Cambio climático

El clima y el avance de la humanidad

Es interesante observar cómo ha evolucionado, a través del tiempo, la vieja polémica sobre la importancia del clima en el grado de avance o estancamiento de los diferentes grupos humanos a lo largo de la historia del hombre sobre la tierra.

Por un lado, hay quienes atribuyen a esa compleja combinación de frío, calor, humedad o sequedad que, en términos generales, llamamos condiciones climáticas, la mayor, si no es que toda responsabilidad, en lo relacionado a la energía y vitalidad de las sociedades que afecta; otros, en cambio, desestiman esta influencia imputándosela primordialmente a factores económicos, culturales, raciales, históricos o tecnológicos. La verdad, como siempre, se encuentra en un punto intermedio que involucra a todos los componentes.

El clima puede ayudar a entender la actitud de tal o cual comunidad en un determinado tiempo y lugar, pero de ahí a querer explicarlo todo basándonos sólo en este elemento, hay una gran diferencia.

En las primeras décadas del siglo XX se propagó en Estados Unidos una corriente seudocientífica conocida actualmente como la escuela determinista climática, cuyo principal guía y profeta fue el profesor Ellsworth Huntington de la Universidad de Yale, alimentada y alimentadora a su vez de enormes prejuicios políticos y raciales.

Su pensamiento simplista consideraba que, puesto que la civilización occidental, con sus grandes avances científicos y tecnológicos, se había generado con el estímulo físico y mental de las bajas temperaturas de los climas templados prevalecientes en Europa y Norteamérica y que, por el contrario, al ser el atraso y la miseria las características principales de los países situados dentro de la franja tropical (en el cual, por cierto, se encuentra una gran parte del territorio mexicano), con sus altas y aletargantes temperaturas y humedad, entonces el responsable de esta diferencia tenía que ser, necesariamente, el clima.

Esta miope visión no consideraba ni de dónde venimos ni hacia dónde vamos; difícilmente podía explicarse los altísimos niveles alcanzados por civilizaciones de climas cálidos como la mesopotámica (cuna de la civilización), la egipcia, la hindú o la maya, por mencionar sólo algunas y, de la misma manera, se le dificultaba enormemente comprender la existencia de una gran cantidad de comunidades humanas, afectadas igualmente por las bajas temperaturas de los climas templados, que podían clasificarse perfectamente como subdesarrolladas.

Esta premisa tampoco podría concebir que en la actualidad muchas de las sociedades que se encuentran en el campo de acción del clima de los trópicos, tradicionalmente pobres y rezagadas, se hallen inmersas en procesos productivos que las ubican dentro de las economías en ascenso más prometedoras del momento, como son Hong Kong y el sureste asiático, Brasil y, por qué no decirlo, nuestra propia República Mexicana.

Los detentores de esta teoría climática, que condena de antemano a los países de clima caliente al estancamiento social y económico, se encuentran en la misma posición que mantuvo un soldado romano hace más de 20 siglos, quien durante la invasión de los territorios que actualmente ocupan Inglaterra, Francia y Alemania, achacaba el atraso y salvajismo de las tribus bretonas, galas o germánicas, habitantes de aquellas tierras, al insoportable frío prevaleciente en la zona, en comparación con el agradable clima de la península itálica, y vaticinaba que esas regiones jamás se civilizarían debido a las inclementes temperaturas. Sobra decir que la historia no le concedió la razón ni a él ni a la corriente determinista climática.

Es obvio, sin embargo, que los diferentes tipos de clima ejercen un efecto sobre los individuos que, a la larga y combinado con los otros elementos ya mencionados, influirán positiva o negativamente sobre su conducta.

Tanto el frío como el calor extremos producen en la fisiología humana condiciones adversas. Nuestros cuerpos son como motores de combustión y el combustible proveniente de los nutrientes contenidos en los alimentos que ingerimos es quemado en las células, produciéndose la energía necesaria para el cumplimiento de nuestras funciones orgánicas, como son pensar, trabajar, digerir, respirar, etcétera. Por desgracia, no somos máquinas muy eficientes, pues sólo podemos convertir en fuerza de trabajo 20 o 25 por ciento de la energía producida por la combustión; el 75 u 80 por ciento restante se disipa del cuerpo en calidad de calor excedente. Mientras exista una temperatura adecuada en el ambiente nos deshacemos rápidamente de este calor y mantenemos una combustión activa en nuestras células; pero cuando la temperatura que nos rodea sube o baja demasiado, este proceso se ve afectado y nuestro cuerpo modifica automáticamente la combustión de los alimentos para adaptarse a las temperaturas ambientales desfavorables, de esta manera puede perder, conservar o ganar calor, según sea el caso.

Se considera, para los habitantes de las zonas templadas, que las temperaturas de los ambientes externos en las que sus organismos trabajan con mayor eficiencia no deben sobrepasar los 18°C ni ser inferiores a los 5ºC. El factor de aclimatación da unos pocos grados más a los habitantes de los climas calientes y algunos grados menos a quienes viven en los climas muy fríos. Sin embargo, se acepta que fuera de este margen, digamos entre 3 y 21 grados, se deben tomar medidas adicionales para evitar dificultades por la pérdida, conservación o ganancia de calor en el cuerpo.

