Parte I Parte II
Por: Carlos Micilio*
Hace muchos años que me vengo desarrollando en numerosos países latinoamericanos y europeos, a través de dar conferencias, con proyectos, propuestas, colaboraciones y artículos en donde siempre dejé claramente fijada mi posición ante la problemática de los residuos. Persistentemente sostuve mi punto de vista ante diferentes escenarios (políticos, académicos y empresariales) sin temor, fundamentado, de quedar al escarnio público por impulsar la educación como los reales cimientos de todo diseño de políticas públicas relacionadas al tratamiento de los residuos.
No siempre conté con la recepción esperada, ya que plantear la educación ambiental y la concientización urbana por encima de la mercadología ambiental, la automatización, los cada vez más sofisticados camiones recolectores, es de pocos, o de locos, créanme.
No estoy para nada en contra de todo avance que vaya direccionado en pos de la sustentabilidad ambiental, pero no dejemos de lado cosas absolutamente importantes que ayudarían, y no se contemplan con la misma energía —y dinero— que se piensa en ello.
¿Somos una minoría? ¿Somos un grano de arena, en este universo de propuestas, remediaciones, automatizaciones, proyectos, intereses económicos? Sí, puede ser, pero no olvidemos que pertenecer a esa minoría, no nos hace menos, y un grano de arena, me viene a que muchos granos de arena… hacen una playa. Es más sencillo claudicar, que seguir insistiendo por todos los medios que uno pueda tener acceso. No es fácil, pero no es imposible.
Tomó tiempo el volver a escribir. Tiempo, en el que seguí de cerca, con investigaciones personales y con la colaboración de numerosos y prestigiosos profesionales, universidades y organizaciones que están en el mismo tema o ¿debería decir en la misma lucha?
Comunidades, organizaciones sociales, industrias, tecnólogos, para impulsar proyectos y programas para corregir todo tipo de conductas, posturas, tendencias. No olvidemos que la investigación, los proyectos y los seguimientos que se hacen sobre lo propio y lo ajeno, no le es taxativo a las universidades. Nosotros venimos hace muchos años trabajando y recorriendo todos los escenarios posibles (dando nuestra posición en congresos internacionales, a través de artículos donde somos formadores de opinión (no respondemos a ningún interés comercial o corporativo), aconsejando a los municipios, revertiendo conceptos, proponiendo a las organizaciones sociales, a los tecnólogos, a todos) sobre el tratamiento que se le da al “tratamiento” —valga la redundancia— de los residuos, su generación, manejo y destino final. ¿Qué decir que no haya dicho..? Lamentablemente estas líneas, o reflexiones, tienen la vigencia del anacronismo con que todavía se sigue procediendo.
“La sabiduría consiste en saber cuál es el siguiente paso… la virtud es… llevarlo a cabo” (David Jordan. Educador estadounidense)
Si la cultura de masas es hoy insoslayable como dato de la realidad, ello no implica que lo ineludible deba ser inobjetable. Esto, que pareciera un enunciado falaz, no es otra cosa que el fiel reflejo de una realidad latinoamericana, del lugar que ocupa la educación en el tratamiento de los residuos. Muestra de ello son —entre otras cosas— los todavía existentes botaderos, basureros a cielo abierto o pasivo ambiental, como lo quieran definir. Debemos asumir que éstos no son sólo responsabilidad de las autoridades gubernamentales, ya que nosotros somos absolutamente responsables (entre otros ejemplos), cuando “le damos dinero para que los carros se lleven nuestros desperdicios” ¿Qué pensamos?
El problema lo tenemos todos, como país, como región, como sociedad, ya que no podemos medir que la problemática está solucionada por algunas “pruebas piloto” o porque en mi cuadra o barrio no tengamos ese problema (casi siempre, suele tenerse en mejores condiciones, a las principales avenidas y calles más selectivas de la ciudad).
Convengamos pues, que más allá de los enunciados formales, aún el sistema gubernamental regional no ha dado fehaciente cabida a esta concepción en un sentido abarcativo a TODA una sociedad, sin distinción social. La educación y la capacitación o instrucción que se le debe dar a la comunidad, debe ser como un espacio para reflexionar las acciones personales y colectivas, debe servir para acompañar a la transformación de los sistemas y diseños de políticas públicas de los residuos… como si la educación no fuera parte del tratamiento que se le debe dar a los residuos.
Es público y notorio que siempre nos encontramos con la pared de no poder implementarla por problemas de presupuesto. Nos es tan así. No se necesitan movimientos enormes de dinero. Se puede utilizar al mismo personal de planta que no en todos los casos está ocupado en un ciento por ciento. Se puede utilizar para divulgarlos (a través de campañas publicitarias) a los mismos medios que se utilizan para propagandas políticas. El tema, o la traba que representa, es que los resultados de una campaña de concientización, se ven a largo plazo.
“Un hombre, no es otra cosa… que lo que hace de sí mismo” (Jean Paul Sastre. Filósofo francés)
Existe una conducta contradictoria de la sociedad hacia SUS residuos. No los quiere, pero los produce. No lleva bolsas para sus compras, pero las que recibe en exceso no lo preocupan. No renuncia a patrones de consumo excesivo ni acepta las consecuencias. No acepta separar en su domicilio, pero no desea pagar por lo que no hace, pero, en muchos casos, deslinda su responsabilidad en los cartoneros (o recicladores urbanos). Éstos, por otro lado, siguen teniendo significativa importancia en el manejo de los mismos, ya que la gente ve en ellos… algo que deberían hacer ellos y les soluciona… parte de los problemas.