Biodiversidad

El golfo de California

Cómo lograr el balance del desarrollo económico con la protección del ambiente
En marzo pasado, un científico a bordo de la panga de una familia pescadora del golfo de California, descubrió una nueva especie de tiburón. El hallazgo llamó la atención mundial, otra vez. Con ello aumentó a 91 el número de especies de peces únicamente residentes del golfo. Éste es uno de muchos aciertos que suceden con asombrosa frecuencia en este mar, ubicado en el noroeste mexicano, a escasos kilómetros de la frontera con Estados Unidos. Hace recordar la caracterización hecha por el oceanógrafo Jacques Cousteau: “el acuario del mundo”.
Talli Nauman

La región del golfo tiene gran parte de la riqueza natural de México y, por tanto, del planeta. Sin embargo se ve sumida en la pobreza. Aquí habitan 39 por ciento de las especies de mamíferos marinos del mundo, la tercera parte de los cetáceos marinos, una excepcional cifra de 4,500 especies de invertebrados identificados, 891 especies de peces, 695 de plantas vasculares y 181 de aves.

A la vez, los ingresos de la mayor parte de las personas empleadas, entre 66 y 72 por ciento de los ocupados, oscilan entre uno y hasta cinco salarios mínimos, es decir, entre 48 y 240 pesos diarios. La competencia para sobrevivir es feroz, no sólo para las especies ahora en peligro de extinción, sino también para los seres humanos que pueblan estos rumbos. De ahí la importancia de promover la diversidad, no sólo en los hábitats silvestres, sino también en la oferta del empleo.

Finalmente esta última depende de la otra. La diversificación en fuentes de trabajo asegura la conservación y protección de los recursos naturales. La pesca, el turismo, la agricultura y las áreas restringidas a actividades humanas no sólo deben existir una al lado de la otra, sino además ir de la mano. Encontrar la manera es el reto.

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En la conciencia colectiva de América del Norte, una referencia al golfo conduce en la mayoría de los casos a pensar en el Golfo de México, sobre todo después del reciente paso del huracán Katrina que dañó tanto a las comunidades y ecosistemas mexicanos como a los estadounidenses. El otro golfo, menos presente y más pequeño, pero de igual importancia binacional e internacional es el golfo de California, también nombrado Mar de Cortés en memoria de uno de sus primeros exploradores. A diferencia del Golfo de México, el gobierno mexicano tiene jurisdicción exclusiva sobre el golfo de California, misma que abarca 40 municipios costeros y una población de casi 9.3 millones en los estados de las dos Baja California, Sonora, Sinaloa y Nayarit. Las principales actividades económicas que dan vida a la región del golfo de California son justamente la pesca, el turismo y la agricultura.

Durante muchos años no hubo una visión aglu-tinadora de la conservación de la región. Luego de formarse, hace 20 años, siguió una época de falsos discursos en que los ambientalistas y los productores se enfrentaron debido a sus diferentes perspectivas sobre el desarrollo. Cuentan que como parte de esta historia, la autoridad era descuidada, actitud que después cambió a arbitraria. No cabe duda que todo sucedió en el marco de la contienda por los recursos naturales.

En la última década, ha habido media docena de quejas procedentes de la región ante la Comisión para la Cooperación Ambiental de América del Norte. Apenas inicia una coyuntura en que los sectores antes opuestos entablan diálogos y obtienen logros como resultado.

Los retos llenan la agenda del desarrollo sustentable

El agua dulce es un denominador común en el progreso de la región del golfo de California. Es determinante del tipo de desarrollo en cada lugar. Los desiertos circundan al golfo y los ríos que ahí desembocan. Son como el pan que acompaña al caldo. Los colores arenosos y bermejos de las dunas y montañas, en gran contraste con los tintes azules del vital líquido, son de los dones más conmovedores e inspiradores para la cultura y el turismo.

Pero ¿cómo impulsar la economía con las ganancias de la industria turística sin afectar el abasto de agua? De ella depende la pesca —la actividad de más importancia económica-social en la región—. Los campos de golf acaban con los esteros, esenciales para la cría de muchas especies, y los rascacielos albergan cientos de usuarios de agua potable. Las inadecuadas plantas tratadoras de agua vierten resi-duos al mar. Las granjas de camarón prometen ingresos nuevos pero dependen del mismo mar. Los cultivos abastecen el mercado, pero dependen de los ríos y los acuíferos para el riego. Mientras, la agricultura industrial deposita agroquímicos y la acuicultura produce descargas que contribuyen a la contaminación de los lechos y el golfo. Por tanto, la gente se empobrece aún más.

