Biodiversidad

La extinción “comercial” de las grandes especies de tiburones en México

De niño, le decía a mi madre que la aleta de un tiburón había rozado uno de mis pies justo cuando jugueteaba en las aguas someras de playa Condesa, en Acapulco. Mi famoso “encuentro” con ese “tiburón” alimentó mi imaginación febril por años, dejándome para siempre ese sentimiento de simpatía-temor por los tiburones.   leer más

No fue sino hasta muchos años después, ya como biólogo, cuando tuve la oportunidad de observar de cerca por vez primera en mi vida los cadáveres de un tiburón toro (Carcharhinus leucas) y el de un martillo gigante (Sphyrna mokarran), ambos de casi tres metros de longitud, capturados por unos pescadores artesanales y desembarcados en Playa del Carmen, Quintana Roo.

Ese sentimiento de admiración, asombro y temor de mi niñez surgió nuevamente en ese preciso instante.

Esos enormes tiburones lucían majestuosos aun muertos. Recuerdo que me acerqué lentamente a ellos, los examiné, incluso me atreví a tocarlos, y debo reconocer que con temor, a pesar de que estaban muertos. No olvido el olor, el terrible y seco olor de un tiburón muerto.

Después, intenté comprender cómo era posible que hubiera gente que se ganaba la vida pescando esas grandes masas de vida. Ese día también tuve mi primer encuentro con esos hombres de mar, los tiburoneros.

Hombres que siempre me han generado admiración y respeto, por la dureza de sus personalidades y la de sus vidas.

Esa vivencia en Playa del Carmen proviene de 1985 cuando empecé a trabajar con las pesquerías artesanales de tiburones en el Golfo y Caribe mexicanos en el Instituto Nacional de la Pesca, entusiasmado por mi mentor y jefe Ernesto Ramírez, biólogo pesquero visionario.

Ahora la historia es dramáticamente diferente. Hoy, las grandes especies de tiburones han prácticamente desaparecido de las capturas comerciales realizadas en las aguas costeras del país. En estos años, conociendo y documentando las pesquerías artesanales de tiburones en la sonda de Campeche, en Veracruz, Tamaulipas, Chiapas, Sinaloa, y recientemente en el Golfo de California, la historia es la misma.

Los pescadores recuerdan con nostalgia las capturas de enormes tiburones, la caza de verdaderos “monstruos” usando sus frágiles lanchas, sus arpones, sus manos, poniendo en juego toda su vida a fin de capturar dichas criaturas.

Es interesante destacar que la mayor parte de esos pescadores de antaño guardan fotografías maltratadas, en blanco y negro, que recuerdan sus hazañas cazando enormes tiburones. Si las juntáramos, tendríamos el mejor registro histórico de la pesca de tiburón en México.

Hoy, esos gigantes del mar simplemente quedan en la memoria colectiva de esa generación de “tiburoneros”. Si uno se da su tiempecito y revisa las listas de las especies de tiburones que se capturaban hace 40 y 50 años, época de los trabajos pioneros sobre su pesca en México, podría corroborar la presencia histórica de los grandes tiburones en nuestras aguas marinas. Como el tiburón tigre (Galeocerdo cuvieri), el gran tiburón martillo (Sphyrna mokarran), el tiburón prieto (Carcharhinus obscurus), el tiburón limón (Negaprion brevirostris), las gatas (Ginglymostoma cirratum) y otras especies que conformaban parte de la diversidad de los peces cartilaginosos en nuestras costas.

Pero, ¿cuáles son las probables causas de esa llamada “extinción comercial” de las grandes especies de tiburón? La respuesta no es fácil. Muchos colegas podrían decir que la pesca excesiva en nuestras costas ha sido la causa principal de la disminución dramática de tales poblaciones. Yo agregaría lo siguiente: el rápido crecimiento demográfico registrado en el país las últimas décadas generó un sostenido incremento de las actividades humanas en las costas, y por ende en la pesca. La curva histórica de la producción de tiburón en México se liga a nuestro crecimiento demográfico.

Hoy no sólo la pesca es intensa en algunas regiones, también lo es la mancha de crecimiento humano. Por ejemplo, en Sinaloa, entidad famosa por su pesca de camarón dentro y fuera de sus extensas bahías y lagunas costeras. Fue uno de los primeros lugares donde se pescaron tiburones. Sus costas eran verdaderos criaderos naturales de diversas especies marinas.

Hoy sabemos que esas zonas eran áreas de crianza y de refugio natural de muchas de las especies de tiburones que hoy ya casi no podemos ver. En dichas “pozas” naturales, libres de depredadores, las hembras preñadas de tiburones daban a luz a sus crías, que luego se alimentaban de toda esa enorme riqueza biológica que las caracterizaba, lo que les permitía crecer rápidamente.

