Ciencia y tecnología

Donar el cuerpo humano para la ciencia

Pocas personas deciden donar su cuerpo o desconocen el procedimiento para hacerlo

donar-cuerpoLa mayoría de las personas solo ve el interior del cuerpo humano en las fotografías de un libro de ciencias. A partir de esas imágenes se construye la idea: ¿cómo estamos hechos?, ¿dónde se encuentran los órganos?, ¿cómo se relacionan entre sí? Y el cuadro que se forma en la mente es suficiente. No se necesita mucho más.

Para quienes aspiran a convertirse en médicos o cirujanos esa conformidad es inexistente. Conocer con la mayor exactitud posible el complejo mundo interior gracias al cual respiramos, pensamos y amamos no es un capricho de la curiosidad, sino una necesidad, por la responsabilidad que conlleva el trabajo de curar a otros.

La disección del cuerpo es un modo insustituible de apoyar este aprendizaje. Por eso, ha sido una práctica vital para el desarrollo de la ciencia desde tiempos muy antiguos. Sin embargo, en algunas culturas utilizar los restos de gente fallecida fue, en determinados momentos, un acto rechazado o ilegal. Llegó, incluso, a ser un castigo para quienes cometían crímenes, explicó la doctora María Sosa, directora del Departamento de Anatomía y Neurobiología del Recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico.

Durante los siglos XVII y XVII, la falta de esta herramienta de investigación provocó el auge de la técnica del écorché, que consistía en replicar detalladamente la figura humana, incluyendo su interior. A veces, las piezas podían retirarse una a una, como las partes de un muñeco, para revelar órganos y osamenta.

Los tiempos han cambiado y hoy muchos países cuentan con leyes que regulan el uso de cadáveres para la enseñanza y la investigación. Pero a diferencia de lo que ha ocurrido con la donación de órganos, que ya vemos como algo común, pocas personas deciden donar su cuerpo o desconocen el procedimiento para hacerlo.

En Puerto Rico se aprobó el 30 de marzo de 1950 la Ley 34, que creó la Junta de disposición de cuerpos, órganos y tejidos humanos. Esta entidad regula las donaciones para trasplantes y la rehabilitación de cuerpos para la investigación médica. Adscrita al Recinto de Ciencias Médicas, la oficina también se encarga de custodiar los cadáveres, conservarlos apropiadamente y distribuirlos para su uso en las cuatro universidades de medicina en el país.

Antes de la creación de la Junta, los cuerpos se traían de Estados Unidos, por medio de un proceso que resultaba complicado y muy costoso. Con el tiempo, las donaciones dentro de la isla comenzaron a surgir. Actualmente, el flujo se mantiene en aproximadamente 80 a 100 cadáveres anuales.

“Ha ido aumentando poco a poco el número de donaciones. Esto es como cuando empezó la cremación; la gente no estaba acostumbrada. Luego va tomando conciencia”, explica José Corazón, embalsamador de la Junta.

Las creencias religiosas, que en el pasado desanimaban las donaciones, también se han modificado lentamente.

“La iglesia y otros grupos religiosos han ido educando a sus feligreses para que entiendan que esto es un regalo. Una manera de aportar”, comenta Sosa.

A diferencia de un órgano, el cuerpo no contribuye a salvar una vida inmediatamente. Su valor tiene una dimensión distinta pero igualmente significativa, pues es el vehículo a través del cual profesionales que cuidarán a cientos de personas consiguen entrenarse adecuadamente.

Cálculos del recinto estiman que aproximadamente 400 personas, entre estudiantes de medicina y pacientes, se benefician del trabajo que se realiza con un solo cadáver en el salón de clases.

Experiencia transformadora

En el salón de anatomía del Recinto de Ciencias Médicas, cajas de aluminio guardan en una solución de formalina, alcohol y glicol los cuerpos donados. La combinación de líquidos permite conservarlos por hasta tres años, aunque usualmente se utilizan por un año y medio.

Sosa, quien lleva dos décadas enseñando anatomía, explica que los estudiantes deben tener muy claras las normas éticas para realizar las disecciones. La dignidad de cada cuerpo tiene que protegerse de todas las maneras posibles.

Los alumnos trabajan en grupos de cinco o seis, e inician la disección en el área de la espalda. Así, se evita que el primer contacto sea con el rostro o las partes íntimas, que se protegen hasta que pasa el impacto inicial.

No se comparte con nadie en el salón ninguna información personal del cuerpo, incluyendo el récord médico. A medida que trabajan, los estudiantes descubren si la persona tenía algún trauma, si tuvo un tumor, una desviación en la columna y muchísimos otros datos cuya observación es vital para validar y poner en práctica el conocimiento adquirido en clases.

“No hay sustituto para esta manera de aprender anatomía. Hacer la disección incorpora el componente emocional que hace la educación impactante y verdadera”, precisa Sosa.

La fuerza del momento siempre es inmensa. Nunca es posible obviar que un corazón latió en cada cuerpo donado para estudio. “Los estudiantes están conscientes de que esta experiencia la tienen muy pocas personas y de que lo que están recibiendo es un regalo”, asegura la doctora. “Yo llevo 20 años enseñando anatomía y uno se acostumbra a la labor pero la intimidad y la solemnidad siempre están ahí”, destaca.

Cada quien maneja el encuentro con el cuerpo sin vida de una manera única. Puede haber llanto, nerviosismo, aislamiento, malestar, tensión, incomodidad y muchas otras emociones a la vez.

“Al principio es bien raro. Tienes un shock bien grande. Es como crecer de repente”, señala Solymar Rolón, estudiante de cuarto año.

También puede ocurrir que alguien se identifique con el físico de un cuerpo que se le parece a alguien conocido, indica Agnes Acevedo, también estudiante de medicina en el recinto. Cuando pasan cosas así, los alumnos pueden tomarse un poco de tiempo o permanecer como observadores del proceso, mientras se adaptan y logran superar los sentimientos.

“El hecho de que ahí está un ser humano, nunca se va. A veces piensas: esto es una vida. Y te preguntas, cómo vivió, qué hacía, cómo era”, dice Rolón.

Cómo donar

Cualquier persona mayor de 18 años puede autorizar la donación de sus restos. Los requisitos incluyen completar un formulario y notarizarlo frente a dos testigos. En cualquier momento antes de morir, la decisión puede ser revertida, solamente por el propio donante. Una vez ocurre la muerte, los familiares, por ley, no tienen esa potestad.

La gratitud a profesionales de la salud por la atención médica ofrecida durante una enfermedad es la razón principal que propicia las donaciones, indica Sosa. Pero, por alguna razón, a veces la determinación se mantiene en secreto y cuando los que sobreviven al donante se enteran, pueden experimentar un momento difícil al no tener, de inmediato, un cuerpo para llevar a cabo su ritual de despedida. Si esto sucede, el personal de la junta está disponible para aclarar dudas y contribuir al manejo de la situación.

“Lo que hacemos es concienciar a los familiares sobre la importancia de la decisión de su ser querido. Cómo van a ayudar al adelanto de la ciencia y todo lo que aportan a otros”, explica Corazón.

A veces, los seres queridos del donante le solicitan al funcionario conocer más cerca lo que ocurrirá con el cadáver. Entonces, él los lleva al laboratorio donde se realizan las clases de anatomía.

“Comparto mucho con las familias cuando vienen con ese sentimiento de pérdida”, señala Corazón, quien se esfuerza por explicar, con mucha sensibilidad, “que la muerte es un proceso natural y ese donante le dará vida a otros. Ayudará al adelanto de la ciencia.”

Extraída de: El Nuevo Día

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