Biodiversidad

Los altos costos del camarón

La degradación del ecosistema marino del Golfo de California es un fenómeno complejo que involucra los intereses económicos de la industria pesquera, de los compradores del producto en Estados Unidos y Japón, de miles de personas que trabajan en el rubro, y de científicos y conservacionistas que buscan preservar la riqueza biológica de la región   leer más

César Angulo

Alto Golfo de California.– Salvador Flores lleva 20 años de su vida dedicados a la pesca del camarón en el Golfo de California y hoy más que nunca su necesidad de obtener la mayor cantidad de producto en sus incursiones al mar se enfrenta a la urgencia de preservar este rico ecosistema marino y ponerlo a salvo de la sobreexplotación.

La pesca de camarón silvestre es la principal fuente de empleo y generadora de capital en San Felipe, de donde es originario Salvador. Desde este pequeño puerto ubicado en la árida costa oriental del Golfo de California (también conocido como Mar de Cortés), el camarón se exporta a Estados Unidos y Japón, en donde se le aprecia por su tamaño, dulce sabor y la consistencia de su carne. Salvador y los pescadores de San Felipe dicen que es el mejor del mundo.

Este crustáceo es a escala global el producto pesquero más comercializado (según la FAO) y lo mismo ocurre en el Golfo de California, en donde cada año de septiembre a marzo unos mil barcos con eslora de 20 a 25 metros raspan el fondo marino con sus redes de arrastre para capturarlo y exportarlo a los mercados internacionales. Pero las artes de pesca que utiliza la flota camaronera tienen efectos negativos en la rica biodiversidad de este mar abundante en islas.

Por cada kilogramo de camarón blanco (Litopenaeus vannamei), azul (Litopenaeus stylirostris), o café (Farfantepenaeus californiensis) que se captura, otros 10 kilogramos de peces, crustáceos y moluscos llegan a las plataformas de los barcos que después son devueltos al mar, la gran mayoría dañados o muertos. Entre las víctimas de las redes camaroneras se encuentran más de 100 especies de peces, algunas de ellas de importancia comercial y otras de interés para la conservación, como son rayas y tiburones, anchovetas, lenguados, anguilas, baquetas, mojarras, pargos, cabrillas y curvinas, entre otros. La gran mayoría de estas capturas no tiene valor para su comercialización debido a su talla que en promedio no rebasa los 20 centímetros y 60 gramos, según los estudios que han realizado el Instituto Nacional de la Pesca y otras instituciones mexicanas.

Esta práctica tan común en esta la zona más productiva para la pesca en México, está ocasionando un empobrecimiento de la biodiversidad marina, señala el ambientalista mexicano Juan Manuel García Caudillo, ex director de Pesquerías para la Región Golfo de California de la organización Conservación Internacional.

García Caudillo, ahora consultor en el tema de pesquerías para organizaciones conservacionistas como WWF, NRDC y Pronatura, asegura que la pesquería de camarón está causando impactos tanto a la biodiversidad marina como al medio físico, específicamente a los fondos marinos del Golfo de California hasta donde llegan las redes rastreras que capturan el camarón, a profundidades promedio de 10 a 45 metros.

“Los peces que son sacados en las redes no resisten el tiempo que a los pescadores les toma separarlos del camarón para ser devueltos al mar y regresan muertos o lastimados”. Y esto, de acuerdo con investigaciones realizadas por científicos de distintas partes del mundo, provoca que especies marinas carroñeras se beneficien de esta fauna afectada, lo que produce un desequilibrio biológico al ecosistema marino debido a la intervención del hombre, explica.

Juan Manuel ha pasado largas jornadas en alta mar para monitorear las prácticas de pesca de los barcos camaroneros y de estas jornadas evoca una fuerte impresión por ser testigo de la mucha y diversa fauna marina que es desperdiciada y matada para lograr la captura de la especie objetivo, la más valiosa comercialmente: el camarón.

En el caso de los tiburones y rayas que son capturados en las redes camaroneras sólo los ejemplares de mayor tamaño son comercializados para aprovechar su carne. La organización Traffic ha documentado que el precio de un kilo de aletas de tiburón puede llegar hasta los 500 dólares en China.

