Sostenibilidad

Aspectos climáticos y ecológicos del desarrollo sustentable

La Teoría de Gaia, enunciada por James Loovelock en 1979, afirma que la propia vida manipula el ambiente para su evolución. La vida mantiene baja la temperatura de la Tierra cuando la emisión solar aumenta; se adapta pero también modifica su ambiente, preparando así nuevas páginas de su propia metamorfosis

En los últimos tiempos cada vez se escucha más el término “desarrollo sustentable”. Políticos, académicos, economistas y científicos de todo el mundo analizan y discuten los diferentes rumbos que nuestro planeta puede tomar a partir de los conceptos que se generan bajo este rubro. Las áreas que cubre son variadas, tales como la conservación del medio ambiente, la explotación racional de los recursos del planeta y, en general, la implementación de técnicas y políticas que den viabilidad y aseguren la continuidad de las sociedades humanas, equilibrando el impacto de éstas sobre su entorno físico, económico y social.
Norma Sánchez Santillán

Aunque podemos hablar de desarrollo sustentable en los ámbitos económico, social o ambiental, es casi imposible abordar uno de ellos sin implicar los otros dos, debido a la estrecha relación que guardan entre sí. No obstante, intentaremos un acercamiento al tema desde la perspectiva ecológica, exponiendo someramente la metodología de que se valen los científicos en la actualidad para encontrar las mejores respuestas a sus planteamientos.

El comienzo

Hacia finales de la década de 1960 y principios de los setenta surge la necesidad de evaluar los efectos de la actividad humana sobre la naturaleza como consecuencia del aprovechamiento desordenado de sus recursos. En 1987 la publicación del libro Nuestro futuro común, más conocido como el Informe Brundtland, por el nombre de su autor, popularizó el concepto de desarrollo sostenible (sinónimo de sustentable), que vino a sustituir el término “ecodesarrollo”, acuñado en los años setenta, conceptos ambos circunscritos a la búsqueda del progreso económico sin alterar la preservación del medio ambiente.

Se establecieron entonces los tres vértices del problema global de la sustentabilidad: la sustentabilidad económica, la social y la ecológica. La primera definida como la cantidad máxima de bienes que los individuos pueden consumir en un periodo determinado de tiempo sin reducir su capacidad de compra en un periodo futuro. Por otro lado, la sustentabilidad social se alcanzaría cuando los costos y los beneficios del desarrollo estuvieran distribuidos de manera equitativa, tanto en el total de la población actual, como entre las generaciones presentes y futuras. Finalmente, la sustentabilidad ecológica se refiere a la capacidad de un ecosistema para mantener su estado a través del tiempo, equilibrando para ello sus parámetros hasta hacerlos fluctuar cíclicamente en torno a valores promedio.

Dos visiones en torno al desarrollo sustentable

En todo lo que es conceptualizado por el hombre existen siempre posiciones de pensamiento encontradas y el desarrollo sustentable no está exento de ellas. Por un lado, se tiene la visión determinista, en la que los problemas se pueden explicar mediante el principio de causalidad, es decir, de las relaciones causa-efecto; se afirma, incluso, que si se tiene un conocimiento perfecto de lo que un elemento hace en el presente, es posible predecir con exactitud lo que hará en cualquier momento del futuro. Sin embargo, este determinismo es a menudo irrelevante en el mundo real, sobre todo en el nivel ecológico, donde es imposible saber con exactitud la forma en que se comportará un sistema debido a la enorme cantidad de componentes que posee y a la complejidad de las relaciones que establecen entre ellos.

