Cambio climático

Las sequías: cuando cesa el llanto del cielo…

“Cuando cesa el llanto del cielo, comienza el de los hombres.» Esta frase, que con sus variantes hemos escuchado en algunas de las regiones de México más azotadas por el flagelo de las sequías, nos sirve para ilustrar el tono dramático, trágico incluso, que puede llegar a adquirir este fenómeno no sólo en nuestro país, sino en todas las zonas del planeta en donde se padece el mismo problema.

Y aunque las sequías son sucesos naturales que pueden ocurrir en cualquier lugar del mundo, hasta en los más húmedos, existen, como veremos más adelante, amplias franjas territoriales alrededor de éste, especialmente sensibles a los efectos negativos que acompañan a una prolongada escasez de lluvias y de humedad en los suelos.

Gran parte del territorio mexicano (entre 50 y 80 por ciento, dependiendo del criterio que se utilice para su clasificación) se encuentra bajo la influencia de estas franjas climáticas, ubicadas en los subtrópicos, lo mismo que casi una sexta parte del total de la superficie terrestre; de ahí que todo lo relacionado con la sequedad del suelo por falta de precipitación (definición exacta del término aridez) nos concierna de especial manera.

Si bien es cierto que el tipo de noticias y de situaciones relacionadas con las sequías deja poco lugar al optimismo, no debemos olvidar, por ejemplo, que muchas de las culturas y religiones dominantes del mundo moderno, el islamismo, el judaísmo y el cristianismo, tienen su origen en las zonas áridas y que, dada la capacidad del hombre para aprovechar aun las condiciones más adversas, no podemos ni debemos descartar a estas extensas regiones como territorios recuperables para el desarrollo incesante de la humanidad.

Por eso queremos enfocar este artículo, principalmente, a lo que sí se puede hacer y se está haciendo en varios países, incluido el nuestro, para prevenir y afrontar, y no sólo contar y paliar, las consecuencias desastrosas que la falta de lluvia arroja.

Para este fin hemos dividido nuestra colaboración en dos partes: en esta primera analizaremos de manera general lo que la ciencia ha podido indagar sobre el fenómeno; posteriormente, en la segunda parte, echaremos un vistazo a los proyectos que, con diferentes niveles de éxito, se han aplicado en Estados Unidos, Israel, India, China, Australia, España, Rusia, Nueva Zelanda, Brasil y México.

Pocas noticias buenas

A manera de adelanto mencionaremos ahora algunas de las medidas que se han tomado a gran escala: la conducción y almacenamiento de grandes cantidades de agua hacia las zonas áridas y semiáridas; audaces sistemas de riego; verdadero uso racional del agua; reforestación adecuada para evitar la erosión del suelo; control del sobrepastoreo; utilización de cultivos y técnicas agropecuarias idóneas para las zonas secas; reciclamiento de aguas de desecho; originales proyectos con tecnología de punta para la desalinización del agua de mar.

La cantidad de noticias malas que acompañan a las sequías es tal, que poco a poco vamos perdiendo noción de la magnitud del problema y, ante la saturación, empezamos a aturdirnos.

¿Qué podemos hacer cuando leemos que más de 80 por ciento del territorio nacional es zona de riesgo por la escasez de agua, con altos niveles de miseria y marginación; que la sequía de 1997, asociada al fenómeno de El Niño le costó, sólo a México, 14 mil millones de pesos; que los mexicanos dependemos en 60 por ciento del agua depositada en el subsuelo pero que ésta se está agotando debido a que el ritmo de explotación es mucho mayor que el que necesitan los mantos acuíferos para recargarse?

Aunado a todas estas malas noticias se nos presenta también otro panorama, no menos desolador: que el planeta se está calentando; que el CO2 producido y arrojado a la atmósfera por la actividad industrial humana es el culpable de este calentamiento; que el agua escaseará; que los bosques están desapareciendo; que la desertificación avanza e incluso, se nos insinúa que en un futuro medianamente lejano, la Tierra podría asemejarse a Marte, planeta totalmente muerto en la actualidad y en donde se cree que hace varios millones de años corrían grandes ríos y mares los cuales, se presume, habrían posibilitado la existencia de algún tipo de vida.

