Legislación Ambiental

Microcrédito y banca social en el gobierno de Fox

Impresionado por el carismático Mohamed Yunus, fundador del Banco Grameen y por el amplio éxito mundial de su metodología1; participante entre los dos mil 800 asistentes a la Cumbre del Microcrédito (Washington, 1997) y fundador de Santa Fe de Guanajuato –una ONG de empresarios– para otorgar microcréditos, Vicente Fox descubrió una veta maravillosa: el poder político, económico y social de las microfinanzas. Cuando era gobernador de Guanajuato, la presencia histórica de las Cajas Populares2 le mostró otros caminos interesantes: las lecciones internacionales del movimiento cooperativo financiero cuyos éxitos más conocidos son Desjardin en Canadá, Bancos Raiffeisen de Alemania, Cajas de Ahorro en España, Crédit Agricole de Francia, entre otros.

Una política de Estado

Así nació una de las acciones más anunciadas del nuevo gobierno: la creación de un amplio programa de microcréditos en apoyo a las micro y pequeña empresas, y el apoyo a la banca social. La presentación conceptual de esta estrategia ha sido formulada por miembros del gabinete en distintos momentos: el propio presidente Vicente Fox, Norberto Roque, Eduardo Sojo, Eduardo Derbez, Juan Bueno, entre otros, permeados por una inquietante falta de visión común.

La formulación de propuestas va desde la visión funcional, donde una escala evolutiva inicia a los pobres por el microcrédito, pasándolos por las cajas de ahorro hasta hacerlos “bancables” para la banca comercial; otras visiones más contradictorias, simplistas y con cierto nivel de incoherencia han hablado de organizar muchas operadoras del microcrédito –ONG–, y por supuesto la necesidad de la banca comercial a la que deben dársele garantías para que nos haga el favor de otorgar microcréditos.

Los objetivos expresados también son de grandes proporciones: combatir la pobreza con apoyo de los microcréditos; fomentar a las micro, pequeña y mediana empresas generadoras mayoritarias de empleos; y lateralmente la expresión de apoyar a las “buenas” cajas de ahorro reglamentando la actividad y aprobando una nueva ley.

Las microfinanzas y la banca social pasan así de la semiclandestinidad, el menosprecio de los financieros tradicionales, a las grandes lides nacionales, bajo la presión política de un gobierno que quiere mostrar resultados rápidos.

El presidente Fox tiene el mérito político de reconocer la intervención de la sociedad civil organizada en México: más de 950 instituciones, con 2.5 millones de socios activos y un millón de niños ahorradores, con activos financieros superiores a los siete mil millones de pesos. Las prisas políticas, sin embargo, y el tamaño del rezago en México, son dos elementos que no permiten alertar sobre los riesgos de las masivas intervenciones en la materia.

Las múltiples reacciones

Las reacciones de opinión han sido muy variadas: los potenciales beneficiarios se preguntan acerca de los montos de esos microcréditos y “si tendrán que pagarse”; los críticos se muestran escépticos por los reducidos montos que se han mencionado –mil pesos, primero; entre 500 y 30 mil, después–; los pescadores de oportunidades “ya están organizando sus grupos”; los operadores improvisados de microfinanzas y los expertos se han multiplicado en los últimos meses; “expertos” opinan, todos conocen y comentan hoy en día sobre “la experiencia del Banco Grameen” –donde supuestamente se inspira la iniciativa–; las instituciones microfinancieras de larga trayectoria ven con una mezcla de estupor, temor, desconfianza, pero también con esperanza, la repentina efervescencia por microcréditos y la ambigüedad contradictoria de lo que denominan “banca social” (iniciativas sociales y gubernamentales incluidas).

El tema se inserta en uno de los grandes desafíos para la democracia económica del país: el acceso de las grandes mayorías a servicios financieros. Parte del reconocimiento a una de las restricciones de la actividad económica de México, el limitado acceso a crédito y fuentes financieras para las iniciativas personales y grupales de las personas. El hecho relevante en términos de política nacional –reconocimiento implícito de las iniciativas sociales en la materia– puede transformarse en un gran fracaso al elevarse al rango de política de Estado si no se tiene suficiente cuidado en la organización y diseño de las estrategias. El entusiasmo político de los anuncios no tiene una visión estratégica ni un soporte profesional y técnico de la misma magnitud.

A continuación presentamos los aspectos más delicados que enfrenta esta iniciativa:

Riesgo de populismo financiero

A lo largo de los años, hemos visto la emergencia de múltiples programas de crédito para los pobres y para las micro y pequeña empresas. Ninguno de ellos ha tenido éxito. Acciones muy publicitadas en su momento con desapariciones y grandes pérdidas presupuestales posteriores. Las políticas paternalistas –tasas bajas, pocas recuperaciones, laxitud en la operación–, la improvisación de los operadores, poca adaptación de los servicios financieros –no todos los pobres son iguales ni tienen las mismas necesidades–, y, sobre todo, el enfoque de corto plazo –otorgar créditos rápidos con amplia cobertura–, son en parte los causantes.

Promover programas de microcréditos en forma masiva desde el gobierno, aun con la participación de agentes privados, es populismo financiero. Otorga ventajas políticas efímeras.

