Cambio climático

El impacto del clima en la salud a lo largo de la historia de la humanidad

En esta tercera contribución, relacionada con el impacto del clima sobre la salud humana, particularizaremos en algunos de los efectos que ejerce la temperatura.

A lo largo de la historia, el hombre ha sido consciente de que el clima y el tiempo afectan a la salud y el bienestar. Hace ya 2,500 años, Hipócrates escribía acerca de las diferencias regionales en el clima y su relación con los estados de salud.

En muchas partes del mundo, los refranes contienen verdades y creencias acerca de los efectos que las estaciones y las fluctuaciones del tiempo ejercen sobre la salud tanto física como mental. Las fiebres (entre las cuales, en los siglos pasados, se han incluido diversas infecciones como la malaria) variaban con las estaciones, al igual que lo hacen los estados de ánimo y diversos trastornos psicológicos. En invierno se manifiestan diversas enfermedades y dolores de articulaciones y las olas de calor pueden debilitar e incluso matar.

El aparente incremento de la inestabilidad de los patrones atmosféricos en muchas partes del mundo en los últimos años, los nuevos conocimientos sobre los fenómenos recurrentes tales como El Niño, que influyen en el tiempo mundial, y la evidencia de que el clima global está cambiando, posiblemente como respuesta al aumento de los gases de efecto invernadero en la troposfera, han centrado la atención en las consecuencias actuales y potenciales sobre la salud, por lo que el fascinante tema del tiempo, el clima y la salud está pasando a un primer plano.

Este complejo tema de investigación no puede ser afrontado desde la perspectiva de una sola disciplina. Para ello es necesaria la aportación de muchas otras como la climatología, la geografía, la epidemiología, la fisiología o la antropología, lo que representa un reto cada vez mayor para las ciencias relacionadas con la salud pública.

Los epidemiólogos tradicionalmente han visto las influencias del tiempo y del clima sobre la salud como parte de un fondo natural de la vida, como algo que hay que ajustar estadísticamente cuando se estudian, por ejemplo, los efectos observados sobre la salud de las fluctuaciones de los niveles de contaminación urbana o de las variaciones de la dieta. Así que, la epidemiología moderna ha tenido muy poco interés en los efectos sobre la salud de las variaciones climáticas por sí mismas. No sólo es que las variaciones climáticas no pueden ser moldeadas por el control medioambiental, sino que al mismo tiempo, sus relaciones con la salud normalmente sólo pueden ser estudiadas en comunidades o poblaciones en su totalidad.

Dado que la investigación epidemiológica se ha dedicado casi en forma exclusiva al estudio de los factores de riesgo a escala individual (por ejemplo: fumar, beber, tipos de dietas y trabajo, prácticas sexuales, enrarecimiento del aire en locales cerrados, entre otros), ha habido muy pocos intentos en los últimos años de estudiar factores de ámbito comunitario como son el tiempo y el clima. Pero por fin esto está cambiando.

El hombre, como todas las demás especies, está adaptado al clima en el que vive y a diferencia de otros grupos, las poblaciones humanas, durante miles de años, se han dispersado fuera de sus zonas climáticas de origen, desarrollando diferentes culturas y nuevas tecnologías para asegurar su adaptación a otros climas poco familiares. La capacidad humana para adaptarse a una gran variedad de climas y ambientes es considerable.

Las diferencias fisiológicas y de comportamiento entre las culturas se han desarrollado a través de milenios, como consecuencia de la exposición a un gran número de regímenes climáticos diferentes. Los innuit, por ejemplo, que habitan en el Círculo Polar Ártico, son capaces de soportar fríos intensos mediante la adaptación y forma de vida, en donde la elección de vestimenta y dieta son prioritarios.

La temperatura del aire que nos rodea es el factor más importante para el confort humano. En la mayoría de los hogares, la temperatura interior se encuentra entre los 17 y los 31 gados centígrados, y los seres humanos no pueden vivir confortablemente fuera de ese intervalo de temperatura, con un margen de tolerancia individual normalmente inferior a éste, y que tiende a hacerse menor con la edad y las enfermedades.

El confort también depende de otros factores, tales como la humedad, el viento y la insolación. La humedad, en particular, tiene un efecto marcado sobre nuestra percepción de la temperatura. Cuando hace calor, el viento tiene un efecto significativo sobre nuestro bienestar, a diferencia de cuando hace frío en que el viento viene a incrementar nuestra sensación de bajas temperaturas.

