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Llegan los artistas de laboratorio

Desde las cuevas de Altamira, el arte siempre se ha inspirado en la naturaleza, ya sea para representarla o sublimarla. Lo revolucionario- y polémico- del movimiento emergente conocido como bioarte, vinculado a los avances de la biotecnología y la medicina, es que el artista puede llegar a crear o manipular vida para realizar su obra.

Muchos de los bioartistas en Estados Unidos, Europa y Australia, son una simbiosis de científicos y artistas que, frecuentemente, trabajan asociados a universidades y centros de investigación.

Los talleres de creación de los bioartistas suelen ser laboratorios. Usan bacterias, genes, plantas transgénicas, animales e insectos como experiencia estética; la vida real como medio de expresión de sí misma. La generación de artistas contemporaneos aprovecha las inmensas posibilidades que les dan las herramientas de la biotecnología.

Hunter O’ Reilly, una creadora de la Universidad de Wisconsin, ha utilizado los virus letales del sida y del ébola para crear cuadros. Ruth West, artista integrada en un laboratorio de investigación de ciencia neurológica en la Universidad de California-San Diego, ha realizado una instalación interactiva en la que el público, al moverse, aprende a comparar las similitudes y diferencias entre los genes humanos y los de la planta del arroz.

Numerosas universidades promueven el bioarte como una faceta paralela y complementaria a la investigación y la docencia. Lo hacen la prestigiosa Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, o el Massachusetts Institute of Technology, MIT.

En la Universidad de Australia Occidental, en Nedlands, existe SymbioticA, el primer laboratorio creado a nivel mundial para la exploración artística del conocimiento científico y de las tecnologías biológicas en particular. En su página de internet, ponen énfasis en que el rápido desarrollo de las ciencias biológicas está teniendo un efecto muy profundo en la sociedad y sus valores. Por ello contemplan el bioarte como un instrumento muy útil de crítica y de interacción entre arte, sociedad, ciencia e industria.

Al igual que las ciencias y tecnologías en las que se inspira, el bioarte lleva aparejado multitud de dilemmas éticos de difícil solución. Su potencial transgresor es mucho mayor y más peligroso que el del arte convencional. ¿Es lícito llevar a cabo determinados experimentos de manipulación genética o bacteriológica, como clonaciones o ensayos con agentes letales, por el mero placer estético del artista?

Fuente: La Vanguardia

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