Colaboraciones

La selva es su vida; conservarla, su razón de existir

Por José Salazar

El nombre de este poblado de no más de 20 familias retumbó en las instalaciones del Centro Banamex de la ciudad de México, Puerto Bello Metzabok, ganador del Premio al Mérito Forestal 2010, nominación que realizó la Comisión Nacional Forestal (Conafor), decía Rafael Elvira Quesada, secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), mientras un hombre de túnica subía al estrado a recoger el reconocimiento y un cheque por 80 mil pesos.

¿Qué importancia puede tener Metzabok para ser el ganador, superando a Oaxaca, Puebla, Veracruz y otros estados que se encontraban dentro de la misma categoría?

Escondido en la inmensidad de lo que una vez fue la impenetrable Selva Lacandona de Chiapas, este poblado lucha para no ceder ante las amenazas de las armas de los cazadores, saqueadores, pescadores, quienes se esconden en la penumbra, ingresando por las partes más alejadas, con rifles, machetes, costales, ya sea para llevar palma, algún animal, maderas preciosas o piezas arqueológicas.

Metzabok toma su nombre de unas de sus lagunas, aguas limpias y cristalinas que son reflejo del alma de verdaderos hombres, quienes por siglos han vivido y convivido con la naturaleza, entendiendo que la conservación y cuidado de los recursos naturales garantizan la subsistencia.

Enemigos de sí mismos

Son las cuatro de la mañana a cientos de kilómetros de la capital chiapaneca, cuando muchos aún duermen ellos se levantan; rodeadas por pequeños poblados que han derribado la selva, estas tres mil hectáreas heredadas por siglos son el refugio de animales, aves, plantas, flores y una cultura que se niega a morir con el tiempo.

Se han colocado las botas de hule, la tarea de conservación que realizan estos hombres inicia antes de que salga el sol. Toman sus mochilas y una botella de pozol agrio, naranjas, plátanos, algunos productos enlatados son guardados en la bolsa que se echan en la espalda, según sea la distancia y el punto que tengan que vigilar.

Enrique Valenzuela, Ulises y Eddie toman sus remos y suben a los pequeños cayucos que están en una de las entradas de la laguna, donde los tinteros, eternos protectores de este líquido, se abren para dar paso a las pequeñas embarcaciones.

Testigo de su labor

La luna, eterna testigo del ir y venir, se refleja sobre el agua. El frío y el aire les rozan la cara. El frente del cayuco parte el agua mientras el remo se sumerge para dar más impulso. Se dirigen a puntos alejados donde abundan los animales pero también los peligros. No llevan armas, la labor de conservación implica usar las palabras para ahuyentar o hacer entrar en razón a los intrusos. “A veces funciona y otras no”, dice Enrique Valenzuela, comisario ejidal.

—¿Qué pasa cuando no entran en razón?

—Domina la ley de la selva, valiéndonos de artimañas en ocasiones hemos arrebatado el arma, la entregamos a las autoridades, pero los dueños de las armas nunca aparecen; ellos entran porque al acabar con la selva que tenían los animales han encontrado un lugar, han acabado con lo que tienen, hasta consigo mismos, y ahora quieren hacer lo mismo aquí, pero no importa, si nos apoyan lucharemos por conservar hasta donde nos dé la vida.

La otra mirada

Desde otro punto de vista, Metzabok fue parte fundamental del desarrollo de los mayas, esto lo demuestran las más de cinco pirámides cubiertas por la vegetación, árboles inmensos recubren lo que una vez fue quizá un lugar importante para el desarrollo de esta civilización.

Sobre la tierra hay vasijas y caracoles. Según Enrique, hace mucho tiempo llegaron investigadores de Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quienes con ayuda de un escáner exploraron la inmensidad de este lugar, el cual pronto será abierto al público.

El recorrido por las lagunas, que tiene un costo de 400 pesos para dos personas, parte de las ruinas, en cuyas paredes se observan pinturas que representan hombrecillos, una especie de águila, un hombre jaguar con un penacho; se visita la cueva Tzidbana, en la cual, según la leyenda, no pueden ingresar mujeres; una cueva más donde hay un esqueleto que ha estado allí durante siglos, además las paredes donde hay ollas y dioses de los lacandones.

El vigilante

Cuando parece que se ha conocido lo mejor de Metzabok, que sus aguas, su vegetación e historia te han cautivado, falta lo mejor, dice Enrique, quien ha guiado el recorrido explicando la importancia de este pedazo de cielo, pulmón de la Tierra, que provee de aire limpio y agua a Chiapas.

“Hay un sendero importante, una vista hermosa que no se pueden perder”, indica mientras señala a una montaña, misma que poco a poco vamos rodeando. El cayuco atraca, lo jalan para poder descender, un camino en subida perfectamente trazado nos lleva a este mirador. Han pasado 30 minutos de recorrido. Por instantes, el cansancio hace que nos detengamos, la vista cada vez es más hermosa, se aprecia la del lago y la selva. En el camino hay un hueco donde se filtra aire fresco; es un respiradero natural, explican nuestros guías.

El camino en acenso continúa. Varios pasos adelante, los hombres verdaderos que habían partido a vigilar están reunidos en la cima de esa montaña coronada por una pequeña pirámide. “Según mis abuelos, este punto era para vigilar”, comenta Enrique Valenzuela. A lo lejos se aprecia el campamento y las casas donde vive la gente de Metzabok, las lagunas, e incluso se divisa la línea que divide la zona de conservación y el daño que le han hecho quienes viven alrededor de ella.

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