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¿Por qué no se deja de producir maíz en México?

Como anotó Arturo Warman (1988), “el maíz es un bastardo mexicano”; es la especie vegetal que se cultiva en más países; los que más lo siembran y producen son los más desarrollados (Estados Unidos, Europa y Canadá), aunque también en China, India, África, Brasil, México y Centroamérica la siembra es abundante.
Maximino Luna Flores

Como anotó Arturo Warman (1988), “el maíz es un bastardo mexicano”; es la especie vegetal que se cultiva en más países; los que más lo siembran y producen son los más desarrollados (Estados Unidos, Europa y Canadá), aunque también en China, India, África, Brasil, México y Centroamérica la siembra es abundante.

De 232 países registrados por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 2000, 115 sembraron más de diez mil hectáreas con maíz y 93 sembraron más de diez mil con trigo, que es el cultivo que le sigue al maíz como especie vegetal cultivada en más países. Si el maíz no fuera redituable de alguna manera, no se sembraría.

¿Por qué el cultivo de maíz se ha extendido a varios países? Porque genéticamente es una de las especies vegetales más productivas y porque su amplísima diversidad genética le permite adaptarse a diversos ambientes, y por su inmensidad de usos, lo cual hace del maíz un cultivo competitivo y sostenible.

No obstante lo anterior, en México siempre se han obtenido bajos rendimientos de maíz, entre otras razones porque 85 por ciento de la superficie se cultiva bajo temporal, de la cual 50 por ciento es ecológicamente de productividad baja o marginal, porque 92 por ciento de los productores siembran menos de cuatro hectáreas, los cuales, ya sea por falta de interés u otras razones de tipo socioeconómico y cultural, generalmente aplican tecnologías de producción tradicionales, que en muchos casos no son las más productivas. Por estos bajos rendimientos, varios macroeconomistas, políticos y otros profesionistas han venido repitiendo desde hace varios años que estos productores no deben sembrar maíz, pues invierten mucho en ello y pierden, que es mejor importarlo barato. Sin embargo, los productores lo siguen sembrando y produciendo, no obstante que más o menos 50 por ciento de las familias, por comodidad, compran tortillas empaquetadas (Sagar, 1998).

Desde hace 30 años, en México se siembran más de ocho millones de hectáreas en 2.75 millones de unidades agrícolas (INEGI, 1997), tanto de productores muy pequeños y pequeños como intermedios o empresariales, en condiciones ecológicas marginales, deficientes, regulares o buenas, y usando desde tecnologías tradicionales, como espeque, hasta tecnologías muy modernas, como la fertiirrigación.

México puede producir más maíz del que necesita para su consumo, y exportar o impulsar su industrialización, con competitividad, rentabilidad y sostenibilidad. Cuando ha habido necesidad, el gobierno mexicano ha llevado a cabo programas de apoyo a la producción de maíz, como lo hizo con el Plan Jalisco, en 1959; el Sistema Alimentario Mexicano, en 1979-1980; el Pronamat, en 1990, y el Procampo, en 1993. Con estos programas se elevaron sustancialmente, casi de un año al siguiente, los rendimientos unitarios y los volúmenes de producción de maíz. En el primer caso el rendimiento se elevó 56 por ciento en Jalisco; en el segundo, la producción nacional aumentó casi 50 por ciento, y en el tercero la producción nacional pasó de 12 millones de toneladas a 16 y luego a 18 millones, en la misma superficie cultivada.

¿Por qué esa inconsistencia en los programas y en la producción y no un incremento sostenido, acorde con el crecimiento de las necesidades nacionales de maíz? ¿Por qué siguen sembrando maíz los productores mexicanos?

El objeto de esta disertación es presentar información de la que el autor ha deducido lo señalado antes, y tratar de contestar algunas de las dudas anotadas, con el propósito de ver si México puede ser competitivo en la producción de maíz, tanto externa como internamente.

Producción mundialy nacional de maíz

La superficie cosechada, la producción y el rendimiento unitario de maíz del mundo se han incrementado a una tasa promedio de 0.8, 4.6 y 2.9 por ciento, respectivamente, desde 1961 a 2000; mientras que los volúmenes de exportación aumentaron a un ritmo de 16.9 por ciento de 1961 al quinquenio 1981-1985, y no obstante que de ese quinquenio al de 1996-2000 las variaciones en las exportaciones no fueron significativas, de 1961 al 2000 la tasa de incremento fue de 11 por ciento. El incremento de la superficie mundial se debe al crecimiento de la misma en países como China y otros de Asia y África (FAO, 2002). Los incrementos en los volúmenes de producción se deben al aumento de la superficie cosechada, pero más al incremento del rendimiento unitario, que ha sido importante en China y países subdesarrollados.

