Cambio climático

Nuestro planeta ¿se calienta o se enfría?

Desde hace casi una década, se tiene la certeza de que la temperatura de la tierra está aumentando de manera lenta y sostenida y de que esto guarda una estrecha relación con el efecto invernadero producido, entre otras cosas, por un elevado incremento de bióxido de carbono en la atmósfera.

Aunque este fenómeno ya ha sido reconocido de manera oficial por la sociedad mundial a través de organizaciones creadas específicamente para concentrar, discutir y obtener conclusiones de los cientos de trabajos de investigación que sobre este tema se llevan a cabo en todo el orbe, no dejan de surgir sorpresas en algunos de ellos que parecen contradecir los aspectos climáticos ya mencionados, a pesar de ya haber logrado una amplia aceptación entre la opinión pública y una buena parte de la comunidad científica internacional.

Tal es el caso, por mencionar uno, de la investigación que reseña en octubre de 2002 la revista estadounidense Discover, en donde expertos del Instituto Oceanográfico de Woods Hole, en Massachusetts, reportan anomalías en la circulación de la corriente marina del Golfo de México. Esta corriente es la responsable, entre otras muchas cosas, de que los inviernos del norte de América y Europa sean menos severos, al transportar desde las regiones tropicales hasta el Atlántico Norte, una cantidad de calor equivalente al que proporcionarían medio millón de grandes centrales térmicas. De confirmarse estos hallazgos, se podría esperar una nueva y larga “Pequeña Era Glacial” para Norteamérica y Europa, como la ya ocurrida entre 1300 y 1850 en esa misma región, con caídas en las temperaturas medias que irían desde 2.75~1ºC Para Canadá y Estados Unidos y 5ºC para el norte de Europa y Asia.

Sucesos como éste parecen contradecir las predicciones del calentamiento global de la tierra, las cuales establecen que el aumento de las temperaturas medias será de entre 1 y 3.5ºC durante los próximos 100 años; también producen un gran desconcierto, no sólo entre el ciudadano común, que está al pendiente y se preocupa por este tema, sino también entre muchos investigadores que se dedican a su estudio.

¿Qué es lo que sucede realmente? ¿El planeta se está calentando o se esta enfriando? La respuesta más contundente es la que cita el climatólogo mexicano René Garduño, en su excelente libro El veleidoso clima, y es la siguiente: “Lo único constante del clima es su variabilidad.” Dicho con otras palabras: la única certeza que podemos tener sobre el clima es que va a cambiar.

Claro que esto no nos dice nada, ni de la magnitud ni del sentido del cambio y, aunque existen evidencias que apuntan que será al alza, el clima (como indica aquel lugar común), no tiene palabra de honor. ¿A qué se debe la enorme dificultad que conlleva no sólo su diagnóstico y pronóstico, sino su misma descripción? La respuesta puede resultar obvia: el clima es un sistema altamente complejo en el que participan una gran cantidad de parámetros, variables e interacciones y su comportamiento es la resultante de la combinación de muchos procesos enlazados de orden físico, químico, biológico, astronómico y social.

El clima es un tema que puede tener varios enfoques: el de la especulación tremendista (el favorito de periódicos y noticiarios), el de las deducciones simplistas, el del voluntarismo mágico, el de los horóscopos y también el de la ciencia. Aunque este último sea el menos popular, sobre todo entre algunos grupos ambientalistas radicalizados, de él trataremos a continuación porque, como dice el doctor Garduño, con gran sentido del humor: “el que no calcula, especula”.

La ciencia, al tomar al clima como su objeto de estudio, debe contestar tres preguntas sobre él: ¿Qué pasa?, ¿por qué pasa? y ¿qué va a pasar?. Es decir, tiene que observar y describir los fenómenos, explicarlos y estar en la posibilidad de predecir su comportamiento futuro. La razón del porqué el análisis científico de un mismo aspecto climático pueda tener diferentes conclusiones, algunas de ellas totalmente antagónicas, se encuentra en las “incertidumbres” que arroje cada paso de este proceso. Incertidumbre es cada parámetro o variable de un fenómeno que no puede ser precisado con una certeza del 100 por ciento.

La incertidumbre o incertidumbres suelen presentarse en cada una de las etapas del enfoque científico que hemos mencionado. Tomemos como ejemplo el cambio climático global.

En la observación y descripción de este macrofenómeno se puede generar incertidumbre según el número de variables que hayamos decidido estudiar: actividad solar, temperatura atmosférica, temperatura de los océanos, salinidad del mar, corrientes marinas, precipitación pluvial, nubosidad, actividad volcánica, cantidad de CO2 y otros gases de invernadero en la atmósfera, deriva continental, retroceso de los glaciares en los polos y ascenso del nivel del mar. Se produce incertidumbre según los medios o la tecnología de la que se disponga para cuantificar estas variables: mediciones por satélite, globos aerostáticos, número, distribución y representatividad de estaciones climatológicas, datación por carbono 14 y por anillos anuales de crecimiento de árboles fósiles. También se crea incertidumbre según la escala de tiempo que hayamos elegido: meses, años, lustros, décadas, siglos, milenios o millones de años. Es obvio que a mayor amplitud y veracidad de los datos obtenidos, la incertidumbre será menor.

Ya desde esta misma descripción del fenómeno cambio climático global surgen las discrepancias entre los investigadores. Unos creen que el aumento sostenido de las temperaturas atmosféricas observado desde 1850 hasta nuestros días y que es, en promedio, de 0.5ºC, es suficiente para caracterizar el cambio como un calentamiento global; otros piensan que el periodo y la fluctuación son muy pequeños, hablando en términos geológicos, como para ponerle la etiqueta de un calentamiento sostenido.

