Sostenibilidad

¿Puede el comercio fomentar la conservación?

La jornada inició con el discurso de bienvenida del entonces secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales de México y presidente del Consejo de la CCA, José Luis Luege Tamargo, quien se refirió a lo que calificó como bases muy sólidas para el desarrollo sustentable que México ha logrado en los últimos seis años. (*)

En relación con un tema central para el taller, Luege señaló que en las últimas dos semanas, la UNESCO designó 18 nuevos sitios en México como reservas de la biosfera. Entre ellos se incluye la Reserva de la Biosfera Mariposa Monarca, en el estado de Michoacán, hábitat esencial para proteger a las mariposas que año con año llegan tras una migración de cuatro mil kilómetros desde Canadá y Estados Unidos.

A decir de Luege, México ocupa hoy el cuarto lugar mundial en cuanto a sitios designados como reservas de la biosfera, con una extensión cercana a 22 millones de hectáreas.

El gerente principal del programa de biodiversidad de la CCA, Hans Herrmann, dio la pauta para el debate de la mesa redonda con una pregunta: ¿puede el comercio fomentar la conservación?

Herrmann indicó que una medida fundamental para la gestión regional de nuestro medio ambiente consiste en establecer una perspectiva ecológica de América del Norte: un cuadro panorámico de lo que compartimos, lo que tenemos en común y lo que necesitamos conservar, desde las grandes masas de agua de nuestros océanos compartidos hasta los hábitats de pasto corto de nuestros tres países.

Afirmó que independientemente de que nuestro interés sea la protección de las ballenas o de las aves acuáticas, los administradores locales para la conservación se benefician con una perspectiva ecológica integral, más amplia. Es mejor enfrentar los problemas específicos de un hábitat mediante una estrategia común, acordada por Canadá, Estados Unidos y México.

La CCA —agregó Herrmann— ha defendido esta perspectiva al adoptar una estrategia integral para la conservación de la biodiversidad; definir las regiones de importancia ecológica y amenazadas; identificar áreas prioritarias de conservación, y elaborar el primer conjunto de planes de acción para todo el territorio de América del Norte con el propósito de conservar las especies amenazadas, tanto marinas como terrestres.

El presidente de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), Ernesto Enkerlin Hoeflich, describió con detalle la riqueza de la biodiversidad mexicana, que ocupa el primer lugar mundial en variedad de reptiles, pinos, robles y cactus; el segundo lugar en mamíferos; el cuarto en anfibios, y el decimotercero en aves.

Enkerlin identificó las áreas protegidas como instrumento fundamental para proteger, manejar y restaurar los ecosistemas terrestres y acuáticos. Informó que México cuenta actualmente con 158 áreas protegidas, que comprenden 10 por ciento de la superficie nacional, y puntualizó que 10 por ciento de un territorio bien manejado es el porcentaje mínimo necesario para la conservación de la biodiversidad.

Fue Enkerlin el primero de varios expertos en subrayar la importancia regional de las áreas protegidas. Algunas se extienden más allá de los límites fronterizos; otras reciben la visita de especies migratorias. Incluso, las áreas protegidas “hermanas” (a través de las fronteras nacionales) generan “beneficios que trascienden las fronteras”, pues —como hizo notar— propician el manejo coordinado de especies prioritarias, desde las selvas tropicales del sur de México hasta la tundra ártica de Canadá.

No obstante la importancia de las áreas protegidas, los expositores siguientes señalaron algunos retos fundamentales para el concepto de esta cadena de conservación a lo largo de todo el subcontinente. El titular de la cátedra Investigación de Canadá en Ciencias Ambientales y Conservación en la Universidad de Acadia, John Roff, dijo que a pesar de lo avanzado de nuestros conocimientos y experiencia, nuestros sistemas de áreas protegidas no están adecuadamente ubicados o contabilizados, ni tampoco ofrecen a las especies vulnerables toda la protección que éstas necesitan.

Más aún —observó Gerardo Ceballos, del Instituto Nacional de Ecología—, incluso si 10 o 20 por ciento de todos los hábitats llegasen a contar con una protección completa, la gran mayoría de las especies siguen dependiendo de entornos terrestres o marinos dominados por los seres humanos. En ese sentido —puntualizó—, las presiones del crecimiento demográfico, así como las extendidas y extensivas actividades agrícolas, pesqueras y de extracción de recursos, continúan poniendo en riesgo tanto a las especies como a sus hábitats.

Estas presiones se ilustraron en una serie de presentaciones sobre los retos para la conservación marina y terrestre en América del Norte. Lance Morgan, científico en jefe del Instituto de Biología para la Conservación Marina, afirmó que la sobrepesca y las prácticas ecológicamente destructivas como la pesca de arrastre están teniendo un impacto crítico en las poblaciones de peces y otras especies marinas en las aguas de América del Norte.

