Colaboraciones

Bioeconomía de la ciudad de México-Un balance frento al reto climático

Algunos datos recopilados de distintos documentos oficiales y otras fuentes de información diversas sobre del ritmo expansivo de la bioeconomía urbana de la ciudad, hablan por sí mismos. El avance de la capa urbana en los últimos 60 años ha sido del orden de una hectárea por día, un proceso que ha llevado a señalar que a nivel regional, tal expansión se visualiza ya como una “red o corredor urbano-industrial” que vincula ciudades medias aledañas como Toluca, Cuernavaca, Puebla, Pachuca y Querétaro.

Este ritmo de urbanización en el centro del país se refleja ya en patrones de consumo insostenibles. Por ejemplo, en materia de energía, la zona metropolitana alcanzó en 2006 los 545 peta joules, el equivalente en combustible a unos 306 mil barriles equivalentes de gasolina. Cerca de la mitad de la energía usada fue bajo la forma de gasolina, aspecto que nos habla del peso que tiene el sector transporte.

En lo correspondiente al agua, la transferencia de agua se extiende hasta la cuenca del Lerma y el Cutzamala, esto es a unos 130 kilómetros de distancia. Dado que la ciudad se encuentra a una altura de 2 mil 240 metros sobre el nivel del mar, es necesario bombear el agua trasvasada unos mil 100 metros, lo que conlleva la quema de 3.4 millones de barriles de petróleo al año. Lo irrisorio del asunto es que el 70 por ciento del agua de la zona metropolitana proviene de su acuífero y el 30 por ciento restante del sistema Lerma-Cutzamala, una cantidad que equivale a lo que se pierde en fugas en el sistema de red de agua potable de la propia ZMVM. El consumo alcanza ya los 63 metros cúbicos por segundo, una situación que además de ser insostenible, es también riesgosa en términos de hundimientos, pues los ritmos de extracción de agua, tan sólo del acuífero exceden en 140 por ciento la capacidad de recarga del mismo.

En lo que respecta a desechos, se puede precisar lo siguiente. Al cierre de la primera década del siglo XXI, el agua residual de la ZMVM es desechada en el orden de unos 45 metros cúbicos por segundo (25 de ellos correspondientes sólo a la ciudad), de los cuales sólo 4 metros cúbicos son tratados mientras el resto son arrojados directamente al medio ambiente. La emisión de gases de efecto invernadero en la ZMVM, medida como emisión de CO2 equivalente, está compuesta del siguiente modo: el sistema de transporte, con unas 5.5 millones de unidades -94 por ciento de tipo privado- contribuyó en 2006 con 21.6 millones de toneladas o el 50 por ciento de las emisiones; el sector industrial, compuesto por unas 52 mil industrias, suma 23 por ciento de emisiones ó 10.3 millones de toneladas; unas 4.6 millones de unidades residenciales y comerciales añaden 4.3 millones de toneladas o el 13 por ciento; la generación de residuos sólidos y otras fuentes aportan el 14 por ciento o 6 millones de toneladas, según datos para ese mismo año.

Deben añadirse otros contaminantes tóxicos que para la ZMVM acumularon en el 2006 alrededor de 175 mil toneladas. De ésas el 28 por ciento fue Tolueno; 9 por ciento Metanol; 8 por ciento de 1,1,1-Tricloroetano y 7 por ciento de xilenos (isómeros y mezclas), entre otros. También se desecharon dos mil toneladas de metales pesados, siendo el manganeso el 66 por ciento de los mismos, el antimonio y compuestos el 13 por ciento, seguido de plomo y compuestos con otro12 por ciento.

Al mismo tiempo, la ciudad desecha diariamente 12 mil 500 toneladas de residuos sólidos (60 por ciento inorgánicos) o el equivalente al 13 por ciento de ese tipo de residuos a nivel nacional. Como reflejo del crecimiento de la ciudad, a esa cifra se suman unas 130 toneladas diarias, todas con destino al relleno sanitario Bordo Poniente.

