Gian Carlo Delgado Ramos*
El estudio sobre el tipo de urbanización implementado desde el inicio de la era del automóvil, no sólo frente a fenómenos como el cambio climático, sino también debido a que el grueso del aumento poblacional y de la pobreza, se torna cada vez más relevante, sobre todo para la periferia. Ello se debe al hecho de que hoy día, las ciudades del mundo consumen dos terceras partes de la energía mundial y emiten cerca del 80 por ciento de los gases de efecto invernadero, mismas que, por si fuera poco, crecen en promedio a un ritmo del 2 por ciento anual.
En América Latina, las mega-polis son íconos representativos de inmensos (des)ordenamientos territoriales con patrones de expansión acelerados que se caracterizan por ser ambiental y económicamente inviables en el largo plazo, además de ser socialmente excluyentes. Los desbalances del ordenamiento territorial son claros en el caso de México, donde el sistema urbano cubre 800 mil hectáreas ó 0.4 por ciento del territorio nacional, y sin embargo, dicho espacio concentra 65 por ciento de la población, misma que genera 80 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
El panorama mundial inmediato promete hacer aún más compleja toda la situación, pues se calcula que para el 2030 el 60 por ciento de la población mundial será urbana, alcanzando su pico más alto en el 2050 cuando llegue a los 10 mil millones de personas. Mientras tanto, la población rural del planeta ya llegó a su máximo y comenzará a reducirse en 2020, por lo que prácticamente todo el incremento poblacional al 2050 será urbano. Estamos frente a un escenario en el que el aumento poblacional se concentrará en un 95 por ciento en los países pobres, llegando incluso a duplicar el número de habitantes de principios de siglo con una enorme variedad de impactos e implicaciones subsecuentes.
En este panorama, el estudio de la bioeconomía, entendida en términos de Georgescu Roegen como el estudio de los flujos de materiales y energía, es particularmente útil para comprender las dimensiones del problema y sus posibles soluciones, luego de que el crecimiento de la población urbana ha sido exponencial, particularmente a partir del siglo XX, cuando el capitalismo logra alcanzar niveles de industrialización e internacionalización inusitados. Hoy en día, alrededor de la mitad de la población es urbana. En 1990 era sólo el 14 por ciento. Lo anterior es relevante desde el punto de vista de la magnitud de los flujos de materiales y energía necesarios para sostener los espacios urbanos en los que vive dicha población, puesto que se entiende que con la creciente globalización del capital, aumenta la dimensión e intensidad de los ciclos de explotación del medio ambiente, tanto en lo que respecta a su función de reserva de recursos, como de sumidero de desechos.
La bioeconomía de la ciudad, tal y como aquí es entendida, se refiere entonces a la suma total de procesos técnicos y socioeconómicos que ocurren en las ciudades, resultantes de crecimiento, producción de energía y eliminación de residuos. Tomando nota de ello, se argumenta entonces que conocer de modo cada vez más fino los flujos entrantes y salientes de materiales y energía propios de tal o cual espacio urbano y sus tendencias es útil puesto que normativamente posibilita, a la par de otras herramientas analíticas y metodológicas, identificar y diseñar medidas concretas mucho más eficientes.
El planteamiento de la necesidad de estudios de esta naturaleza, también denominados de “metabolismo urbano” se ubica ya en cierto modo en los escritos de Geddes y Mumford, pero es en el trabajo de Wolman cuando se desarrolla empíricamente y desde entonces, ha sido retomado por otros autores contemporáneos.
La vigencia e importancia de este tipo de estudios es crecientemente proporcional a la expansión y el grado de complejidad que van adquiriendo día a día los espacios urbanos del planeta. Desde luego, éstos siguen siendo relativamente escasos, en parte porque existen pocos especialistas en la materia, pero también porque mucha de la información para ciertos espacios urbanos no existe, está dispersa o a penas se está recabando, o porque los indicadores necesarios se están construyendo y mejorando. A pesar de ello, algunos análisis ya advierten que en promedio las ciudades contemporáneas requieren de ecosistemas aledaños equivalentes a por lo menos el doble y triple de su tamaño. Un escenario en el que el agua, la energía, los materiales de construcción, los alimentos y los residuos son los aspectos más relevantes.
La ciudad de México, con 8.7 millones de personas -unos 22 millones si se considera como Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM)- y oficialmente con unos 4 millones de personas viviendo en áreas slum, devela flujos de materiales y energía de gran complejidad y envergadura. Ciertamente todo un reto para cualquier iniciativa de adaptación de la ciudad frente al cambio climático. Ya no se diga para mitigarlo.