El país que más exporta maíz desde hace décadas es Estados Unidos, con más de 60 por ciento de las exportaciones mundiales. En ese país, las tasas de crecimiento de la superficie cosechada, producción y rendimiento en el mismo periodo antes indicado fueron de 0.62, 3.76 y 2.5 por ciento, respectivamente; el incremento de sus exportaciones creció a un ritmo de 15 por ciento de 1961 al quinquenio 1981-1985 y luego decreció. Al comparar las tasas de incremento mundiales con las de Estados Unidos, se puede observar que las de este último son menores, posiblemente por las medidas de control internas adoptadas por los productores de maíz de este país, para evitar grandes excedentes de este grano.

La superficie de maíz de Estados Unidos ha permanecido más o menos estable desde 1970; las variaciones en ella se deben tanto a que en algunos años se deja de sembrar porque las condiciones del temporal son inadecuadas o como medida de control por exceso de producción el ciclo anterior y exceso de reservas, y también por pérdidas incontrolables debidas a fenómenos climatológicos. No obstante que la tasa de incremento del rendimiento unitario de maíz de ese país fue más baja que la mundial, los rendimientos que obtiene son de los más altos del mundo, al igual que el de Canadá y varios países europeos (FAO, 2002), lo que los ubica como los de mayor productividad. Debido a su alto rendimiento unitario y a la gran superficie que cultiva con maíz, Estados Unidos produce 39 por ciento del volumen mundial de este grano, por lo que en general cuenta con grandes excedentes que tiene que colocar en otros países; así, su volumen de exportación de maíz representa 2.7 veces la producción de este grano en México.

Nuestro país es el cuarto país productor de maíz y también el cuarto en superficie sembrada, después de Estados Unidos, China y Brasil, no obstante que se siembra y produce mucho menos que en esos países y que los rendimientos son también mucho más bajos, ya que representan 3.3 veces menos que los de Estados Unidos, 2.5 veces menos que el de China y 1.5 veces menos que el de Brasil. Con todo, en México la producción creció a una tasa de 4.76 por ciento de 1961 a 2000; el rendimiento, a una tasa de 3.56 por ciento, y la superficie cosechada se mantuvo más o menos estable desde 1965, con los altibajos debidos a la menor superficie sembrada por razones de tipo climático, o a la menor o mayor superficie, debido a cambios en los apoyos gubernamentales, así como a pérdidas por sequía, heladas, inundaciones y otros factores de tipo biológico o ecológico.

En México, por el incremento de la población humana y de las necesidades de alimento para aves y ganado, desde 1970 se tuvieron que importar grandes volúmenes de maíz de manera continua, porque con la producción nacional de este grano no se cubrían los requerimientos del país. Es significativo que en 1967 México exportó un millón 254 mil toneladas de maíz, tres años después (1970) tuvo que importar 761 mil toneladas y en 1975, dos millones 637 mil. Estas importaciones fueron creciendo poco a poco; aunque algunos años se reducían, luego se volvían a incrementar significativamente. Por ejemplo, en 1982, después de iniciado el Sistema Alimentario Mexicano (SAM), solamente se importaron 371 mil toneladas, pero el siguiente se importaron cuatro millones 691 mil y en 1994, casi 2.5 millones de toneladas; los tres años posteriores inmediatos al inicio del Pronamat, precursor del Procampo, se importaron en promedio 980 mil toneladas, pero en 1995 se llegó a cinco millones 843 mil y de 1998 a 2000 el promedio de importación fue cinco millones 369 mil toneladas.

¿Por qué esos altibajos, cuando varios estudios indican que México puede ser autosuficiente en maíz y aun producir más de lo que necesita?

En la práctica, el mismo gobierno mexicano ha demostrado que con el apoyo necesario se puede elevar significativamente la producción maicera; sin embargo, como esos apoyos han sido circunstanciales y no continuos, ha habido épocas en que los volúmenes de producción se han elevado significativamente, como sucedió de 1980 a 1985 y de 1990 a 1995, y otras en que se mantienen estables o disminuyen, como sucedió de 1986 a 1989, por lo que las importaciones posteriores disminuyen o aumentan, respectivamente.

Lo más común es que los quinquenios de baja producción, o de producción semejante a la de los quinquenios anteriores, coincidan con altos volúmenes de importación, y los de alta producción coincidan con bajos volúmenes de importación, cuando debieran registrarse incrementos constantes, aunque no tan grandes como los registrados, por ejemplo, de 34 por ciento de 1989 a 1990, y otro inmediato de 16 por ciento de 1990 a 1992.

