Biodiversidad

Las sequías en México: un breve esbozo

Dada la frecuencia y la intensidad con que el fenómeno de las sequías se ha hecho presente en nuestro territorio, a lo largo de los miles de años que abarcan tanto la historia como la prehistoria del país, podríamos acotarlas como situaciones relativamente «normales» dentro de las oscilaciones climáticas propias de esta zona, que se detectan fácilmente en lapsos de una o dos décadas.

Las sequías están indisolublemente ligadas a la ausencia, retraso o déficit de lluvias, por lo que para los fines de este artículo, las definiremos como «precipitación pluvial significativamente más pequeña que el promedio o que un valor específico durante un periodo de tiempo».

Los parámetros para su evaluación nos los proporcionan los índices de lluvia media anual expresados en milímetros. Por ejemplo, el índice de lluvia media anual del planeta es de 811 mm; 1028 mm en Francia y 3292 mm en Java. El lugar más lluvioso del mundo es Hawai con 8500 mm y el más seco, el desierto de Atacama en Chile, en donde hasta 1971 no había caído una gota de agua en 400 años.

En México, el promedio general de la lluvia al año es de 700-710 mm, un índice bastante bajo que nos coloca en los límites de la agricultura de temporal con escaso rendimiento, la cual marca como cuota inferior los 800 mm. En nuestro país, se presentan zonas con diferentes regímenes pluviométricos que van desde rangos de entre 50 y 100 mm en Baja California y parte de Sonora, hasta los 4500 mm en el norte de Chiapas y en el Soconusco; 3500 mm en el sur de Tabasco, 2500 mm en el suroeste de Veracruz, 800 mm en Tlaxcala, 700 mm en el centro de Oaxaca y Sinaloa, y 400 mm en Zacatecas.

En una clasificación elaborada por García Quintero para la República Mexicana, se establece que el tipo de clima árido, que se fija con una lluvia media anual de menos de 800 mm, afecta a 52.1 por ciento de la superficie total del país; el clima semiárido, que va de los 800 a los 1200 mm, al 30.6 por ciento; el semihúmedo, de 1200 a 1500 mm, a 10.5 por ciento y el húmedo, arriba de 1500 mm, a 6.8 por ciento. Este crudo registro, que define a 82.7 por ciento del territorio mexicano como árido y semiárido nos muestra las grandes carencias de agua que en lo general, como nación, padecemos.

Esta situación conlleva una serie de problemas económicos, políticos, sociales y ambientales que se agravan considerablemente cuando las lluvias esperadas en cada ciclo, por escasas que puedan ser, se retrasan, caen en cantidades menores o simplemente no llegan.

Empíricamente, los hombres del campo consideran que uno de cada cuatro años habrá sequías, aunque a veces se pueden juntar dos y hasta tres años «malos». Por nuestra parte, en algunas investigaciones que hemos efectuado en el Departamento de El Hombre y su Ambiente de la UAM-Xochimilco, se han calculado ciclos para la sequía que hemos dividido en tres grandes grupos:

El primero se refiere a lapsos de entre dos y siete años que corresponden a la oscilación cuasi-bienal del evento meteorológico conocido como El Niño; los otros dos grupos están estrechamente vinculados a dos ciclos de actividad solar: el primero de ellos de entre 10.3-11 años denominado ciclo de Wolf y el segundo, de 23.2 años, conocido como el ciclo de Hale.

Las precipitaciones pluviales se originan en las bandas latitudinales de circulación atmosférica que se van desplazando según la estación del año. La Zona de Convergencia Intertropical (ITC) y los vientos alisios son los causantes de la temporada de lluvias de verano, la más importante de todas, que de mayo a octubre afectan la región central y sur del país.

Los Westerlies o vientos fríos que vienen del polo norte en dirección noreste-sureste, producen las lluvias de invierno (diciembre-febrero), que se vierten principalmente en el norte y aunque de menor importancia, representan junto con las lluvias de verano 80 por ciento de la precipitación total en México.

Otros factores importantes son los ciclones, causantes de las lluvias de otoño que caen en primera instancia en las costas del Golfo, del Caribe y del Pacífico; finalmente, la alternancia de los eventos El Niño y La Niña, que afectan de una manera diferenciada para cada zona del territorio nacional la presencia y los volúmenes de lluvias esperados y considerados como normales.

El impacto que las sequías han causado en los diferentes grupos humanos establecidos desde siempre en estas tierras ha consistido, por lo general, en algo muy similar: hambre, epidemias, mortandad, conflictos sociales y políticos y aumento de la migración.

El investigador Enrique Florescano ha logrado establecer una correlación entre algunos de los más importantes sucesos históricos de México con algunas de las sequías más severas que han azotado nuestro territorio, y aunque el mismo autor nos aclara que una sequía no necesariamente tiene que desembocar en un conflicto social o político de proporciones mayores, sí puede llegar a convertirse, bajo ciertas circunstancias, en el detonante que ha sido capaz de transformar un simple conflicto local entre grupos antagónicos, en movimientos de envergadura nacional. A continuación presentamos algunos casos que ilustran esta teoría.