Si a todo esto agregáramos sólo alguna noticia como que la sequía en la zona del Sahel africano en la década de 1980 produjo hambruna a cerca de 35 millones de personas, además de cientos de miles de muertos, quizá no sólo sea explicable, sino necesario que cerremos los periódicos, nos neguemos a seguir escuchando los noticieros y huyamos despavoridos a encerrarnos en algún lugar donde no sepamos más de todas las catástrofes que nos amenazan y ante las cuales no podemos hacer nada.

Evitar amarillismo

El saber un poco más sobre la verdadera naturaleza de la sequía, quizá no cambie la gravedad de sus consecuencias pero sí, tal vez, nos haga menos vulnerables a algunos enfoques amarillistas y desinformativos que ciertos medios prefieren darle al tema por la sencilla razón de que así se vende más o aumenta su rating.

La definición del término sequía no es tan sencilla como parece. El meteorólogo mexicano Walter Ritter nos dice que existen casi tantas definiciones como publicaciones han salido a la luz y que hablan de este tema.

El órgano informativo del Sistema Nacional de Protección Civil acepta la siguiente: la sequía es un fenómeno meteorológico que ocurre durante uno o varios meses cuando la precipitación pluvial es menor que el promedio y afecta adversamente a las actividades humanas.

Esta misma revista cita otras definiciones entre las cuales es conveniente destacar la que subraya el enfoque hidrológico: déficit de agua pluvial y de escurrimientos superficiales y subterráneos; y la del enfoque agronómico: periodo de tiempo durante el cual la humedad en el suelo es insuficiente para producir una cosecha.

El investigador Enrique Florescano acota al respecto que: «la sequía nos preocupa sobre todo porque afecta la vida de los seres humanos, destruye sus fuentes básicas de alimentación y provoca desórdenes en su vida social y política».

Con todas estas explicaciones podemos tener los principales elementos que van implícitos con las sequías: escasez de lluvias, disminución de aguas subterráneas y superficiales, insuficiente humedad en los suelos para soportar cultivos y mantener los ganados, abatimiento de las actividades económicas, miseria, marginación, hambre, migración, inestabilidad social y política.

Sequía por actividad humana

Aunque la sequía es un fenómeno básicamente natural, es decir, es producto de eventos y circunstancias propios de las fuerzas de la naturaleza, tiene también un componente derivado de la actividad humana el cual, aunque produzca un impacto incomparablemente menor que el de los otros, viene, sin embargo, a agravar los ya de por sí dramáticos efectos de la falta de agua.

Las zonas áridas del planeta, es decir, aquellas en las cuales la falta de lluvias provoca una permanente sequedad del suelo, se encuentran situadas en la banda que va de los 30 a los 40 grados de latitud norte y sur.

En un mapamundi podemos observar que todas las zonas desérticas y semidesérticas del planeta están en la misma banda latitudinal, tanto al norte como al sur del ecuador: los grandes desiertos del norte y sur de África, de Australia, de Asia y del norte y el sur de América.

Estas regiones, que se localizan dentro de la zona subtropical, tienen como principal característica el estar limitadas por una franja permanente de alta presión, la cual es, en este caso, el factor que condiciona primordialmente la falta de lluvias.

El mecanismo es el siguiente: cuando la energía del sol calienta alguna porción de la superficie terrestre, provoca que el aire se eleve y entonces, al pesar menos, produce una presión menor sobre el suelo. Decimos entonces que existe un área de baja presión hacia la cual sopla el viento. Recordemos que los gases fluyen de donde hay más presión hacia donde ésta es menor.

Cuando la capa del aire a ras de suelo es fría, permanece en el nivel de la superficie, pesa más y produce una presión mayor en el suelo. Tenemos entonces un área de alta presión desde donde sopla el viento.

Zonas sensibles

Para que exista lluvia el aire caliente que contiene la humedad en forma de vapor obtenida de mares ríos y lagos, debe poder ascender a las capas superiores de la atmósfera, en donde al enfriarse se condensa la humedad provocando su precipitación en forma de lluvia. La presión alta simplemente no permite este ascenso y por lo tanto no pueden formarse las nubes cargadas de humedad y la precipitación pluvial no es posible.

