Colaboraciones

A las puertas de una revolución industrial verde

Para asegurar la sobrevivencia humana deberán impulsarse acciones de mitigación y adaptación trastocando todos los sectores de la economía global.

José Morales

Tanto para las autoridades internacionales como mexicanas, los acuerdos globales en diversos ámbitos que abarcan la mitigación de emisiones de dióxido de carbono, conservación de la biodiversidad, protección de la capa de ozono, gestión del agua o prevención de desastres naturales originados por el cambio climático, deben ser enfrentados con acciones que engloben el establecimiento de una nueva revolución industrial.

Esto con base en una transformación radical de los estilos de consumo y producción que lleva a cabo la sociedad, concretar metas de mitigación y adaptación mundial, producir más emitiendo menos, detener la deforestación en el año 2020, un constante impulso a la eficiencia energética, producción de energías renovables, además de un énfasis marcado al uso de nuevas tecnologías.

En una serie de entrevistas realizadas por Teorema Ambiental, los expertos coinciden a grandes rasgos en que para empatar las metas de un desarrollo económico e industrial verde con naciones que padecen de graves atrasos tecnológicos y que viven en pobreza lo primero que debe hacerse es crecer económicamente, intentando minimizar al máximo los impactos ambientales. Dicho crecimiento genera empleo, el Estado recauda fondos para abordar los problemas de equipamientos básicos (salud, educación, saneamiento, vías de comunicación) y combatir las desigualdades sociales. En una segunda fase, dotarse de tecnología para generar mayor innovación en las actividades productivas y así reducir los efectos negativos sobre el ambiente.

“Debe hacerse compatible el desarrollo social y crecimiento económico con la mitigación y adaptación, debe tenerse en cuenta que no hay otra opción, el crecimiento verde no es una opción más, es la única que puede llevar a la sustentabilidad del futuro inmediato y al mediano plazo”, indicó el subsecretario de Planeación y Política Ambiental de la Semarnat, Fernando Tudela Abad.

En dicho tenor, el embajador francés en México, Daniel Parfait, añadió que este concepto no significa que se frene el desarrollo sino todo lo contrario, debe ser un acelerador del mismo, “y estamos en ello; en cada decisión de la Unión Europea nos preguntamos si es compatible con el desarrollo sustentable, este nuevo concepto, visión y economía que estamos trabajando es una necesidad para todas las naciones”.

Tudela Abad resaltó que este tema no debe estar a debate y que en México se debe establecer una ley general de cambio climático, que deje en claro que la mitigación y la adaptación a este fenómeno debe ser una política de Estado que traspase a la vigencia de las administraciones y que sea motor de modificaciones de diversos sectores sociales, empresariales e industriales que garantice la adaptación.

A este respecto, Jorge Atilio Franza, juez de la Cámara de Apelaciones en lo Penal, Contravencional y de Faltas (CAPCF) de Argentina, expresó que debe tenerse en cuenta la legislación ambiental acorde a un nuevo modelo de desarrollo, pero siempre teniendo en cuenta que el crecimiento de una sociedad industrializada en interacción con el desarrollo sustentable no significa que habrá una contaminación cero, sino que se tiene implícito una cuota contaminante lícita que es aceptable por la sociedad.

Enfatizó que el desarrollo sustentable tiene por sí mismo una contaminación permitida bajo un estándar a no ser superada; tema en el cual, dijo, está inmerso el compromiso empresarial responsable, que debe instaurar cambios en sus procesos industriales desde su interior. Por ende, ello le dará una buena imagen a la sociedad: “entre contaminados y contaminadores debemos tener un pacto de respeto a la contaminación lícita bajo la tutela de la legislación de protección al medio ambiente”, dijo.

¿Es posible una revolución industrial verde?

Julián Mora, profesor de la Universidad de Extremadura, declaró que la implantación de una revolución industrial debe ser muy bien meditada y evaluar con exactitud el alcance de la misma, desde su tiempo de implantación, beneficios y qué sectores serán los más afectados.

De acuerdo con el académico, se requiere de un proyecto que al menos contemple: un análisis, de la situación actual y su evolución (intensidad del cambio climático); un diagnóstico de los efectos del llamado cambio climático (aún no está totalmente claro cuál es la influencia humana porque a lo largo de la historia de la Tierra han existido cientos de cambios climáticos y ahora estamos en una fase interglaciar); prioridades, ya que debe saberse por dónde empezar una revolución industrial verde, tecnologías limpias, combustibles renovables, políticas de adaptación, cambio de hábitos de consumo, etcétera.

Enfatizó que existen grandes conflictos internos de nación en nación sobre cómo adoptar este concepto y posteriormente aplicarlo en su territorio. “No sé cómo se concreta una ‘economía verde’ para México, pues realmente quienes la están practicando son los campesinos y los indígenas, a la fuerza claro, porque les gustaría vivir con las comodidades de una clase media que pregona la sostenibilidad, cuyo concepto es muy subjetivo, según el grupo social y económico al que pertenezca cada persona.”

¿De dónde surge la idea?

Nicholas Stern, creador del famoso informe que lleva su nombre y que midió el impacto económico del cambio climático a escala global, dijo que se requiere una nueva revolución industrial empujada por nuevas fuentes de energía energéticas y que ésta debe actuar con rapidez en el tema de la reducción de emisiones de dióxido de carbono. Dijo que este cambio se supedita a que “algo enorme que no ha pasado en 30 millones de años y que modificaría radicalmente el mundo en el que estamos y obligaría a un éxodo masivo de cientos de millones de personas, porque la tierra en la que vivían estará bajo el agua o se habrá convertido en desierto”.

Indicó que es indispensable completar esta revolución en las próximas tres o cuatro décadas, ante la necesidad urgente de reducir las emisiones. Según Stern, actualmente hay 47 mil millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) al año en todo el mundo, es decir, siete toneladas per cápita. Para conseguir que la temperatura sólo suba dos grados en vez de cinco a finales del siglo, esta cifra tendrá que disminuirse a cuatro toneladas para 2030 y dos toneladas para 2050.

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