Independientemente del papel que haya jugado el problema de la insuficiencia de agua en la ruina y abandono de Teotihuacán a finales del siglo VIII dC, la llegada de grupos nómadas del norte que se mezclaron con los últimos residentes de la agonizante metrópoli, y que posteriormente fundarían la ciudad de Tula, originando la llamada cultura tolteca, nos plantea una cuestión: ¿de qué parte del norte venían estas tribus, las llamadas nahuatlacas o chichimecas? Aunque no se ha determinado exactamente su lugar de origen, existen varias hipótesis al respecto, una de las cuales lo sitúa en la meseta del río Colorado, dentro del actual territorio del suroeste de Estados Unidos que ahora ocupan parte de los estados de Utha, Colorado, Nuevo México y Arizona.

Pues bien, esta hipótesis se ve favorecida por el hecho de que investigadores estadounidenses han encontrado, examinando los anillos anuales de crecimiento de los árboles (ciencia llamada dendrocronología) evidencias de largos periodos de sequía, durante el medievo, en esa región; dos principalmente, cuya duración insólita abarcó varias décadas: el primero, del 900 al 1100 dC y el segundo, de 1200 a 1350 dC.

Esta situación provocó la emigración de varios grupos, entre los cuales pudieron haber estado las legendarias tribus nahuatlacas, que, casualmente, por esas mismas fechas iniciaron su larguísimo recorrido en tiempo y distancia hacia el Valle de México, en donde su actuación aún tiene resonancia en la conformación multirracial y multicultural de la sociedad mexicana contemporánea.

También se han documentado varias sequías más durante la época prehispánica, una de las más intensas, la ocurrida en 1454, en el reinado de Moctezuma Ilhuicamina, que tuvo una duración de tres años, la cual provocó hambre y mortandad e incluso la autorización del emperador a sus súbditos para emigrar, acción inusual en la estricta sociedad azteca.

Ya en plena colonia, se registraron en el Valle de México 13 grandes sequías en el periodo 1521-1600; 25 entre 1600-1699 y 50 de 1701-1821, destacándose entre ellas la que coincidió en 1624 con una serie de conflictos políticos en la ciudad de México y con el alto precio del maíz debido a las malas cosechas. Esto desembocó en un motín que terminó con la caída del virrey, el marqués de Gelves.

Las mismas circunstancias se presentaron en 1692, año en que los indios y las castas se apoderaron del Zócalo, apedrearon e incendiaron el Palacio Nacional, el edificio del ayuntamiento, la alhóndiga y las casas del corregidor y otros funcionarios.

La revuelta más importante de este periodo, que de hecho dio fin a la etapa colonial, fue la encabezada por el sacerdote criollo Miguel Hidalgo, en cuyo comienzo sólo contaba con 14 trabajadores de su taller de cerámica y 31 soldados del regimiento local de la reina y, sin embargo, meses más tarde ya aglutinaba a más de 80 mil hombres, en su gran mayoría campesinos y otros grupos cuya miseria se había exacerbado por la gran sequía que tuvo lugar de 1808 a 1811.

Condiciones semejantes a las anteriores se produjeron 100 años después, durante la última década del porfiriato, en que la escasez de lluvias azotó a casi toda la nación, de manera particular a la región norte, semillero donde se gestó primordialmente la Revolución Mexicana de 1910.

Es interesante observar en las dos últimas décadas del siglo XX (1980-2000) la probable relación entre las severas sequías producidas principalmente en el norte y la caída del régimen de un partido hegemónico.

El primer aviso importante se produjo en 1988, cuando una gran cantidad de campesinos y otros grupos empobrecidos de varios estados norteños y de otras regiones votaron masiva y sorpresivamente contra el partido oficial, a pesar de los rígidos controles de éste sobre las masas populares.

Es importante anotar que en el periodo 1987-1992 se produjo en el suroeste de Estados Unidos y el norte mexicano la segunda peor sequía del siglo XX.

Como colofón a lo anterior, acotaremos que en el periodo 1993-1996 se presentó uno de los cuatro grandes periodos de sequía en México durante el siglo XX, con pérdidas de mil millones de dólares en el campo, las presas en el nivel más bajo de su historia; 4.6 millones de hectáreas de cultivos dañados y otros seis millones sin poder ser cultivados por la falta de agua; 300 mil cabezas de ganado se perdieron y otras 700 mil tuvieron que ser vendidas muy por debajo de su precio; se tuvieron que importar 11.25 millones de toneladas métricas de granos básicos, casi el doble que en 1991.

Pensamos que la correcta evaluación de las posibles relaciones entre estos sucesos y lo acontecido en la política nacional en 1997 y en el 2000 podrían ser un interesante tema de investigación para los especialistas de las ciencias políticas, aunque no deja de ser un sugestivo punto de reflexión para el resto de los ciudadanos.

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