Colaboraciones

Educación ambiental: ese compromiso por obtener

Educación ambiental: ese compromiso por obtener
Para conservar nuestros ambientes, se necesita un sistema educativo dinámico, que tenga una clara relación con la realidad y con las necesidades de la sociedad
Carlos Micilio
En el terreno de las interpretaciones, podríamos definir a la educación ambiental como la necesaria incorporación de información inherente a problemáticas ambientales, en la que un individuo adquiera conciencia de su influencia y de actuar sobre el medio natural (y poder transformarlo o no ser parte de la cadena de los malos hábitos).
Esta expresión terminaría siendo, en vez de un derecho adquirido, un enunciado falaz, si hacemos una pequeña revisión del comportamiento que manifiestan las sociedades actuales.
Para fortalecer este preconcepto me remonto a los resultados de buena parte de lo que ocurre en países latinoamericanos, y también a la realidad que viven los europeos.
Vivimos en una sociedad que cambia aceleradamente, y que está sometida a profundas transformaciones, por lo que necesita estar continuamente en procesos de actualización interna, por ello algunos de los preceptos deben ser reformulados.
Estoy convencido de que algunos preconceptos de educación y convivencia (por citar algunos) deben ser parte de la educación que uno recibe por parte de los padres, pero no siempre es así. ¿La concientización ambiental enseña lo que debería haberse enseñado en la casa? Veamos este ejemplo: En varios países de la región no se desarrolla este pensamiento en toda su dimensión porque no está instaurado el concepto de no arrojar los residuos en la vía pública (o en los vertederos a cielo abierto) por cuestiones absolutamente incalificables (si un persona no arroja los residuos en su domicilio ¿por qué lo hace en la vía pública?) Por su lado, deberíamos pensar que en Europa lo hacen simplemente por su altura educativa o porque no queda otro proceder al estar obligados ante la inexistencia de terrenos para implantar nuevos rellenos sanitarios para su destino final.
Dicho en otras palabras, es un problema absolutamente instructivo, cultural y educativo. Latinoamérica padece de ciertos desacuerdos con Europa por consabidos hábitos sobre la educación que reciben nuestros colegas del viejo continente. Y todo, porque normalmente hacemos hincapié en que “ellos son distintos”. Ésa es una valla que adolece la región, al pensar que los europeos actúan así por estar más adelantados culturalmente, algo con lo que no estoy de acuerdo. Todo cambio requiere de cierta disciplina, de cierta responsabilidad que no hace a una cultura diferente.
¿Es necesario sancionar o controlar a las comunidades para que hagan lo que corresponde? Pareciera que sí.
No adhiero a esta realidad, ya que uno debería manejar los conceptos en forma individual, más que colectiva. Si todos a mi alrededor consumen drogas, ¿yo también debo hacerlo? ¿Yo cuido mi aseo personal solamente si poseo jabones caros? Entiendo que no.
Este tipo de actitudes es una cuestión de principios, y dentro de estos principios, seguramente están los que de alguna manera recibimos de nuestros hogares. La vida misma nos da continuas manifestaciones de conducta que está en nuestras manos el corregir, más allá de lo concebido en nuestro hogar.
Pero no todo está perdido. Si no hemos sido instruidos en nuestro hogar, todavía tenemos la capacidad de aprender por otros caminos. Aquí, la autoridad juega un papel fundamental. Sobre todo, si aún persiste la creencia de que si las autoridades gubernamentales no imponen sanciones, el ciudadano puede tener un comportamiento ambiental inadecuado.
Pero los problemas de educación ambiental son mucho más grandes. La pobreza, por ejemplo, es uno de los claros indicios que promueven un sinnúmero de delitos ambientales. Para ejemplificarlos, podríamos citar a “la teoría de las ventanas rotas”. En 1969, en la Universidad de Stanford (EU), se realizó un experimento de psicología social. Como prueba de campo, se dejaron dos autos abandonados en la calle. Dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno se dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York, y el otro en una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio. Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser desvalijado en pocas horas. Fue despojado de las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no, lo destruyeron. En cambio el auto abandonado en California, se mantuvo intacto.
Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de California llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de este último. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre. ¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro, es capaz de disparar todo un proceso delictivo?
A pesar de que es común atribuir a la pobreza las causas del delito, no se trata de esto, sino de cuestiones relacionadas con la psicología humana y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, en donde se vale todo. Lo mismo ocurre con una ciudad sucia capaz de transmitir una imagen de abandono de la propia gente o de las autoridades pertinentes.
Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces se generará el delito.
Si se cometen “pequeñas faltas” (como estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.
Un vertedero en una esquina pública empieza por unas pocas bolsas de residuos. Si todos lo hacen, ¿por qué yo no? Por ello, debemos formar comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de los códigos básicos de la convivencia social humana. La educación ambiental no sólo implica una reconciliación de la sociedad con la naturaleza, es, sobre todo, un modo de ser, un modo de aprender a aprender, o del deber ser. Sobre esta base, resulta ineludible establecer como objetivo de diferenciación con la educación urbano-ambiental.
Aunque desde las aulas se aduce a la educación ambiental como todo lo que concierne al cuidado ambiental, la problemática de los grandes centros urbanos no ha sido valorada en toda su magnitud, ya que se le da prioridad al cuidado ecológico a partir del espacio verde. Por ello, debemos entender la educación urbano-ambiental como “la toma de conciencia y sensibilidad hacia el medio ambiente y sus problemas urbanos”.
Nadie se hace cargo o se responsabiliza de los actos cotidianos. Es más fácil no mirar, sin reparar que nuestra omisión termina en complicidad en desmedro de nuestro hábitat.
Los tiempos actuales nos demandan que tomemos decididamente el camino de una sociedad destinada a satisfacer las necesidades formativas y de escenarios problemáticos que tendrán que resolver en el futuro. ¿Quién? ¿Los ciudadanos? ¿Los políticos de turno? Todos, sin importar lo que haga el que lo haga, y parados desde esa posición, recién hacer valer nuestros derechos colectivos o legales.
Las responsabilidades ambientales no son sólo del funcionario de gobierno, sino que atañen también al empresario, al político, al ama de casa, al artista, al niño, al maestro, y por esta razón, es importante que nuestro comportamiento no deba ser solamente un modelo de proceder, sino fundamentalmente, ser parte de las soluciones al facilitar la comprensión de los problemas urbanos.
Recapacitemos en nuestro proceder desde mañana mismo, haciendo responsables a quienes lo son, pero siempre teniendo como objetivo a la educación ambiental: ese compromiso por obtener.
Palabra clave: educación, principios, hábitos, valores, pobrez

