de la energía, así como desarrollar nuevas tecnologías que permitan potenciar el uso de fuentes renovables como el sol, la luz o el viento. Los biocombustibles pueden convertirse en energía para hoy y en hambre para mañana.

Centro de Colaboraciones Solidarias

Energía para hoy, hambre para mañana

Por: Alberto Sierra

Con la sociedad sensibilizada ante los peligros del cambio climático, la búsqueda de un combustible que sustituya al petróleo y que, de paso, ayude a reducir las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera se ha convertido en un desafío para las grandes industrias.

Aunque algunos legitimen el uso de los biocombustibles por sus posibles beneficios al medio ambiente, también contaminan. Al menos mientras se obtengan de la forma actual. Algunos ecologistas señalan que la producción de etanol a partir de maíz consume casi tanto combustible fósil como el que puede producir. El proceso de producción del bioetanol desprende grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera. La mayoría de las fábricas de etanol queman gas natural o carbón para producir el vapor que hace posible la destilación del maíz, la soya o la caña de azúcar. Además, la producción del maíz requiere abonos nitrogenados, que se fabrican con gas natural, y un uso intensivo de cosechadoras y máquinas agrícolas que funcionan con diesel.

Para aumentar el número de terrenos en los que se cultivan productos agrícolas de los que se puede obtener biocombustibles se necesitan pesticidas y abonos nitrogenados que pueden causar una rápida erosión del suelo. Además, labrar superficies reservadas hasta ahora a la conservación del suelo o de la fauna podría acabar con parte de la biodiversidad y liberar el carbono que se encuentra retenido en los campos de barbecho.

Ni reducir las emisiones a la atmósfera para suavizar el cambio climático, ni fomentar el cultivo y el comercio de productos agrícolas en países del sur. El auge de los biocombustibles se debe a la escasez y al encarecimiento del petróleo. En sus informes de 2005, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ya advertía de que los niveles de producción y consumo del petróleo se acercaban a un peligroso punto en el cual la demanda de este combustible sería superior a la capacidad mundial de producirlo. Hoy, el precio del barril se sitúa ya por encima de los 94 euros.

La necesidad de encontrar un sustituto al petróleo ha hecho que la producción de biocombustibles haya crecido de manera exponencial en los últimos años. Sólo en Estados Unidos, el mayor consumidor de petróleo del mundo, la cantidad de cultivos que se dedican a la producción de biocombustibles es el doble que hace cinco años. De hecho, el Congreso ha establecido que 28 mil millones de litros del carburante consumido para el año 2012 deberían ser bioetanol o biodiesel y algunos congresistas pretenden que esta cantidad aumente hasta 230 mil millones de litros para 2030.

Esto ha animado a los agricultores estadounidenses a producir la mayor cosecha de maíz desde la Segunda Guerra Mundial y a encarecer su precio. Los mexicanos ya sufrieron personalmente, durante la conocida “crisis de las tortillas”, los efectos producidos por la subida del precio del grano.

En un mundo en el que más de 800 millones de personas padecen hambre, en el que mueren 25 mil personas cada día por inanición, no parece ético dar prioridad a la búsqueda de combustibles que permitan seguir con el frenético gasto energético de los países más industrializados. El consumo de petróleo en Europa es diez veces superior al de China; el de Estados Unidos, 20.

Agotar los campos de cultivo y dedicar alimentos básicos a la producción de energía es condenar a la parte de la humanidad que sufre las miserias del hambre y a generaciones futuras a una muerte segura.

La clave está en fomentar un consumo sensato que permita el ahorro y el uso eficiente de la energía, así como desarrollar nuevas tecnologías que permitan potenciar el uso de fuentes renovables como el sol, la luz o el viento. Los biocombustibles pueden convertirse en energía para hoy y en hambre para mañana.

Centro de Colaboraciones Solidarias

Palabras clave: energía renovable, petróleo, biocombustibles, sociedad, ahorro

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