Las posturas que la visión determinista toma con respecto al calentamiento global nos proporcionan varios ejemplos de las limitaciones de esta vertiente. Veamos: si se observa que la temperatura del planeta se encuentra en una fase ascendente en los últimos años y al mismo tiempo se detectan altísimas concentraciones del bióxido de carbono en la atmósfera, provenientes de la actividad industrial, entonces (causa-efecto) se concluye que el factor humano es el responsable del fenómeno; si al mismo tiempo se registran ciclones de máxima intensidad y fuertes sismos que sacuden al planeta, se dice, por asociación de ideas, que éstos son el resultado de la acción del hombre sobre su medio ambiente; si el aumento de las temperaturas está fundiendo los hielos polares, se vaticina que en 50 o 100 años el nivel del mar ascenderá entre uno y seis metros, inundando los asentamientos localizados en las costas, más del 80 por ciento del total en todo el mundo. Y todo por culpa de la humanidad.

Es obvio que aquí hay algo que no concuerda del todo con la verdad científica. Resulta simple razonar que un cambio climático de magnitud global tiene que ver con muchos más factores que lo que los seres humanos hagamos o dejemos de hacer. La variabilidad climática natural del planeta, la actividad solar, la modificación de sus órbitas, el magnetismo y el eje terrestre, por mencionar sólo algunos, juegan un papel primordial en los cambios ambientales que se suceden en nuestro mundo.

Y no es que el impacto negativo de nuestra presencia sea desdeñable, pero siempre un diagnóstico completo y realista de los problemas nos llevará a mejores soluciones para enfrentarlos. De aquí surge la necesidad de superar las restricciones que el enfoque determinista impone a la comprensión de la realidad y para esto se desarrolló la visión sistémica, es decir, la basada en la Teoría General de Sistemas.

¿Qué es un sistema?

Un sistema, de manera muy general, puede definirse como una parte del universo que puede aislarse para propósitos de observación y estudio, donde el conjunto de sus componentes actúan como un todo. Ejemplos de ellos son un organismo vivo, una ciudad, un río, una laguna o un huracán. Todos están definidos por dos factores fundamentales: su estructura y su función.

La estructura la establecen la distribución, disposición y relaciones entre sus partes y la función se refiere a los objetivos específicos y a las acciones que para alcanzarlos aseguren la continuidad de cada sistema en particular.

Si contemplamos al fenómeno climático global como un sistema, tendremos que aceptarlo como la complejísima resultante que se da a partir de la disposición e interrelación entre sus numerosos subsistemas. Aunque ya hemos mencionado algunos, aquí insistiremos en ellos: actividad solar; alteraciones en los movimientos de la Tierra en el plano astronómico; cambios en el geomagnetismo y desplazamientos de las placas continentales; temperaturas, lluvias y presión barométrica; modificación de la relaciones entre atmósfera, océanos y continentes; morfología continental; actividad volcánica; corrientes marinas; nubosidad, humedad y cantidad y distribución de gases de invernadero en la atmósfera; variaciones

de las celdas de circulación atmosférica; abundancia y distribución de biomasa terrestre y oceánica (bosques, plancton); efectos de las teleconexiones (fenómenos El Niño y La Niña); y, después de un largo etcétera, el impacto ambiental de las actividades humanas, por supuesto.

Para hablar de un cambio global en el sistema climático, tendremos que constatar que éste ha alcanzado un punto de rompimiento —en el que se modifica en forma continua su estructura y función— por, al menos, 30 años, plazo establecido por la Organización Meteorológica Mundial; es decir que sus tasas de cambio —la magnitud y la velocidad de sus alteraciones— sean atípicas durante ese lapso.

Los registros disponibles nos indican que la mayoría de los indicadores de los subsistemas mencionados en el párrafo anterior se mantienen dentro del intervalo de sus valores cíclicos convencionales para un periodo de 30 años.

Entradas, salidas y retroalimentaciones

Todos los sistemas naturales responden a entradas (inputs) y salidas (outputs) de información y, de la misma manera, algunas salidas se convierten en nuevas entradas, es decir, retroalimentaciones (feedback). Nuestro planeta, considerado como un enorme ecosistema, tiene su input principal en la energía que recibe del sol. Los outputs o resultantes son innumerables, pero uno de los más importantes es la posibilidad de contar con temperaturas que hagan posible la continuidad de la vida terrestre. Para ello la Tierra, como si fuera un gigantesco ser vivo, emprende una serie de procesos por medio de los cuales regula esa energía y mantiene las condiciones necesarias para sobrevivir. La Teoría de Gaia, enunciada por el científico inglés James Loovelock en 1979, afirma que la propia vida manipula el ambiente para su mejoramiento, es decir, para evolucionar.