El oceanógrafo José Leonardo Castillo, científico dedicado al estudio de los tiburones, encontró que en los últimos años la salud en las poblaciones de tiburón que sostienen la pesquería de esta especie se ha agravado debido a que son biológicamente frágiles por su baja fecundidad y lento crecimiento lo que hace que los ejemplares jóvenes sean víctimas de las redes camaroneras, al compartir con el crustáceo su hábitat.

La vulnerabilidad de las rayas y tiburones y en general la degradación del ecosistema marino del Golfo de California es un fenómeno complejo que involucra los intereses económicos de la industria pesquera, de los compradores del producto en Estados Unidos y Japón, de las 37 mil personas que trabajan en el rubro, y de científicos y conservacionistas preocupados por preservar la riqueza biológica de la región.

Los expertos han alertado que la sobreexplotación puede provocar el colapso de la pesquería de camarón que en el año 2000 fue de casi 18 mil toneladas en la zona del Golfo de California.

En la década de 1980 la pesca intensiva redujo la población de camarón a la vez que se reducía el promedio de captura de los barcos. La reducción del camarón fue relacionada con el uso de las redes de arrastre y los daños que provocan al pasar en promedio siete veces por los fondos marinos en una sola temporada de pesca, encontró la Evaluación Global de Aguas Internacionales (GIWA, por sus siglas en inglés) región del Golfo de California, un estudio dirigido por el Programa de Medio Ambiente de la ONU.

“Es importante reconocer el legítimo derecho que tienen los pescadores de explotar el recurso, y el valor social de la pesca como generadora de empleos y riqueza para las comunidades costeras. Lo que debemos buscar son mejores prácticas para hacer las capturas más eficientes y mitigar los impactos ecológicos negativos en el mar”, acota García Caudillo, quien ha sido testigo del esfuerzo de empresas pesqueras como las afiliadas a la Unión de Pesqueras de Guaymas por invertir en mejoras tecnológicas para reducir los impactos de sus barcos y redes en la biodiversidad marina.

Evidencia y discusión

Aunque en los últimos años se han realizado muchas investigaciones a escala mundial sobre los efectos que las artes de pesca de arrastre ejercen en las comunidades bénticas (las que habitan los fondos marinos), de hecho se sabe poco y pueden extraerse pocas conclusiones claras, como lo describe el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) El estado mundial de la pesca y la acuicultura 2004.

Algo similar ocurre con los efectos que la pesquería de camarón ocasiona en el Golfo de California, según Juana López Martínez, doctora en ciencias marinas del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste, de Guaymas, Sonora.

“No es posible afirmar de qué magnitud es el efecto en la biodiversidad marina debido a la pesquería de camarón, pues las investigaciones formales en la zona que permitan emitir una opinión fundada en la mejor evidencia científica aún están en proceso”, dice la científica. Lo que sí es real es que se están desaprovechando cantidades significativas de recursos marinos que componen las capturas incidentales, debido a falta de desarrollos tecnológicos que permitan aprovechar dichas especies.

Según esta investigadora, hay al menos algo positivo en la pesquería de camarón, y es que la veda impuesta por el gobierno entre los meses de marzo a agosto, coincide con el periodo reproductivo de la mayoría de las especies marinas del Golfo de California, lo que se podría considerar una especie de veda al ecosistema marino completo.

Por otro lado, la región marina cuenta con zonas en las que los barcos no pueden utilizar sus redes de arrastre debido los acantilados marinos, los cuales funcionan como refugio para muchas especies, características que no tiene por ejemplo el Golfo de México, donde la plataforma marina es uniforme.

Otros estudios como el Análisis de las Poblaciones de Camarón del Litoral del Pacífico, elaborado por el Instituto Nacional de la Pesca en 2006, establece que en el caso del camarón café éste ha mostrado un decremento en su rendimiento desde la temporada 1994-1995 a la fecha en la zona del Alto Golfo, en donde se tiene la mayor presencia de barcos camaroneros que utilizan las redes de arrastre. Indica también que el aumento de barcos en la zona podría ser un error administrativo que culmine en la sobreexplotación del recurso pesquero.

El Plan de Manejo para la Pesquería de Camarón en el Océano Pacífico Mexicano es contundente: dice que la capacidad de captura de la pesquería ha rebasado las tasas de crecimiento de las poblaciones de camarón propiciando su sobreexplotación.
En el apartado de Sobrepesca del documento, se describe el impacto de la distribución espacial inadecuada de los barcos camaroneros, como el que se ha observado en la región de bahía Sebastián Vizcaíno, entre las bocas de Altata al Perihuete, en Sinaloa: cuando la abundancia de camarón es elevada se concentran hasta 400 embarcaciones mayores en un área relativamente pequeña y de esta manera se genera una sobrepesca.