Existen, diseminadas por todo el planeta, enormes zonas semipermanentes de bajas y altas presiones, llamadas celdas ciclónicas y anticiclónicas, respectivamente. Las regiones que son afectadas por las celdas de baja presión son muy húmedas; un ejemplo es la comprendida entre los trópicos y el ecuador: la zona tropical.

Los lugares en donde las celdas de alta presión dejan sentir su influencia se encuentran principalmente en los subtrópicos y se caracterizan por sus regiones áridas, semiáridas, desérticas y subhúmedas. Como ya lo mencionamos, aunque una sequía puede ocurrir en cualquier punto del planeta, dentro de la región subtropical, especialmente en las porciones occidentales de los continentes, están las más sensibles a este fenómeno.

A nuestro país le tocó en suerte que casi la mitad de su territorio, la situada en la porción norte, se vea afectada por la franja de celdas semipermanentes de alta presión situadas, como ya vimos, entre los 30° y 40° de latitud norte y sur que coincide con la latitud de la parte septentrional de México. Estos efectos pueden, sin embargo, acentuarse o mitigarse por otros factores naturales como son la altitud y la orografía.

Junto con las celdas semipermanentes anticiclónicas se presentan otras circunstancias que también influyen en la escasez de precipitaciones. Éstas son:

• Las corrientes marinas frías, que precisamente por la baja temperatura en su superficie no proveen la energía necesaria para el levantamiento del aire que se requiere en la formación de nubes de lluvia. Es curioso observar que estas corrientes frías siempre ocurren en los océanos situados al oeste de los continentes, de ahí que en este lado se encuentren las porciones territoriales más afectadas por la sequía, dentro de los mismos subtrópicos.

• Los sistemas montañosos de gran altura cercanos a las costas, que actúan como barreras que detienen los vientos cargados de humedad provocando grandes precipitaciones del lado de la costa y sequedad del lado contrario.

• Los suelos carentes de vegetación, los cuales reflejan una gran cantidad de la luz solar que reciben y que emiten de nuevo a la atmósfera, produciéndose el mismo fenómeno de las corrientes marítimas frías, es decir, no generan la energía calórica necesaria para provocar el levantamiento de aire requerido para la formación de nubes de lluvia.

• Se ha encontrado una relación entre la ocurrencia del ENSO (El Niño-Oscilación del Norte) tanto en su parte cálida (El Niño) como en su fase fría (La Niña) y la ocurrencia de sequías y excesos de lluvias atípicas.

Sequías, ¿por el calentamiento de la tierra?

Por otro lado, el impacto directo que la actividad humana tiene sobre el fenómeno de la sequía es un tema polémico: existe una fuerte corriente científica que afirma que la sequía se está acentuando debido al calentamiento global en el planeta, que a su vez es provocado por la emisión de los gases de invernadero, sobre todo CO2, por la actividad industrial.

El maestro Florescano opina que la sequía se relaciona más bien con un enfriamiento del planeta que con un calentamiento y que, en todo caso, la emisión de gases de invernadero por parte de la actividad humana sólo explicaría los últimos 150 años, mientras que la sequía es un fenómeno recurrente y milenario (recordemos que hace tan sólo unos ocho mil años el actual desierto del Sahara estaba cubierto de vegetación y de fauna propias de un clima templado).

No obstante, la responsabilidad indirecta del hombre tiene varios aspectos dentro del fenómeno en su conjunto: el rápido aumento de la población en algunas regiones áridas ha traído como consecuencia una mayor demanda de alimentos, agua y demás recursos que ha provocado una sobreexplotación de lo poco que ya existía, produciéndose el agotamiento paulatino de los pozos de donde se extrae el agua del subsuelo y el cansancio y pérdida de las escasas tierras de cultivo.

Asimismo, el sobrepastoreo provoca que el ganado acabe con los pastos que dan cohesión a los terrenos y que destruya con sus pezuñas los retoños que podrían entrampar el suelo, permitiéndose así la erosión por el viento y la pérdida de las capas nutritivas del suelo, al mismo tiempo que la utilización de los arbustos y demás tipo de vegetación como combustibles ha generado la deforestación, con la consiguiente erosión del suelo y su degradación en desierto.

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