Cambio climático

Un verano seco

Las escenas que nos trae la televisión sobre los desplazamientos de miles de personas en varias partes de África y Asia Central ante la falta de agua y alimentos, se han combinado con los datos de los científicos sobre las consecuencias del seco verano que sufren ahora países como España, Italia, Francia y Portugal. A las altas temperaturas, muy por encima de la media para esta época, se agrega el bajo caudal de sus ríos y presas. En España, la exigencia de tener más agua de los ríos nacionales para las actividades agropecuarias origina desacuerdos entre las provincias.

Igual sucede en México y otras naciones, donde pervive la creencia generalizada de que las zonas áridas son la excepción en el planeta y que se encuentran tan alejadas de nuestra realidad que no tenemos por qué preocuparnos, a pesar de que representan 40 por ciento de la superficie de la Tierra y de que ahí viven dos mil millones de personas, la tercera parte de la población mundial, en medio de carencias de todo tipo, en especial de agua y alimentos, mientras sus frágiles y cada vez más escasos recursos naturales no alcanzan a satisfacer las necesidades mínimas en tanto el crecimiento demográfico es de los más altos del planeta.

Como resultado del crecimiento poblacional, de mayor presión sobre bienes escasos, de la aridez se pasa en poco tiempo al desierto, a la migración masiva hacia las ciudades, a conflictos entre comunidades, a pobreza y desigualdad extremas. Pero además, cada año 20 millones de hectáreas fértiles sufren tal grado de devastación por la acción del hombre que terminan siendo inútiles para llevar a cabo la agricultura con el agravante de que el cambio climático hace que las temperaturas aumenten en mayor grado en las zonas áridas y en las desérticas, agravando las carencias y desequilibrios de todo tipo.

En la escuela nos repitieron que dos terceras partes del territorio mexicano se distinguen por ser áridas y semiáridas, pero no se nos dijo lo que significa vivir allí. Mucho menos que se carece de programas para enfrentar los problemas. Es más, la política neoliberal de la que tanto se ufana el presidente Fox, y promete seguir el candidato de la derecha intolerante, virtualmente eliminó del esquema gubernamental el quehacer de la comisión que durante décadas se encargó de atender las zonas áridas. Un organismo, por cierto, que arrastró desde el principio falta de recursos y cumple el papel de captar votos para el partido en el poder a cambio de ayudas mínimas.

En tanto, por mal uso de los recursos naturales, deforestación y erosión del suelo, y por el cambio climático, se pierde cada día más la capacidad productiva de la tierra, lo que aumenta la desertificación en el país. Así lo reconoce el propio titular de la Secretaría de Agricultura al señalar que la desertificación avanza más rápido que los esfuerzos oficiales por combatirla.

Algunas cifras muestran esa terrible realidad: casi la mitad de nuestro territorio sufre degradación por pérdida de fertilidad, erosión hídrica, eólica y química y por la salinización de las tierras con riego. Esa degradación se debe al mal manejo de las actividades agropecuarias y silvícolas, lo que se traduce en que cada año se pierdan 10 mil hectáreas de riego y 500 millones de tierra fértil necesaria para las actividades agrarias.

Por otra parte, se deforestan alrededor de 600 mil hectáreas indispensables para conservar la humedad del suelo y retener el agua de lluvia. En el plano humano, esto ha conducido a la migración de casi un millón de familias en los últimos 20 años al no obtener el sustento mínimo de tierras empobrecidas.

El gobierno actual olvidó que cuesta muchísimo menos conservar las tierras fértiles que tratar de recuperar las que se pierden por mal uso y abuso. Es urgente acabar con el desinterés oficial y el de la sociedad hacia este grave problema, manifiesto también con claridad en la ausencia del tema en las plataformas que los tres principales partidos políticos ofrecieron a la ciudadanía en la reciente contienda electoral. Así las cosas, pinta mal el panorama para los que ya de por sí viven en pobreza extrema.

Fuente: La Jornada

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