Se han hecho muchas investigaciones sobre el desarrollo y mejoras en las formas de medir las reacciones humanas frente al tiempo atmosférico, y aunque varios de los estudios han tratado de evaluar el malestar en invierno (tales como usar índices de enfriamiento del viento), la gran mayoría de los registros evalúan el impacto del calor sobre los individuos y toman en cuenta la temperatura o la humedad o una combinación de ambas.

En la actualidad, se está perfeccionando cada vez más la descripción y cuantificación de los fenómenos atmosféricos extremos sobre la salud. Recientemente, se han llevado a cabo estudios metódicos sobre las muertes asociadas a las olas de calor en diferentes países, y ello ha permitido comprender por qué las poblaciones de algunas ciudades son más vulnerables que otras, y cuál es el motivo por el que algunas poblaciones muestran diferencias en el incremento de la mortalidad diaria cuando se sobrepasan determinadas temperaturas críticas, ¿cuál es la razón por la cual las poblaciones urbanas, en general, son más vulnerables que las poblaciones rurales? y, hasta qué punto el exceso de mortalidad que presenta el colectivo de personas con un frágil estado de salud, se debe a un advenimiento prematuro de la muerte por motivos relacionados con el calor. Hemos aprendido también que ciertos tipos de masas de aire son más peligrosos para la salud que otros y que esto, además, es específico de cada lugar.

A medida que las temperaturas se alejan del margen de tolerancia humana, el estrés térmico conduce progresivamente a una mayor incomodidad con estrés fisiológico, aparición de enfermedades, e incluso puede provocar la muerte. El calor puede causar varios síndromes clínicos, como el golpe de calor, que ocurre cuando la temperatura corporal interna excede de los 40.6oC y que normalmente es mortal, o la deshidratación por calor, que se produce después de varios días como resultado de la reposición inadecuada de agua y sales, la cual, por el contrario, no suele ser fatal.

En un año normal, pocas personas mueren por golpes de calor, haciéndose cada vez más patente que el tiempo cálido puede incrementar la propensión a fallecer por otras causas.

Durante las olas de calor en Estados Unidos y Europa, los fallecimientos por todo tipo de causas aumentan, y es la relación entre la mortalidad humana y el estrés térmico mucho más elevada de lo que cabría esperar.

Durante los periodos de tiempo inusualmente cálidos, las muertes por todo tipo de motivos pueden aumentar más del 50 por ciento del nivel normal. Algunas de estas muertes se deben a una aceleración en la fecha de fallecimiento de personas gravemente enfermas, aunque muchas otras, sin embargo, no habrían ocurrido en ausencia de la ola de calor.

Los ancianos son más vulnerables a los efectos del estrés térmico. Diversos estudios han demostrado que el exceso de mortalidad atribuible a las olas de calor es más alto en personas mayores de 65 años, aunque puede ser la presencia de problemas de salud y no la edad en sí, lo que determine la sensibilidad al calor.

Entre los factores fisiológicos que incrementan la vulnerabilidad al estrés del calor se incluyen enfermedades crónicas (por ejemplo: enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares); alteraciones dermatológicas que debilitan la capacidad de sudar, dificultad para el aprendizaje y la demencia (la cual afecta el comportamiento), y cierto tipo de drogas, que deterioran la capacidad de regular la temperatura corporal (por ejemplo; tranquilizantes, antidepresivos o alcohol).

Las poblaciones de algunas ciudades son más vulnerables que otras a las olas de calor, observándose claros umbrales para el incremento de la mortalidad diaria cuando se superan temperaturas críticas (por ejemplo en Shangai), aunque no todas las poblaciones urbanas presentan estos efectos.

A partir de diferentes investigaciones en los últimos años, en el este de Estados Unidos se han desarrollado sistemas de vigilancia y de avisos de calor, para permitir dar alertas anticipadas a la población local y reducir la mortalidad y la morbilidad, es decir, el porcentaje de enfermos con relación a la cifra de población.

En el caso de México, no existen aún trabajos relacionados con esta temática que se hayan desarrollado para urbes como el Distrito Federal, Guadalajara o Monterrey, por citar algunas, por lo que no es posible mostrar un ejemplo de este problema.

Sin embargo, esto se hace patente en 3 ciudades del Reino Unido y es importante destacar que esto ocurre en un país que se localiza en una latitud bastante más al norte con respecto de México, por lo que podríamos imaginarnos lo que las olas de calor ocasionarían en países tropicales o subtropicales como el nuestro.

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