Para conservar nuestros ambientes, se necesita un sistema educativo dinámico, que tenga una clara relación con la realidad y con las necesidades de la sociedad

Carlos Micilio

educacionambientalEn el terreno de las interpretaciones, podríamos definir a la educación ambiental como la necesaria incorporación de información inherente a problemáticas ambientales, en la que un individuo adquiera conciencia de su influencia y de actuar sobre el medio natural (y poder transformarlo o no ser parte de la cadena de los malos hábitos).

Esta expresión terminaría siendo, en vez de un derecho adquirido, un enunciado falaz, si hacemos una pequeña revisión del comportamiento que manifiestan las sociedades actuales.

Para fortalecer este preconcepto me remonto a los resultados de buena parte de lo que ocurre en países latinoamericanos, y también a la realidad que viven los europeos.

Vivimos en una sociedad que cambia aceleradamente, y que está sometida a profundas transformaciones, por lo que necesita estar continuamente en procesos de actualización interna, por ello algunos de los preceptos deben ser reformulados.

Estoy convencido de que algunos preconceptos de educación y convivencia (por citar algunos) deben ser parte de la educación que uno recibe por parte de los padres, pero no siempre es así. ¿La concientización ambiental enseña lo que debería haberse enseñado en la casa? Veamos este ejemplo: En varios países de la región no se desarrolla este pensamiento en toda su dimensión porque no está instaurado el concepto de no arrojar los residuos en la vía pública (o en los vertederos a cielo abierto) por cuestiones absolutamente incalificables (si un persona no arroja los residuos en su domicilio ¿por qué lo hace en la vía pública?) Por su lado, deberíamos pensar que en Europa lo hacen simplemente por su altura educativa o porque no queda otro proceder al estar obligados ante la inexistencia de terrenos para implantar nuevos rellenos sanitarios para su destino final.

Dicho en otras palabras, es un problema absolutamente instructivo, cultural y educativo. Latinoamérica padece de ciertos desacuerdos con Europa por consabidos hábitos sobre la educación que reciben nuestros colegas del viejo continente. Y todo, porque normalmente hacemos hincapié en que “ellos son distintos”. Ésa es una valla que adolece la región, al pensar que los europeos actúan así por estar más adelantados culturalmente, algo con lo que no estoy de acuerdo. Todo cambio requiere de cierta disciplina, de cierta responsabilidad que no hace a una cultura diferente.

