Ciencia y tecnología

Mexicanicemos almería

Almería1 es uno de los mejores ejemplos de la agricultura moderna, eficiente, en continua transición y, sobre todo, rentable. Es una localidad del sur de España y es la puerta de entrada de inmigrantes de Marruecos y demás lugares de África a Europa.

Este lugar fue célebre desde el siglo XI, cuando su puerto se desarrolló para el comercio de seda, después tuvo un gran letargo (unos siete u ocho siglos) hasta que empezó a florecer el cultivo de uva. Su clima desértico, planicies y ubicación a la orilla del mar le permitieron hacer de éste un producto eficiente.

El crecimiento de esta industria implicó crear infraestructura para el desarrollo de las uvas a lo que le llamaron parral, que no es más que un tendido de alambres que sujetan la mata y la dejan crecer hasta cierta altura para de ahí extender las ramas y obtener más racimos por planta, aprovechando la tierra y haciendo eficiente la precosecha y la cosecha.

Con el tiempo la uva comenzó a ser menos rentable y la necesidad de cambiar el cultivo fue imperante, sin embargo había una gran inversión en infraestructura, postes y alambres, que querían aprovechar, fue entonces cuando se les ocurrió la brillante idea de cultivar hortalizas, y comenzó el cultivo del tomate, que utiliza el tendido de alambre para sostener su crecimiento.

En la década de 1960 empezó a construirse la ahora conocida “Huerta de Europa”, poco tiempo después se aprovecharon los postes para colocar plásticos y hacer efecto de invernadero para estimular cosechas más tempranas y más veloces, que sumadas a las virtudes climáticas de la zona hacen de éste un excelente esquema de invernadero.

Lo más interesante de este modelo es que está en continua transformación desde hace cinco décadas y, sobre todo, ha permitido a la zona crecer en torno a la industria agrícola, además del desarrollo turístico.

Su crecimiento como polo de desarrollo se consolida con la industria de invernaderos, que generó una producción de insumos que ha crecido a la justa medida, empujando el desarrollo y eficiencia de los mismos invernaderos, creando grandes ferreterías que producen toda clase de herrajes para construir invernaderos, desde media hectárea y de forma muy rústica hasta cinco hectáreas con todos los aditamentos necesarios para clima, riego y ventilación. Además de fabricantes de cajas de madera y cartón, investigación y desarrollo en universidades y tecnológicos agrícolas, desarrolladores de semillas, fertilizantes, abonos y demás empresas de insumos agrícolas, donde el éxito de la industria se fundamenta en los centros de acopio.

En cifras, Almería tiene 300 mil habitantes (más población flotante) y cuenta con más de 35 mil hectáreas de cultivos bajo invernaderos, es decir, casi media hectárea por familia. En promedio las parcelas o invernaderos no sobrepasan la hectárea, aunque hay algunos realmente sobresalientes con más de cinco hectáreas.

La pregunta que surge al visitar esas latitudes es cómo le hace un agricultor de una hectárea para vivir solamente de su producción, ser rentable y comercialmente viable. La comparación es muy válida, pero ¿por qué los ejidatarios mexicanos no hacen lo mismo?

La organización entre tantos productores es sumamente destacable, funcionan como una cooperativa, sólo que de forma eficiente.

Existen varias “cooperativas”, y cada una mantiene una estructura de corporativo, con departamento de compras, finanzas, administración, mercadotecnia, piso de subasta, cuartos fríos, empaques centralizados, etcétera.

El estándar de cooperativa de tomate es de un poco más de dos mil productores familiares con 1.8 hectáreas cada uno en promedio y rendimientos anualizados de 100 toneladas; mueven en promedio 200 mil toneladas anuales y casi un millón de kilos diarios, 40 por ciento de los cuales son exportaciones directas y 50 por ciento de forma indirecta.

Los productores entregan cada día al menos diez cajas de ocho o diez kilos, las cuales se pesan, se lotean y reciben un identificador en un local de cerca de 25 mil metros cuadrados de exhibición, en donde se realiza una subasta a la baja, es decir, el departamento de mercadotecnia establece el precio de mercado de arranque, y de ahí empieza la puja por volumen. El comprador decide cuánto quiere comprar a ese precio y de ahí empieza a bajar el costo por kilo.

La cooperativa cobra una comisión por servicios de comercialización de 7 y 1 por ciento al comprador. Una vez adquirido uno o varios lotes el comprador decide cómo lo deben empacar; la cooperativa cobra la labor de maquila, refrigerado y almacenaje, pasando así a recogerlo y transportarlo.

En caso de que el lote de un productor no tenga colocación se destruye y se le paga un precio simbólico, aunque no cubra sus costos, lo cual puede interpretarse como un subsidio entre los mismos productores.

Cada cooperativa sirve como suministradora de insumos técnicos agrícolas, asesoría técnica especializada y control de calidad en cada agricultor, a quien adicionalmente le consiguen créditos blandos y dan servicios de tipo “factoraje”.

El Estado juega un papel muy importante en la regulación ecológica, el ayuntamiento sólo permite tirar basura en recintos controlados que concesiona, y obliga a los productores (agrícolas, de fertilizantes y de sustratos) a tirar ahí su basura. El concesionario del recinto cobra por recibir basura, la maneja ordenadamente ocupando la materia orgánica en compostas, y que vende a los productores agrícolas; algo tan sencillo como cobrarte por tirar tu basura en mi patio y luego la transformo y te la vendo en algo que te es muy útil y por higiene no puedes hacer en tu casa.

Evidentemente los puntos a favor del modelo de Almería son muy grandes y su éxito los avala, si bien es cierto que las condiciones son muy diferentes a las mexicanas, su tropicalización debiese ser un modelo a seguir, a imitar, a copiar, o mejor dicho a mexicanizar.

1) “Espejo del mar”.

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