Biodiversidad

El absurdo de tratar a los animales de gays, lesbianas o transexuales

Muchas veces atribuimos conductas humanas a los animales y nos equivocamos medio a medio

Somos parte del reino animal, pero nuestra cultura y moral han intervenido tan mayúsculamente que parecemos no pertenecer del todo. Por eso atribuir valor a las conductas animales y categorizarlas según nuestro criterio humano resulta ser un error. Esto pasa con mayor frecuencia en los medios de comunicación amarillistas que han venido titulando de forma rimbombante el descubrimiento de varios matrimonios homosexuales.

A pesar de esta interpretación de la costumbre de las hembras albatro de construir nidos juntas y compartir las responsabilidades de la crianza, científicos aseguran de que no se trata de lesbianas. Los biólogos Andrew B. Barron y Mark JF Brown escribieron un hilarante estudio en la revista Nature en donde dejaron en evidencia lo ignorantes que somos al atribuir condiciones sexuales a los animales.

Los animales no pueden ser gays, lesbianas o transexuales. Cada una de estas categorías contiene una poderosa carga de significado social. Menos aún la última, ya que un animal no se someterá a terapia de hormonas y menos a cirugías.

Los biólogos como Joan Roughgarden (autor de Arco iris de la evolución) y Bruce Bagemihl (autor de Exuberancia biológica) han argumentado que puede ser instructivo revelar que el comportamiento sexual con individuos del mismo sexo se produce en toda la naturaleza. Los seres humanos que prefieren parejas del mismo sexo no son “malos”, o “no-natura”, sino que simplemente se comportan de la manera en que muchos animales lo hacen.

Roughgarden señala que la existencia de muchas transformaciones sexuales en la naturaleza —de los gusanos hermafroditas que siendo del sexo masculino se camuflan como mujer— ayuda a poner la sexualidad humana en perspectiva. La diversidad sexual en la naturaleza nos recuerda que la diversidad sexual humana no es una aberración, puesto que sería ridículo menoscabar la aptitud evolutiva de los seres.

Para el conservador científico británico George Murray Levick, los pingüinos vivían en permanente “perversión, vandalismo y depravación”. Esto ocurrió tras su expedición a la Antártida en 1913, y demuestra el ridículo afán de transferir humanidad a la vida “salvaje”. Fue tan escabrosa la investigación que se censuró por 99 años. En ella se describía, incoherentemente, a desatados pingüinos violadores, necrófilos y homosexuales.

Fuente: Veo Verde

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