Comentó que 29 por ciento de las especies pesqueras comerciales se habían “desplomado” en todo el mundo en 2003, lo que significa que los índices de captura fueron inferiores a 10 por ciento de los máximos históricos. Al ritmo actual —añadió—, los cálculos indican que todas las especies pesqueras comerciales podrían desplomarse para 2048.

El presidente de la organización Wildlife Habitat Canada, David Brackett, observó que a pesar de una innovadora labor de conservación en la que se han invertido miles de millones de dólares, los humedales de México a Canadá siguen perdiéndose y aún no se alcanza el objetivo de restaurar las poblaciones de aves acuáticas de América del Norte a los niveles de la década de los setenta.

La economista Carolyn Fischer, miembro de la ONG Resources for the Future, habló de la compleja interacción de las variables económicas, ecológicas e institucionales que deben considerarse cuando se miden los impactos, negativos o positivos, que el comercio puede tener en la conservación de las especies en peligro.

Por ejemplo, cuando las demandas del mercado llevan a desaguar humedales para sembrar granos o a convertir los manglares en granjas de cría de camarón, se desplaza a miles de especies que dependen de esos hábitats. En cambio, con las señales adecuadas del mercado, el comercio puede estimular una actividad económica que complemente el carácter ecológico de ciertos hábitats.

Para ilustrar el potencial de los llamados productos verdes, Herrmann mencionó el café de sombra, la ecopalma y los bisontes alimentados con pasto como ejemplos de instrumentos para la conservación basados en el mercado.

Herrmann aseveró que el duradero interés de la CCA en el café de sombra obedece al potencial que éste tiene para contribuir a la preservación de los recursos biológicos de México, incluidas las aves migratorias. Señaló, además, que la labor pionera de la organización en favor del desarrollo de un mercado para el café de sombra se ha basado en el supuesto de que las lecciones aprendidas pueden replicarse, en parte, en otros sectores.

En vista de que —como se subrayó antes en el taller— lo que sucede afuera de las áreas protegidas es decisivo para la supervivencia de las especies, el debate se orientó al potencial de las políticas económicas y las fuerzas del mercado para apoyar los valores de la conservación de suelos y la práctica de la gestión de recursos en todos los entornos terrestres y marinos.

Si bien se examinó la manera en que diferentes políticas —los esquemas de mercadotecnia ecológica, la reglamentación, los impuestos y los incentivos económicos, entre otros— pueden influir positivamente en la supervivencia de las especies, muchos de los expositores destacaron la importancia primordial de los llamados bienes y servicios ambientales: el valor de los beneficios que los ecosistemas y la biodiversidad de América del Norte brindan a la sociedad humana.

Un tema en el que coincidieron varios expertos fue que una barrera real para que el mercado funcione como agente favorable para la conservación es el hecho de que el precio de los productos no representa realmente su valor.

Brackett expuso este problema desde la perspectiva de un consumidor típico: “El consumidor que exige calabazas frescas en el supermercado local todo el año está pidiendo mucho más de lo que se imagina. En realidad está demandando cambios en el uso de los suelos y toda una infraestructura de transporte; posiblemente incluso cambios en la tenencia de la tierra y en la infraestructura económica. Pero el consumidor final rara vez se interesa en saber de estos cambios y entenderlos, ni tampoco tiene particular interés en pagarlos.

“No obstante, las sociedades sí pagan por estos cambios y es necesario que consideremos cómo hacerlo de una manera más racional, mediante una mejor comprensión del costo total de demandas como tener fruta y verduras frescas los 12 meses del año en climas septentrionales. Para ello se requiere un conocimiento más completo de los vínculos ecológicos. Es necesaria también una contabilización de los costos de producción de los bienes y servicios que se comercializan en la actualidad, y una comprensión mucho mayor de los bienes y servicios ambientales que aún no tienen un mercado. Asimismo, hace falta una incorporación más eficiente de los costos de estos bienes y servicios ambientales en nuestras operaciones comerciales cotidianas.”

En la mesa redonda del CCPC se escucharon numerosas sugerencias sobre las formas en que los impactos ecológicos, o costos externos, se deben reflejar, o asimilar, en el precio de los productos de uso cotidiano: desde los alimentos que consumimos hasta los materiales que compramos para construir y amueblar nuestros hogares.

Varios expositores aludieron también al potencial para que la CCA siga analizando la relación entre comercio y medio ambiente en general, y al reto de fijar un valor de mercado real para los bienes y servicios ambientales en particular.

Fuente: CCA

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