En finanzas, la experiencia mundial muestra que lograr soluciones duraderas requiere inversiones de corto, mediano y largo plazos. La creación de un ambiente favorable y la construcción de capacidades locales y nacionales para operar sistemas de crédito, requieren también un soporte institucional que les dé coherencia y continuidad. Se necesita la participación de la sociedad en la construcción de sus propias soluciones. Esto significa diálogo e interlocución, construir políticas adecuadas en conjunto con los actores relevantes. Saber escuchar, abrir los espacios adecuados, establecer con mesura las intervenciones, en fin… ir despacio para llegar lejos.

Construir soluciones duraderas

El movimiento mundial de las microfinanzas ha tenido dos vuelcos desde 1997: del énfasis excesivo en el crédito ha pasado a reconocer la importancia de los servicios microfinancieros –incluidos ahorro, seguros, transferencias–, y de los programas de crédito ha pasado a reconocer la importancia de construir instituciones financieras sostenibles. Se dice fácil pero es un reto de enormes proporciones; a escala mundial existían en 1999 cerca de 12 mil instituciones de microfinanzas, no más de 200 habían logrado sostenibilidad, algunas de ellas –el mismo Grameen– pasan ahora por crisis que ponen en riesgo su viabilidad.

Otro ejemplo de soluciones duraderas lo ofrece la banca social de países desarrollados: la construcción del Crédit Agricole de Francia, un sistema de cajas rurales, requirió en el siglo XIX, 25 años de inversión sostenida Estado-sociedad rural tan sólo para sentar las bases, 25 años más para consolidar lo que 100 años después es uno de los 60 bancos más importantes del mundo. El sistema de cooperativas Raiffeisen de Alemania, con mil 800 bancos populares, construido durante la segunda mitad del siglo XIX, ha pasado diversas etapas de crecimiento e integración financiera, son ahora bancos universales con pleno reconocimiento de la sociedad alemana, un verdadero sistema financiero coexistente con el sistema financiero tradicional, tienen una antigüedad de 130 años.

Políticas e inversiones adecuadas

Construir instituciones durables, verdaderos intermediarios financieros, requiere mucho más que dinero para fondos de crédito: leyes adecuadas, políticas públicas favorables, reconocimiento y valoración social, una amplia y sostenida inversión en formar capacidades humanas, estudios de evaluación de los programas e instituciones, alentar la innovación en materia de productos financieros y de diseño institucional, creación de sistemas de seguimiento –evaluación, certificación de profesionales y de instituciones–, generar orientación a la formación de profesionales –un gerente Raiffeisen debe haber pasado por todos los puestos de un banco popular y una formación sostenida de ocho años–, interlocutores autónomos, respetables y profesionales.

En fin, una construcción de largo plazo, donde todos tenemos algo que aportar, legisladores, instituciones financieras y de desarrollo, universidades, centros de investigación, y por supuesto la sociedad civil organizada.

El resultado es la democratización de los mercados financieros, un amplio acceso permanente de la población de menores recursos a los servicios financieros, incluido el crédito. Como todas las soluciones de fondo, se requiere una visión de largo plazo. Pero es bien cierto que con una política de gobierno y retomando lo avanzado por las iniciativas sociales, en seis años se puede lograr mucho, aunque lo contrario también es posible, se puede perder lo ya logrado.

¿El modelo banco Grameen?

Se ha dicho que proporcionar microcréditos por medio de grupos solidarios (de cinco a 30 y hasta 40 personas). Créditos que van desde 500 hasta 30 mil pesos, con operadores privados –ONG– es como lo hace el Banco Grameen en Bangladesh. Pareciera que la legitimidad del programa viene del éxito internacional de ese organismo.

Unas líneas finales para aclarar esta peligrosa y “conveniente” simplificación.

Aunque nació como un pequeño programa experimental, cuidadoso antes de replicarse a una escala mayor, el Banco Grameen es un intermediario financiero no un programa de microcrédito. Es un banco donde los pobres –mujeres en un 90 por ciento– son beneficiarios, pero también son propietarios del banco: al pagar sus créditos también pagan una parte alícuota del valor de las acciones del mismo, lo que les permitió en 20 años convertirse en accionistas mayoritarios. El Banco Grameen tiene grupos de confianza mutua de no más de cinco personas, ubicados en una base territorial definida por las aldeas bengalíes. Sigue un esquema de gradualidad en su operación: otorga pequeños créditos que van creciendo con la capacidad de pago y con la capacidad de gestión e inversión de sus clientes. El proyecto requirió de 20 años de subsidios sostenidos por el gobierno de Bangladesh, por organismos multilaterales y por fundaciones, aun ahora sigue sostenido con subsidios en una parte de sus operaciones.

La gran lección del Banco Grameen no es la réplica de un modelo único, es mostrar la necesidad de innovar en las formas de ser banquero, es decir, no son los pobres los que se deben adaptar, sino las reglas y formas bancarias las que deben adaptarse a los pobres.

1 Cuya lección central fue mostrar una forma diferente de hacer finanzas, movilizando los activos que poseen los pobres: formas de solidaridad, autoayuda, redes de confianza. Diseñar en forma adecuada a cada contexto un triángulo cuyos vértices están formados por el público meta, la adaptación de los servicios financieros y la institución operadora.

2 Por su origen cristiano las Cajas Populares tuvieron en el Bajío un fuerte crecimiento, el cual data de al menos 40 años.

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