En la actualidad, esas áreas naturales se encuentran bajo un intenso régimen de uso, como la pesca, la acuacultura y el desarrollo portuario-turístico, todas ellas actividades que impulsan los gobiernos municipales y estatales para generar mayores oportunidades de crecimiento y darle apoyo a las maltrechas economías locales.

Pero el precio que el medio ambiente está pagando es muy alto. Si las evidencias sobre la “filopatría” en los tiburones es cierta (la tendencia de los individuos a regresar al lugar donde nacieron, Hueter et al., 2005), estas áreas de un gran valor evolutivo para dichas especies se han ido perdiendo y no tenemos ni la menor idea de la magnitud del impacto negativo que ocasiona en las poblaciones de estos animales.

Quizá la ausencia de las grandes especies en las capturas comerciales sea un reflejo de esta situación.

También sabemos que las grandes especies de tiburones son las más frágiles desde el punto de vista biológico, son las más longevas, las que alcanzan su madurez sexual muchos años después, crecen a un ritmo sumamente lento, y desgraciadamente, producen pocas crías por camada (Walker, 1998).

Tales “características demográficas” impiden que dichas poblaciones puedan sustituir rápidamente aquellos individuos que son extirpados por la pesca o que mueren por efecto de las diversas actividades antropogénicas, lo que genera un desequilibrio en la tasa de renovación natural de dichas poblaciones.

En otras palabras, los peces muertos empiezan a superar en número a los recién nacidos. Se ha documentado que los peces de mayor edad y tamaño de las principales especies marinas han sido extirpados paulatinamente por las pesquerías. Porque son los de mayor valor económico, pero también son los más fecundos, lo que también estaría afectando la tasa de renovación poblacional de las especies. Es muy probable que con los tiburones suceda lo mismo.

Según los especialistas, la “extinción comercial” de las especies precede a la extinción biológica, lo que ya ocurrió con algunas especies marinas de importancia comercial el siglo pasado (Dulvy, et al., 2003). Pero eso no pasa únicamente con los tiburones en México: se observa en todo el mundo.

Según Myers y Worm (2005), en los últimos 50 años la sobreexplotación pesquera ha reducido más de 90 por ciento de la abundancia de las poblaciones de los grandes peces depredadores (atunes, tiburones, picudos y lenguados).

Fotografías de Ramón Bravo de varios tiburones tintorera (Galeocerdo cuvieri) capturados en Holbox, Q. Roo (1975).

Por esta razón, México debe sumarse al reducido pero creciente grupo de naciones que han implementado planes de manejo pesquero que aseguren una pesca responsable y sustentable de tiburones.

Nuestro país no puede darse el lujo de mal aprovechar sus recursos marinos, pero debe hacerlo en forma racional y ordenada. Existen evidencias concretas de que las poblaciones de tiburones están siendo impactadas, disminuidas, por las actividades que desarrollamos en nuestros litorales, principalmente por la pesca.

Esa situación ha sido el detonante, el origen de la Norma Oficial Mexicana NOM-029-PESC-2006 y que debe entrar en vigor el próximo 15 de mayo. Todas y cada una de las medidas ahí estipuladas tienen como objetivo fundamental ordenar, regular y administrar su aprovechamiento, así como proteger y conservar aquellas especies de tiburones que merecen un cuidado especial, como son el tiburón blanco (Carcharodon carcharias), el ballena (Rhincodon typus) y las mantarrayas (Mobulidae).

La NOM es el mejor instrumento que hasta el día de hoy se ha plasmado en el papel para revertir la situación negativa que impera en las pesquerías de los tiburones en el país. El texto de la misma ha sido el resultado de una amplia exposición y discusión de ideas y propuestas de la gente que tiene interés en los tiburones, y en las especies con las que comparten el ecosistema marino.

No ha sido fortuito alcanzar el acuerdo final, ha sido verdaderamente desgastante lograr consenso entre la mayoría de los grupos de usuarios e interesados. Son casi 10 años desde que se planteó la necesidad de la NOM.

Pero la NOM permitirá a las autoridades pesqueras establecer reglas claras para controlar y reducir la pesca excesiva de estos maravillosos animales, protegiendo sus áreas naturales de crianza y de refugio, evitando la muerte “accidental” de otras especies frágiles como tortugas marinas, ballenas y delfines, entre otros.

Es probable que la NOM-029 por sí sola no detendrá a partir del 15 de mayo las prácticas no sustentables de la pesca de tiburón, pero permitirá detectarlas, denunciarlas y sancionarlas.

El mensaje que lleva su publicación en el Diario Oficial de la Federación es claro y contundente: “los tiburones son importantes para México, haremos lo necesario para conservarlos”.

Démosle pues una oportunidad a este instrumento normativo de ser probado, de someterlo a la realidad, de evaluarlo. Los tiburones bien merecen esta oportunidad, ¿no cree usted?

Articulista: José Leonardo Castillo-Géniz, jcastillo@cripens.inp.gob.mx

Fuente: La Jornada Ecológica

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