Ante esta situación, resulta llamativo que del total de basura de la ciudad, sólo se recicle entre el 5 y 10 por ciento (unas 300 toneladas en plantas de selección y el resto en pepena) y que tanto la legislación como su aplicación, (por ejemplo, sobre bolsas de plástico y otro tipo de empaques) sea prácticamente inexistente. Añádanse a lo anterior unas 7 mil toneladas diarias de residuos de la construcción de las cuales, mil 400 toneladas son generadas sin manejo controlado alguno.

Ahora bien, es claro que estas dimensiones de la bioeconomía urbana del centro del país son tan sólo una muestra. Aunque reveladoras, no necesariamente permiten visualizar la totalidad de flujos de materiales y energía, en particular del costo ambiental detrás de los mismos o la mochila ecológica de tales recursos una vez que están disponibles en la ciudad; lo que obliga cuando menos a conocer el origen de los mismos y el tipo de proceso extractivo implementado. Dicho de otro modo: si bien se sabe que la energía es producida en el país en su gran mayoría con combustibles fósiles provenientes de reservas mexicanas, que los materiales de construcción igualmente provienen de zonas aledañas a la zona centro del país (excepto los metálicos que vienen de diversas partes del país y del mundo), que el agua proviene en un 70 por ciento del subsuelo y el restante de una distancia de más de un ciento de kilómetros, o que los alimentos vienen de diversas regiones del país y del extranjero, no es aún del todo claro el impacto socio-ambiental real que implica la extracción, envío y consumo de crecientes cantidades de recursos en el centro del país.

Frente a todo lo antes indicado, vale decirse que una de las cuestiones que tienden a ser menos tratadas en la literatura especializada no sólo es el tema de la dimensión de los flujos de materiales y energía de los espacios urbanos, sino además, es la asociación analítica crítica del cambio climático, la necesidad del cambio de paradigma energético, el aumento de la población urbana periférica en las próximas décadas y la consecuente reconfiguración del espacio geográfico y de todas las relaciones socio-productivas emplazadas, dígase en la Ciudad de México, con la variable de clase social y en particular la de pobreza, exclusión e inequidad social. Con esto, no se pretende decir que tal tipo de análisis son inexistentes, pero sí que es un tema poco analizado y discutido, pues cuando se hace, en muchos casos es de modo superficial y con perspectivas y herramientas analíticas poco novedosas y propositivas. El resultado es una discusión limitada, muchas veces tecnificada y socio-políticamente acrítica sobre el tipo de urbanización excluyente y segregadora que caracteriza a la ciudad de México y, en efecto, a muchas otras urbes periféricas.

Lo llamativo del asunto no es el hecho en sí mismo, pues no es novedoso, pero sí que el proceso se agudiza en un contexto nacional de empobrecimiento generalizado, uno en el que el desempleo alcanza formalmente el 5 por ciento de la población económicamente activa y en el que al menos la mitad del empleo es de tipo informal.
Otros tipos de desarrollo socio-ambientalmente más armónicos no sólo requerirán de balances bioeconómicos cada vez más finos, sino también la iniciativa, el compromiso y la imaginación colectiva necesaria para cubrir los objetivos sociales y para poner en evidencia las soluciones específicas susceptibles de realizarse en un contexto de justicia social.

El asunto circunscribe, además de la construcción de políticas públicas alternativas, la valoración sobre la pertinencia y viabilidad del uso de nuevas tecnologías de construcción, de conocimiento tradicional-popular y tecnologías alternativas, de transporte público y sus características, de mecanismos de ahorro de energía y materiales diversos (y en su caso, de reciclaje), entre otros instrumentos que permitan reconvertir las mega-polis latinoamericanas en espacios cada vez menos devoradores de materiales y energía. El rol del Estado es clave pues además de ser la entidad responsable de diseñar y ejecutar la política pública, individualmente es el mayor consumidor de energía y materiales y por tanto el mayor emisor de desechos y de gases de efecto invernadero, pues aporta el 10 por ciento de los mismos para el caso de una ciudad media promedio.

Las experiencias pueden ser, y de hecho deberían ser, compartidas, pero las soluciones concretas requerirán de amplios esfuerzos en la escala local a modo de implementar acciones acordes a la realidad específica de cada caso.

* Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México. Autor del libro “Sin Energía. Retos y resistencias al cambio de paradigma”(México. Plaza y Valdés, 2009).

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