La incertidumbre suele incrementarse cuando se trata de explicar por qué pasa lo que pasa, es decir, cuando se intenta establecer un diagnóstico del tema de estudio. Y es que, si las variables abordadas por separado son complejas, cuando interactúan llegan a complicarse en niveles insospechados. Tomemos un pequeño ejemplo: la nubosidad. ¿Qué se necesita para formar nubes? ¿Calor o frío? Calor, por supuesto, ya que la evaporación aumenta con la temperatura superficial; sin embargo, se requiere de temperaturas bajas para que esta evaporación se condense y forme nubes en las alturas. Está clarísimo, pero quizá no hemos reparado en el hecho de que en una gran parte de nuestro país la temporada de lluvias se dé en verano (tiempo caluroso), y en otra, en el norte, en invierno (tiempo frío).

En lo que se refiere al cambio climático global, la fase de diagnóstico ocasiona polémicas feroces. Hay un sector de estudiosos que afirma que el aumento en las temperaturas observado en el mundo, se debe al efecto invernadero producido por la inmensa cantidad de CO2 y otros gases y partículas producidos por la actividad humana y que son arrojados a la atmósfera. Existe otro grupo de científicos que afirma que estos cambios se deben a una variabilidad natural del planeta; hay quienes piensan que la actividad solar y las variaciones en las cantidades de calor que aquéllas implican son las responsables; otros, que es la inclinación del eje terrestre; y hay quienes opinan que es una combinación de todas las anteriores y muchas más.

En la tercera etapa del proceso, aquella en la que se elaboran pronósticos sobre el comportamiento del sistema a corto, mediano y largo plazos, es la que, por su misma naturaleza, todo o casi todo se vuelve incertidumbre. En este paso es donde a la pregunta ¿que pasará con el clima?, encontramos respuestas tan dispares como: se calentará, se enfriará, seguirá en el mismo rango de fluctuación de los últimos 150 años, se calentará y luego se enfriará, vendrá una nueva era glacial, se calentará a tal grado que se derretirá todo el hielo de los casquetes polares, subiendo el nivel del mar 30 metros, desapareciendo todas las ciudades costeras del mundo y la mayor parte de las islas que actualmente existen.

Poderosas supercomputadoras del tipo SGI Cray T3E, alimentadas con una cantidad inimaginable de datos y corriendo sofisticadísimos programas basados en modelos físico-matemáticos no menos complicados, son utilizadas en los muy pocos centros de investigación del mundo que pueden darse el lujo de contar con estos recursos. Los tres principales son: el Centro Hadley, en Inglaterra; el Max Planck, de Hamburgo y el Centro Nacional para la Investigación Atmosférica (NCAR), en Estados Unidos. Uno de sus pronósticos más importantes es el que ya hemos mencionado de que la temperatura promedio del planeta será de 1 a 3.5ºC mayor a finales del siglo XXI. No obstante, estos pronósticos son puestos en duda, de vez en cuando, por los resultados de algunas investigaciones, como ilustra el ejemplo con el que iniciamos este artículo.

Existe una cuarta etapa de este proceso de acercamiento científico, estrechamente ligado a la fase de diagnóstico, y es el que responde a la pregunta: ¿Qué pasaría si? Se le llama simulación y en el caso concreto del clima pueden servir de ejemplo dos muy difundidas, las que responden a las preguntas: ¿Qué pasaría si aumentara o disminuyera la cantidad de energía del sol (constante solar) que recibe la tierra? y ¿Qué pasaría si la concentración de CO2 en la atmósfera pasara de las 270 partes por millón en volumen (ppmv), que prevalecían en 1850 (etapa preindustrial), al doble, 570 ppmv, tomando en cuenta que en el año 2000 ya la cota era de 360 ppmv, nivel sin precedentes, al menos en las últimas eras geológicas del planeta?

Quizás esta apretada síntesis de lo que es un enfoque científico al tema del cambio climático global nos ayude a entender el porqué de los múltiples y discrepantes resultados y conclusiones a los que llegan los estudiosos del fenómeno.

En 1995, el Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC), organización auspiciada por la ONU y formada por más de dos mil científicos de todo el mundo, publicó su segundo informe en el que reconocía que: “…resulta ya discernible una influencia humana en las condiciones climáticas planetarias”. Esta declaración fue realizada intencionalmente con toda la precaución y la parsimonia que tanto sacan de quicio a muchos ecologistas, que desde años antes ya lo sabían o lo intuían. Y es que no puede ser de otra forma, porque, en palabras de su director y fundador, el respetado científico sueco Bert Bolin, no puede haber consenso en los resultados y conclusiones obtenidos por todos los investigadores participantes, por lo que, por respeto a los que disienten de una u otra posturas, este tipo de afirmaciones se da en estos términos, “tan tibios”, desde la óptica de los ambientalistas radicales.

Y es que basta con hojear cualquiera de las revistas científicas más prestigiadas de los últimos dos o tres años, como Science o Nature, para darse cuenta que los investigadores siguen haciendo lo suyo, es decir, abordan un problema climático específico, lo desarrollan según el proceso que ya hemos descrito y publican sus resultados. A veces éstos respaldan alguna postura ya existente, a veces ninguna; en ocasiones reportan hallazgos insospechados que causan conmoción entre los especialistas. En fin.

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