Y en tanto los científicos sigue descubriendo las relaciones del uso de artes de pesca nocivas con la degradación del mar, una red camaronera raspa el fondo marino del Golfo de California y los corales, esponjas, almejas y caracoles que habitan allá abajo son aplastados y muy pocos sobrevivirán.

La historia de las pesquerías en la región ha sido clara en dar su lección: en los años setenta, la totoaba (Totoaba macdonaldi), un pez endémico de la zona que llegaba a medir dos metros de longitud y pesar hasta 200 kilos fue reducido casi al punto de la extinción a causa de la sobrepesca. En 1975 se decretó su veda total y actualmente está en la Lista Roja de especies en peligro de extinción.

Dejar algo para el futuro

Salvador, el pescador de San Felipe, ha estado un poco preocupado últimamente. Me dice que la pesca del camarón ya no es como antes, ahora cada vez es más difícil llenar su panga después de toda una jornada de trabajo que inicia a las cinco de la madrugada.

Él, que es miembro de la cooperativa pesquera Amigos del Puerto, ha padecido la devaluación del camarón silvestre, el que antaño era el favorito de los exportadores, quienes ahora compran grandes volúmenes a las nuevas granjas camaronícolas que producen crustáceo en grandes cantidades y lo venden más barato.

Un kilo de camarón de buen tamaño se compra por los intermediarios a unos 150 pesos; pero si se toma en cuenta que los pescadores ribereños como Flores tienen que invertir toda una jornada en el mar que implica gastar unos 700 pesos en combustible para sus pequeñas embarcaciones y después repartir sus ganancias entre sus dos o tres ayudantes entonces los ingresos se reducen.

Algo evidente, me comenta el pescador, es que cada temporada de pesca implica más dificultades para obtener la misma producción de camarones que se tenía hace una década, cuando trabajar en la captura del crustáceo era una de las actividades más rentables de la región.

“Algunos días son buenos y regresamos con más de 80 kilos en la panga pero otros tenemos que conformarnos con 10 kilos y apenas alcanzamos a cubrir los gastos”, se queja.

El investigador de pesquerías García Caudillo, explica que a una tendencia a la baja que ha experimentado en los últimos años la pesquería de camarón en la zona, el sector pesquero ha respondido incrementado la potencia de las embarcaciones para sostener el volumen de capturas, lo que ha repercutido en una alta presión sobre los recursos marinos.

Insiste en que las redes de arrastre camaroneras con la que el millar de barcos raspa cada día hasta 270 kilómetros cuadrados de fondo marino en el afán de capturar la mayor cantidad de camarón generan pérdida de biodiversidad. Y recalca: “esta zona ha sido clasificada por la comunidad científica internacional como un centro de endemismos, y como uno de los Ecosistemas Marinos de Atención Prioritaria por la comunidad conservacionista internacional”.

El Golfo de California es una de las regiones del planeta más ricas en mamíferos marinos y por todo esto debiera ser un centro de conservación de especies y de aprovechamiento sustentable de recursos naturales. “Desafortunadamente, la situación de especies endémicas como la vaquita marina y la totoaba, que actualmente se encuentran en peligro de extinción, nos indican que quizá no vamos por el camino adecuado”, se lamenta el ambientalista.

Salvador reflexiona un momento y después me suelta la razón de su congoja: los ecologistas del mundo y mucha gente piensa que los pescadores como él están causando daños a las especies que habitan en esta zona del Golfo de California, como las rayas, tiburones y la vaquita marina.

Me dice que los pescadores ribereños, los que navegan en pangas, han cambiado sus redes y ahora utilizan redes con tramado más pequeño y constantemente las cambian de lugar para evitar que vaquitas marinas se enreden y mueran asfixiadas. Su principal preocupación es capturar el camarón si dañar a las demás especies marinas.
“Nosotros no hacemos daño a la vaquita (marina), nos preocupa que la gente piense lo contrario porque somos los más interesados en preservar este mar, para que nuestros hijos y nietos puedan también obtener su sustento diario en el futuro.”

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