La cantidad y calidad del agua influyen en la biodiversidad. Cuando escasea o se ensucia, las especies importantes para la pesca comercial se acaban y la industria pesquera se colapsa ante las presiones del mercado. Junto con las especies desaparecen oportunidades únicas para el futuro de la ciencia y el bienestar. En el esfuerzo de mitigar esta realidad, el manejo comunitario, cooperativo, y la asociación entre grupos productivos y gobierno han mostrado los mejores resultados y proporcionado las mayores esperanzas, hasta ahora.

Los regímenes de tenencia de la tierra tienen mucho que ver con el cuidado de estos recursos. Con la reforma a fines del siglo XX que creó la nueva Ley Agraria, los ejidatarios que antes no podían vender sus predios, ya lo hacen. Este fenómeno da pie a un crecimiento urbano desmedido y descontrolado.

Por otro lado, las Áreas Naturales Protegidas (ANP) en su intento de parar el desperdicio de agua y la pérdida de biodiversidad han padecido de torpes manejos, convirtiéndose en blanco de críticas. Las acusan de ser barreras a los ingresos familiares inmediatos. Respondiendo a estas problemáticas, las organizaciones no gubernamentales (ONG) cooperan con las autoridades en nuevos esquemas para apoyar a los ejidos a mantener la integridad de sus territorios y lograr sus propias empresas diversificadas.

Los esquemas de crédito e inversión han tergiversado el escenario. La banca mexicana presta dinero a tasas de entre 33 y 100 por ciento anual, intereses usureros e inalcanzables para las pequeñas empresas con deseos de participar en el crecimiento económico de la región. Mientras, los bancos en Estados Unidos prestan a tasas de menos de 10 por ciento. En los últimos meses empezaron a ofrecer hipotecas sobre propiedad al norte de la frontera para comprar fincas al sur de ella.

La facilidad de compras para los poderosos inversionistas hace vulnerable a la región del golfo. Triunfan los negocios elaborados en escritorios lejanos sin comprensión de las necesidades locales. La disparidad contribuye a un boom en la inversión de “los americanos”, como son llamados aquí. Impacta, sobre todo, a la calidad de vida, al paisaje costero y a los destinos turísticos. Agréguese a eso una larga trayectoria en las oficinas centrales de fomento turístico gubernamental en impulsar a la industria por medio de contratos a grandes empresas para infraestructura. Esto ha resultado en fracasos onerosos en el camino del desarrollo costero y turístico.

Gran parte de la razón para estos fracasos es la falta de una infraestructura política adecuada a las realidades de la región. Hay muchos lugares donde no hay representación oficial de los pobladores. Eso sucede, por ejemplo, donde la cabecera municipal está muy alejada de una comunidad y esa comunidad sólo tiene un comisario nombrado, mas no electo, por el presidente municipal. Además de la falta de mecanismos democráticos, no hay tradiciones de participación en la toma de decisiones. Muchas localidades ni siquiera tienen la presencia de organizaciones no gubernamentales (ONG) o promotoras cívico-sociales para orientar sobre la intervención de los ciudadanos.

Con todo eso, el golfo de California se ha convertido en un laboratorio de pruebas y errores rumbo a lo que todavía puede rescatarse como una región ejemplar en sus modelos de desarrollo. Cobija muchas historias de éxito.

Las buenas noticias salen a relucir

Hoy, por primera vez, la región del golfo recibe el reconocimiento debido, por ser no sólo un laboratorio del desarrollo sino también un recinto idóneo para la investigación de especies y procesos oceanográficos representativos. De tal suerte, la UNESCO nombró en 2005 a sus 244 islas y zonas costeras protegidas Patrimonio Mundial Natural. El significado: la comunidad internacional entera tiene la responsabilidad de participar en su conservación.

Desde 2004, el gobierno federal elabora el primer plan de ordenamiento ecológico marino del país, justo para el golfo de California, en respuesta al imperativo de “revertir la degradación ambiental y efectos nocivos provocados por las actividades productivas”. Cuando menos, el plan ofrece una radiografía de la región, y con suerte contribuirá a conciliar intereses sectoriales, establecer agendas de investigación útil y definir zonas de atención prioritaria.