Es interesante observar que una de las grandes motivaciones humanas ha sido la de paliar tecnológicamente las desventajas que cada determinado tipo de clima trae consigo. Podemos considerar dentro de esta línea de conducta a la invención del fuego, la utilización de pieles para cubrir los cuerpos, el uso de técnicas constructivas y materiales apropiados para los alojamientos, el empleo de materiales idóneos en las vestimentas, el desarrollo de la calefacción, la ventilación y la refrigeración, una alimentación idónea según las condiciones climáticas, el descubrimiento de sustancias preventivas o curativas de enfermedades relacionadas con las circunstancias ambientales hostiles y una interminable lista de acciones. Esta tecnología se ha desarrollado ya y seguirá desarrollándose, inexorablemente, tanto para los climas fríos como para los calientes, pues, como es lógico, no existe ninguno que pueda mantener indefinidamente las condiciones de confort que los organismos requieren para su funcionamiento.

En este punto, tenemos que citar el viejo adagio alemán que nos recuerda que no existen climas malos, sino personas vestidas inapropiadamente y habitaciones mal adaptadas.

La temperatura no es el único factor que afecta a los mecanismos de equilibrio calorífico de los humanos: la humedad ambiental es otro elemento de capital importancia. Una combinación de mucho frío y mucha humedad es bastante desfavorable, al igual que mucho calor y mucha humedad; también lo son, aunque en menor grado, las temperaturas muy altas y muy bajas con poca humedad. La cantidad de humedad relativa en la atmósfera que se considera óptima para los procesos humanos es de 60 por ciento y el índice de confort ideal en espacios interiores para habitación, estudio, trabajo o recreación, es de 18 a 21 grados de temperatura con una humedad entre 40 y 60 por ciento.

Además de la temperatura y la humedad, también los vientos, las precipitaciones, la radiación solar, la presión barométrica y la ionización son otros elementos del clima que influyen en la fisiología de los seres vivos, los cuales, a su vez, dependen de factores climáticos más constantes o característicos de cada localidad como altitud, latitud, distribución de las tierras y las aguas, orografía y tipo de suelo.

Tomemos el caso de la ciudad de México para observar cómo influyen algunos de esos factores en sus habitantes.

La ciudad de México se encuentra a 19 grados latitud norte, es decir, dentro de la zona tropical que abarca hasta los 23 grados latitud norte y sur, por lo que le correspondería un clima de tipo tropical, caliente y húmedo; sin embargo, su altitud es de dos mil 200 metros sobre el nivel del mar, aproximadamente, por lo que su clasificación climática es de templado subhúmedo, con una temperatura media anual de 15 a 16 grados en el valle y de 12 a 14 en las montañas localizadas en el sur, sureste y oeste de la metrópoli.

Estas temperaturas caen dentro del margen de 3 a 21 grados que antes mencionamos como ideales de comodidad ambiental para la fisiología humana.

La temperatura de nuestra gran urbe es 1 a 2 grados más fresca al pie de las montañas de la zona sur de la ciudad de México y las lluvias son más abundantes ahí que en la porción centro-oriente, debido precisamente a la distancia que mantienen con estas elevaciones de terreno; en enero, la temperatura mínima, que puede llegar a 0ºC fuera del área urbana de la cuenca, es 8ºC más alta en la ciudad ya que el suelo se encuentra recubierto de asfalto, el cual retiene una capa de aire tibio, constituyéndose así el fenómeno denominado islas de calor, concepto desarrollado por el meteorólogo mexicano Ernesto Jáuregui de cuyo libro El clima de la ciudad de México, hemos extraído los datos de este apartado.

Este mismo fenómeno provoca que en abril y mayo, cuando los cielos son despejados, la alta insolación eleve la temperatura hasta unos 29ºC promedio, llegándose a registrar temperaturas extremas de hasta 36 a 38 grados en junio y agosto que, aunque muy infrecuentes, se encuentran muy por encima del intervalo óptimo de 3 a 21 grados. Una humedad relativa promedio de 30 por ciento acompaña a las altas temperaturas de estos meses, esto facilita la libre transpiración de los habitantes del Distrito Federal, lo cual amortigua un poco las incomodidades que aquéllas provocan.

Aunque existen más datos interesantes sobre este tema, podemos concluir que la ciudad de México posee, en términos generales, un clima benigno y agradable, a pesar de sus extremos y de encontrarse situada dentro de la franja tropical; estas condiciones se reflejan, en la mayoría de los casos, en el bienestar de sus habitantes y en su disposición para la gran cantidad de actividades que ahí se desarrollan, aunque, como observamos antes, difícilmente existe una región en el mundo que posea índices climáticos permanentemente favorables. Es más, se considera a las grandes variaciones del tiempo, como un factor estimulante para el trabajo, en contraste con la monotonía que puede imponer la homogeneidad climática.

También en otras regiones del país se presentan circunstancias similares o aun mejores que las de la ciudad de México; entre ellas se encuentran extensas zonas del Bajío, de Puebla o del Estado de México, por mencionar sólo algunas.

Sin embargo no debemos negar que existen lugares de la República en donde el clima se presenta poco adecuado para la actividad humana, sobre todo en algunos meses del año, como pueden ser las localidades situadas en las tierras bajas, junto a los litorales, con sus altas temperaturas y humedad; o las del norte del país, con sus calores y fríos extremos y su gran ausencia de humedad (aunque quizá sus habitantes podrían no estar de acuerdo con esta aseveración). Ahí, no podemos más que admirar la pujanza y el espíritu de la gente para vencer, con la ayuda de la tecnología y un gran coraje, las condiciones climáticas adversas y hacer de esas áreas importantes centros de desarrollo de nuestro país y del mundo.

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