Investigadores indicaron desde hace 11 años que el país podía producir 22 millones de toneladas de maíz, y en 1996 señalaron que se podían producir hasta 26 millones. ¿Qué falta para que eso se pueda cumplir?, apoyos gubernamentales, como los otorgados algunos años con el SAM o el Pronamat y posiblemente mejores, pero sostenidos indefinidamente. ¿Por qué no se ha hecho esto? ¿Por inestabilidad de los programas nacionales de desarrollo? Por presiones comerciales y políticas, o por falta de interés en mejorar las condiciones de vida en el campo.

¿Por qué se sigue sembrando maíz en México?

Como se expresó antes, desde 1965 se cosecha en México más o menos la misma superficie de maíz cada año, no obstante que este grano se puede adquirir muy barato en Estados Unidos y otros países, a pesar de las campañas para que se deje de sembrar, de los incentivos para sembrar otros cultivos o hacer otras actividades, del apoyo a la agricultura de escala y a los agricultores que siembran grandes superficies, de las modificaciones al artículo 27 constitucional, etcétera.

Es muy conocido, al menos por ahora, que los agricultores del país continúan sembrando maíz, a pesar de que es posible conseguir este grano a precios casi 100 por ciento más bajos de lo que se dice cuesta producirlo en México; es conocida también la gran diferencia entre el subsidio que los países desarrollados dan a sus productores de maíz y el que se les da en México. Asimismo, es conocido el poco e ineficaz apoyo que normalmente en México se da en crédito para el uso de semillas mejoradas, fertilizantes y en general mejor tecnología de producción, para asistencia técnica, para organización, almacenamiento y comercialización del grano, etcétera. Con todo, apenas con el estímulo del Procampo, el cual representaba solamente 12.9 por ciento de los ingresos del productor medio (Angélica Enciso, La Jornada, 7/I/99), la superficie de maíz de riego pasó de menos de un millón de hectáreas en 1992 a 1.8 millones en 1994 y la de temporal de 6.6 millones a 7.3 en el mismo lapso, llegando a 9.1 millones, lo cual fue una cifra récord en el país.

En la actualidad se siguen sembrando alrededor de ocho millones de hectáreas con maíz, que es lo que aproximadamente se ha sembrado desde 1965. ¿Por qué lo siembran los productores? Con seguridad no conocemos la respuesta completa.

Según INEGI (1997), en México siembran maíz cada año 2.75 millones de familias, pero solamente 11 mil siembran más de 20 hectáreas (en promedio, menos de 400 por entidad federativa) y 92 por ciento (2.53 millones) siembran menos de cuatro hectáreas. El sentido común indica que ninguna de estas familias vive solamente de la siembra de maíz, pero, por lo que se ha observado a través del tiempo, también parece obvio que seguirán sembrándolo quién sabe por cuántas décadas más. Ojalá sea por siempre.

En 1999, el subsecretario de Agricultura destacó (Excélsior, 13 de abril) que 60 por ciento de los productores agrícolas del país obtenían de las actividades agrícolas menos de 50 por ciento de sus ingresos económicos; también indicó que de los 3.8 millones de productores del campo, solamente 300 mil están insertos en el mercado (8 por ciento). Esto mismo declaró el doctor Fernando Rello, en la misma fecha y en el mismo periódico, y que (de un estudio que realizó en Querétaro) entre menor es la superficie sembrada, menor es el porcentaje de ingreso por esta actividad. Por ejemplo, para las familias que siembran entre una y tres hectáreas, el ingreso debido a esta actividad representa 33 por ciento de su ingreso total anual, el cual es de aproximadamente 25 mil pesos, y así, el ingreso anual de las familias que siembran diez hectáreas o más es de 50 mil pesos.

Hay varios estudios más que indican que la gran mayoría de los productores de maíz de México no solamente se dedican a este cultivo, sino que obtienen además ingresos de varias otras actividades y fuentes, como la siembra de otros cultivos, la explotación de animales domésticos, la obtención de productos elaborados procedentes de sus cultivos y animales, el trabajo asalariado, la ayuda económica de familiares, el comercio, etcétera.

Respecto de la duda de por qué siguen sembrando maíz los productores del país, se puede decir, con base en lo anotado antes, que es por la idiosincrasia y cultura de la gran mayoría de los productores de maíz de México, porque para muchos de ellos el maíz es alimento para ellos mismos, así como para sus animales, familiares y vecinos; porque saben conservarlo, cultivarlo, usarlo en miles de formas y comercializarlo; porque les proporciona empleo, valor agregado, que saben obtener, porque no representa para ellos un esfuerzo grande cultivarlo, conservarlo y usarlo; porque les ha dado sustentabilidad por miles de años; porque en muchos lugares aún se le considera como una deidad y como parte de su vida; el cultivo de maíz le da seguridad a su subsistencia. Por todo ello, y no obstante que, como dice el maestro Joel Cervantes Herrera, del Centro Regional Universitario Centro Norte de la Universidad Autónoma Chapingo, ya ni en el discurso toma en cuenta el gobierno a los campesinos. Parece imposible convencerlos de que dejen de sembrar maíz, aun en áreas marginales y de baja productividad.