Aunque para algunos esta idea resulta chocante, nuestro globo terráqueo cuenta con varios mecanismos de autorregulación mediante los cuales enfría o calienta la atmósfera según se requiera, para afrontar las variaciones de la energía solar. El efecto invernadero es uno de ellos y se echa a andar cuando es necesario conservar la temperatura de la Tierra; también existen procesos para disminuirla. Las escalas en las que se dan estos fenómenos son de miles de años, aunque hay cambios climáticos que se pueden presentar en tan sólo algunas décadas.

En el transcurso de la evolución, la complejidad de la biosfera se ha incrementado y los organismos más aptos para sobrevivir en la lucha por la vida son los que tienen la capacidad de producir la mayor cantidad de energía en un tiempo dado, la cual se invierte en el mantenimiento de su estructura, reproducción y crecimiento. Una rápida secuencia de generaciones produce nuevos genotipos en número suficiente, como para hacer frente de manera permanente a los cambios del ambiente. La selección natural hace posible la adaptación al utilizar la abundante variabilidad de la naturaleza viva.

La luminosidad solar se ha incrementado en un 25 por ciento desde la formación de la Tierra. Sin embargo, por miles de millones de años, la vida ha controlado la temperatura y la composición química de la atmósfera. Por ejemplo, el fitoplancton incrementa su actividad biológica al aumentar el nivel de bióxido de carbono, con lo que lo remueve de la atmósfera al convertirlo en carbonato de calcio, el que finalmente se deposita en el fondo de los océanos y evita el calentamiento global atmosférico.

La fotosíntesis emplea la energía solar para convertir el dióxido de carbono en carbohidratos y oxígeno, formando grandes volúmenes de biomasa. En esta forma, la Tierra, a lo largo de millones de años, creó los depósitos de carbón y petróleo que el hombre está liberando en unos pocos años, generando un verdadero problema en escala, en espacio y tiempo, para entender y resolver en los próximos años. La vida mantiene baja la temperatura de la Tierra cuando la emisión solar aumenta; se adapta pero también modifica su ambiente, preparando así nuevas páginas de su propia metamorfosis. Podemos concluir que el clima influye sobre la vida y ésta, a su vez, influye sobre el clima mediante procesos de retroalimentación.

La hipótesis Gaia ha aportado estas ideas para esclarecer la llamada paradoja solar, donde la vida actúa como un proceso automático de autocontrol sobre el clima, es decir, si no fuera por ella, que abate el contenido del dióxido de carbono atmosférico e impide el calentamiento global por el efecto invernadero, tendríamos una atmósfera predominantemente de CO2, con temperaturas 60°C más altas que las actuales y, posiblemente, la Tierra sería inhabitable.

Problemas típicos que aborda la sustentabilidad

Los cambios de uso del suelo agrícola o forestal en el desarrollo de proyectos urbanos implican pérdida de vegetación, alteración de los suelos, modificación de la escorrentía superficial e intensificación de la erosión, lo que impacta directamente a los ríos de la cuenca en la que se alteró el suelo, que son, finalmente, los que reciben los sedimentos derivados de la erosión que a su vez se incrementa porque la vegetación que “sujetaba” al suelo fue eliminada. Esta elevación de material terrígeno ocasiona una disminución de los lechos fluviales, o sea, del cauce del río, con el consecuente aumento de riesgo de inundación cuando estos cauces vean incrementados sus caudales por efectos de precipitaciones abundantes en años particularmente lluviosos; esto explica el incremento de las inundaciones en diversas poblaciones del mundo, no porque esté cambiando el clima, sino porque se ha alterado la dinámica natural de la cuenca, como ejemplifican recientemente los sucesos de 2005 en la ciudad de Nueva Orleans.

