Contaminación

Contaminación por ruido, asunto olvidado

El ruido, en su vertiente ambiental, no sólo en el ámbito específicamente laboral, sino también en lo que se refiere a la emisión sonora presente en el hábitat humano o en la naturaleza, no ha sido objeto de atención en la normativa protectora del medio ambiente y en la salud humana.

Generalmente, se aborda el tema del ruido en un sentido amplio y, por tanto, su alcance en la ley tiene un efecto contrario: es muy relativo. No se necesita ser experto en leyes, basta caminar por las calles de la ciudad de México para ver y escuchar cómo los automovilistas abusan del claxon sin que ninguna autoridad haga algo al respecto.

Mientras tanto, los efectos negativos del ruido sobre el ser humano y otros seres vivos son inmensos. El ruido actúa sobre los órganos del oído y sobre el sistema nervioso central y autónomo. Al sobrepasar determinados límites, produce sordera y efectos patológicos en ambos sistemas.

A niveles menores de ruido, el asunto no es menos importante. El ruido produce malestar, dificulta o impide la atención, la comunicación, la concentración, el descanso y el sueño. Además, la reiteración de estas situaciones puede ocasionar estados crónicos de nerviosismo y estrés, lo que a su vez provoca trastornos psicofísicos, enfermedades cardiovasculares y alteraciones del sistema inmunitario.

Diversos estudios muestran también que el ruido disminuye el rendimiento escolar o profesional, los accidentes laborales o de tráfico, ciertas conductas antisociales, tendencias al abandono de las ciudades y pérdida de valor de los inmuebles.

Ausencia de estado completo de salud

El malestar que provoca el ruido entre las personas produce también intranquilidad, inquietud, desasosiego, depresión, desamparo, ansiedad o rabia y todo esto contrasta con la definición de salud que dio la Organización Mundial de la Salud, el cual se refiere a un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no la mera ausencia de enfermedad.

Expertos señalan que durante el día se suele experimentar malestar moderado cuando se superan los 50 decibelios y malestar fuerte a partir de los 55 decibelios. En estado de vigilia estas cifras disminuyen entre cinco y diez decibelios.

Los estudios señalan que el nivel de sonido de una conversación en tono normal a un metro del hablante es de entre 50 a 55 dBA y hablando a gritos se puede llegar a 75 u 80 dBA. Para que la palabra sea perfectamente inteligible es necesario que su intensidad supere en alrededor de 15 dBA, contra el ruido de fondo. Por lo tanto, un ruido superior a 35 o 40 decibelios provocará dificultades en la comunicación oral y a partir de 65 decibelios de ruido, la conversación se torna extremadamente difícil.

El ruido afecta el sueño de tres maneras diferentes y es a partir de los 30 decibelios. En primer lugar está la dificultad o imposibilidad para dormirse. La segunda afectación causa interrupciones en el sueño que de repetirse pueden llevar al insomnio. A partir de 45 dBA la probabilidad de despertar es grande.

El tercer aspecto es que se disminuye la calidad del sueño, volviéndose menos tranquilo y acortándose sus fases más profundas, tanto las del sueño paradójico (los sueños), como las no paradójicas. La afectación consiste en un aumento de la presión arterial y el ritmo cardiaco, junto con vasoconstricción y cambios en la respiración.

Como consecuencia la persona no habrá descansado bien y será incapaz de realizar adecuadamente sus tareas cotidianas al día siguiente y de continuar esta situación. Se prolongará el desequilibrio físico y psicológico.

Daños al oído y estrés

En la sordera transitoria o fatiga auditiva no se presenta aún una lesión de consideración y la recuperación tarda de dos y hasta 16 horas, según los daños.

La sordera permanente se produce por exposiciones prolongadas a niveles superiores a los 75 dBA, ya sea por sonidos de corta duración de más de 110 dBA o bien por acumulación de fatiga auditiva sin tiempo suficiente de recuperación. En estos casos hay lesión al oído interno (células ciliadas externas de la superficie vestibular y de las del sostén de Deiters). Si la persona empieza a tener zumbidos de oído (acúfenos) o trastornos de equilibrio (vértigos), debe entonces preocuparse al respecto.

El estrés provocado por el ruido tiene las siguientes manifestaciones y consecuencias: cansancio crónico, tendencia al insomnio, enfermedades cardiovasculares, trastornos del sistema inmune, trastornos psicofísicos y cambios conductuales.

Los niños, los ancianos, las personas con dificultades auditivas o de visión y los fetos son los grupos especialmente sensibles al ruido. La falta de control sobre el ruido ha convertido en inhóspitas muchas ciudades, deteriorando en ellas los niveles de comunicación y las pautas de convivencia.

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