En cuanto a la duda de si es factible producir más maíz con rentabilidad y sin deterioro ambiental en México, se puede anotar que existen varios trabajos que demuestran que es posible cultivar con sostenibilidad y rentabilidad, sobre todo aplicando tecnología generada por la investigación; pero esto no se puede lograr, a menos que el gobierno se interese y haga lo necesario para ello. Algunos de los autores citados también indican las ventajas comparativas que México tiene respecto de Estados Unidos y Canadá para producir maíz, por las que el país puede ser autosuficiente y soberano en este grano.

Desde hace décadas, tal vez desde hace siglos, muchas personas han atacado al cultivo y la cultura del maíz; por ejemplo, José Vasconcelos llegó a decir que el mexicano era atrasado, y que ello se debía a que se alimentaba con maíz; en la década de 1940, el Banco Nacional de Crédito Agrícola comenzó un programa para que los productores de maíz sustituyeran su cultivo por otros más remunerativos, y así, cada año se llevan a cabo campañas para desalentar la siembra de maíz en el país, sin planificación y visión futura, puesto que ello ha llevado al país a sufrir enormes pérdidas de divisas por la importación de este grano, que se puede producir en grandes volúmenes aquí mismo si sólo se realizan programas emergentes para elevar la producción en uno o dos años.

Tampoco se ha tomado en cuenta que la producción de cultivos como los hortofrutícolas tiene un límite cercano a 1.6 millones de hectáreas en el país, después del cual los precios de sus productos son muy bajos, no obstante que su producción haya sido bastante más cara que la de maíz, así, al vender a precios tan bajos o al no vender su cosecha, los productores pierden mucho más que si sembraran maíz.

Igualmente, no se toma en cuenta que la mayoría de los productores no tienen la capacidad para cultivar, cosechar y comercializar otros cultivos, como la tienen para el maíz, además de que si no venden los productos, no los pueden conservar y usar en grandes volúmenes, como lo hacen con maíz.

En varias entidades se han llevado a cabo programas de cambio de cultivo, con resultados negativos, como el de la siembra de 30 mil hectáreas de girasol de temporal en Durango en 1972, de avena forrajera de temporal en Zacatecas en los años setenta, de papaya en los ochenta, de palma de aceite y frutillas en el sexenio pasado, etcétera; ninguno ha permanecido por varios años, por el contrario, han durado uno, dos o tres años y registrado pérdidas económicas, así como de credibilidad en el gobierno y en los agrónomos.

Algunos cambios han tenido efecto en determinadas áreas, regiones y productores emprendedores, muchos de ellos con recursos económicos y culturales elevados; sin embargo, aun en estas áreas y regiones, los productores han vuelto a sembrar maíz en grandes superficies, como sucede en Sinaloa, uno de los estados con mayor infraestructura hidráulica, buenas condiciones ecológicas para diferentes cultivos y productores de avanzada, con altos rendimientos unitarios; algo semejante sucedió en las áreas de riego de Sonora, Chihuahua, Guanajuato, Durango, Zacatecas y otras entidades, cuando comenzó el Procampo. Está claro que en estos dos casos los productores no sembraron maíz por idiosincrasia, sino por una conveniencia económica, aunque reducida, pero que les dio más seguridad y tranquilidad que si hubieran sembrado una hortaliza, otro cultivo o hubieran realizado otra actividad.

En México, el maíz ha sido, es, y se cree que seguirá siendo por siglos, un apoyo seguro, tanto para los productores, que lo siembran en pocas hectáreas como para los que lo siembran en grandes superficies. Los grandes productores usan híbridos, aplican tecnologías de producción modernas y contribuyen a que se cuente con más grano y forraje en el país. Casi todos los pequeños productores siembran maíces criollos o mezclas de ellos con mejorados; la mayoría aplica tecnologías de producción tradicionales, contribuyen al abasto nacional, a la preservación de la diversidad genética y a la evolución de, tal vez, la especie vegetal más importante del mundo y a la preservación de una cultura sustentable que inició hace más de diez mil años en nuestro país, en la que el cultivo del maíz ha sido parte de la vida de varios millones de seres, a los que, aunque en ocasiones no les ha sido rentable, les ha dado seguridad y tranquilidad.

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