¿Es necesario sancionar o controlar a las comunidades para que hagan lo que corresponde? Pareciera que sí.

No adhiero a esta realidad, ya que uno debería manejar los conceptos en forma individual, más que colectiva. Si todos a mi alrededor consumen drogas, ¿yo también debo hacerlo? ¿Yo cuido mi aseo personal solamente si poseo jabones caros? Entiendo que no.

Este tipo de actitudes es una cuestión de principios, y dentro de estos principios, seguramente están los que de alguna manera recibimos de nuestros hogares. La vida misma nos da continuas manifestaciones de conducta que está en nuestras manos el corregir, más allá de lo concebido en nuestro hogar.

Pero no todo está perdido. Si no hemos sido instruidos en nuestro hogar, todavía tenemos la capacidad de aprender por otros caminos. Aquí, la autoridad juega un papel fundamental. Sobre todo, si aún persiste la creencia de que si las autoridades gubernamentales no imponen sanciones, el ciudadano puede tener un comportamiento ambiental inadecuado.

Pero los problemas de educación ambiental son mucho más grandes. La pobreza, por ejemplo, es uno de los claros indicios que promueven un sinnúmero de delitos ambientales. Para ejemplificarlos, podríamos citar a “la teoría de las ventanas rotas”. En 1969, en la Universidad de Stanford (EU), se realizó un experimento de psicología social. Como prueba de campo, se dejaron dos autos abandonados en la calle. Dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno se dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York, y el otro en una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio. Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser desvalijado en pocas horas. Fue despojado de las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no, lo destruyeron. En cambio el auto abandonado en California, se mantuvo intacto.

Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de California llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de este último. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre. ¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro, es capaz de disparar todo un proceso delictivo?

A pesar de que es común atribuir a la pobreza las causas del delito, no se trata de esto, sino de cuestiones relacionadas con la psicología humana y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, en donde se vale todo. Lo mismo ocurre con una ciudad sucia capaz de transmitir una imagen de abandono de la propia gente o de las autoridades pertinentes.

Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces se generará el delito.

Si se cometen “pequeñas faltas” (como estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.

Un vertedero en una esquina pública empieza por unas pocas bolsas de residuos. Si todos lo hacen, ¿por qué yo no? Por ello, debemos formar comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de los códigos básicos de la convivencia social humana. La educación ambiental no sólo implica una reconciliación de la sociedad con la naturaleza, es, sobre todo, un modo de ser, un modo de aprender a aprender, o del deber ser. Sobre esta base, resulta ineludible establecer como objetivo de diferenciación con la educación urbano-ambiental.

Aunque desde las aulas se aduce a la educación ambiental como todo lo que concierne al cuidado ambiental, la problemática de los grandes centros urbanos no ha sido valorada en toda su magnitud, ya que se le da prioridad al cuidado ecológico a partir del espacio verde. Por ello, debemos entender la educación urbano-ambiental como “la toma de conciencia y sensibilidad hacia el medio ambiente y sus problemas urbanos”.

Nadie se hace cargo o se responsabiliza de los actos cotidianos. Es más fácil no mirar, sin reparar que nuestra omisión termina en complicidad en desmedro de nuestro hábitat.

Los tiempos actuales nos demandan que tomemos decididamente el camino de una sociedad destinada a satisfacer las necesidades formativas y de escenarios problemáticos que tendrán que resolver en el futuro. ¿Quién? ¿Los ciudadanos? ¿Los políticos de turno? Todos, sin importar lo que haga el que lo haga, y parados desde esa posición, recién hacer valer nuestros derechos colectivos o legales.

Las responsabilidades ambientales no son sólo del funcionario de gobierno, sino que atañen también al empresario, al político, al ama de casa, al artista, al niño, al maestro, y por esta razón, es importante que nuestro comportamiento no deba ser solamente un modelo de proceder, sino fundamentalmente, ser parte de las soluciones al facilitar la comprensión de los problemas urbanos.

Recapacitemos en nuestro proceder desde mañana mismo, haciendo responsables a quienes lo son, pero siempre teniendo como objetivo a la educación ambiental: ese compromiso por obtener.

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