Una muestra de las interacciones que a menudo se suscitan entre sistemas contiguos o incluso distantes, son aquellas que se expresan entre los bosques, los caudales de los ríos y la diversidad de los peces que poseen éstos, bajo el siguiente esquema: cambios en la diversidad de los bosques llegan a afectar la composición biológica de las especies que habitan en los sistemas fluviales, ya que ambos ecosistemas se interconectan a través de flujos de materia y energía que se canalizan mediante diferentes procesos físicos, químicos y biológicos.

Es así que durante las reforestaciones, las sustitución de las especies que conformaban originalmente los bosques en cuencas hidrográficas alteradas por presas o alguna otra obra, pueden significar una variabilidad importante en la cantidad y tipo de hojarasca que cae de estos árboles directamente al agua de los ríos, modificando el tipo de alimento para la fauna original de éste, lo que conlleva a una perturbación en la composición de la biota acuática.

Un problema por resolver

Veamos ahora cómo sería el mecanismo que podría desencadenar un posible cambio dentro de la selva. Si un asentamiento humano se mantiene o crece, las alteraciones del suelo se harán más grandes, ya que la riqueza de este último, en cuanto a nutrientes se refiere, es pobre; ocurre entonces lo que se conoce como “siembra caminante”, es decir que conforme se agotan los pocos nutrientes del suelo, en un tiempo promedio de dos a tres años se irán invadiendo otras porciones de la selva, sin olvidar que el tiempo de recuperación de la selva en estas parcelas es del orden de entre 20 y 30 años; si aunado a esto se desarrolla una actividad pecuaria, los daños serán aún mayores ya que la baja calidad de los pastizales generará lo que se denomina ganadería extensiva, pues se requieren cuatro o cinco hectáreas para mantener un promedio de seis vacas. Si además existen causas externas al sistema que modifican la cantidad de lluvia que aportan los vientos alisios durante una década o más, la inestabilidad del ecosistema produce un rompimiento de su patrón y el delicado equilibrio de la sustentabilidad ecológica se pierde.

Basta repasar la historia para comprender que la caída de las grandes civilizaciones ha ido de la mano con un desequilibrio en el uso de sus recursos. Hoy en día podemos ver en Chiapas que las selvas perdidas debido a los daños ocasionados en el pasado por la civilización maya se han recuperado y el ecosistema ha reclamado un territorio ganado a lo largo de millones de años; esto se debe a que la función de los elementos del clima, es decir, su lluvia y su temperatura no se han modificado y únicamente se ha requerido de un tiempo suficiente para alcanzar el equilibrio del ecosistema. Es una lástima que estas selvas se estén perdiendo nuevamente por la acción de los nuevos asentamientos humanos en la zona.

Planteamientos básicos en el manejo sustentable

El término manejo sustentable, bajo la mirada sistémica, adquiere una nueva dimensión en donde se consideran tres aspectos, como punto de partida: 1) Visualización de los tipos de cambios que pueden ocurrir; 2) Establecer los periodos de tiempo para cada cambio; 3) Jerarquizar la importancia de los cambios.

Humildad, requerimiento fundamental para comprender la sustentabilidad

Los argumentos anteriores nos sugieren cambiar nuestra forma de pensamiento respecto al planteamiento del desarrollo sustentable y de las soluciones que puedan surgir para afrontar las alteraciones que, hasta este momento, le hemos infringido a nuestro medio ambiente con miras a explotar sus recursos. Esto implica modificar incluso el término “manejo”, ya que distamos mucho de tener la capacidad de manejar a la naturaleza.

Ésta, como hemos visto, es una unidad funcional que al ingresar información a sus elementos esenciales, vivientes o no, responde, evoluciona y tiene la capacidad de autorregularse. Debemos comprender y acompañar respetuosamente estos procesos y nunca dejar de maravillarnos de la capacidad y empeño de nuestro planeta para que la vida continúe sobre su superficie.

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