Sujetos a estos grandes planteamientos hay nuevos esquemas legales a escalas menores. Se vuelven realidad algunos de los grandes ideales señalados en esos objetivos del patrimonio de la humanidad. Ya existen las reservas de la biosfera Alto Golfo de California y Delta del Río Colorado, El Pinacate y Gran Desierto de Altar y El Vizcaíno, de un total de 14 ANP, incluidas islas del golfo de California.

Varios de los humedales de la región forman parte de la lista internacional Ramsar, nombrada así por la ciudad iraní donde se firmó el convenio para su protección en 1971. Adicionalmente, una serie de convenios entre sectores inicia con una época de autorregulación pesquera. Sobre todo, se trabaja un programa sin precedente de manejo del golfo de California como un ecosistema integral.

Los documentos normativos, por sí solos, no van a poner en orden o asegurar la planeación. La sociedad civil organiza y elabora un diagnóstico del desarrollo turístico de la región. Se forman coaliciones para coordinar sus esfuerzos. En la participación de la gente es donde se ve y se siente la aplicación de los principios representados en los grandes documentos. Y eso es lo que significará la diferencia entre un golfo conservado que ofrece la prosperidad a sus pobladores y un futuro prometedor a sus hijos o un golfo pisoteado por la especulación con las tierras y las ansias de dinero rápido, que incitan a la emigración, al crecimiento poblacional desmesurado, al rezago de infraestructura adecuada, el crimen, la contaminación y la miseria.

Hay que apostar. Se pueden tomar las riendas, aplicar las decisiones, tener autodeterminación y autonomía o se pueden agotar los recursos propios y depender de la inversión foránea, de los insumos y la deuda del extranjero. Hay que evitar el empobrecimiento de muchas personas y lugares debido al enriquecimiento de unos cuantos.

Por el momento muchos de los esfuerzos en este sentido son apoyados por fundaciones. Entusiasman, y de recibir suficiente aliento, podrían multiplicar a las empresas y microeconomías autofinanciables, prós-peras y detonadoras de otros proyectos. Pero es una carrera contra el tiempo. Como en la Baja 2000, concurso mundialmente famoso por sus difíciles caminos y extenuantes jornadas, hay muchos obstáculos en el camino. Si siguen los falsos profetas, las imposiciones, los viejos vicios de corrupción, la arbitrariedad, la avaricia, la visión a corto plazo y la apuesta por los recursos naturales, “se llevarán de corbata” a los desprevenidos pueblos antes de que sepan qué les está pasando.

Los sueños pueden convertirse en realidad

La Baja, como se le llama por acá, siempre ha sido un lugar de utopía para la gente de todo el país. Al igual que en el extranjero, desde Estados Unidos hasta Italia, se le considera como de las últimas fronteras, donde se pueden apreciar las playas rocosas, las olas precisas para surfear, las coloridas puestas del sol atrás de los altos saguaros. Es un lugar donde las tradiciones milenarias, como los tequios en las acequias, y las sociedades cooperativas productivas establecidas desde hace tiempo se encuentran con los sueños de un futuro distinto, del ecoturismo que remunere al pueblo a la vez que resguarda las riquezas de la naturaleza. La Baja invita a bajar el ritmo, compartir el tesoro escondido, curiosear por un sitio solitario bajo los dátiles en un oasis en medio de miles de cactáceas. Es un escenario perfecto para desmadejar un cuento, como hizo John Steinbeck en el libro de 1941 Log from the Sea of Cortez o Fernando Jordán en El otro México de 1951.

Mientras gran parte de México se tambalea bajo una carga de frustraciones por el anhelado desarrollo que data de más de 500 años atrás, desde la conquista y la Colonia, el golfo de California tiene la ventaja de contar con municipios apenas establecidos en las décadas de 1960 y 1970, tales como Puerto Libertad y Bahía de Los Ángeles, respectivamente. Otra diferencia es la densidad demográfica. Baja California Sur tiene un promedio de siete habitantes por kilómetro cuadrado, comparado con el promedio nacional de 52, según los recientes datos preliminares del conteo de población 2005 del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática. Asimismo, todos los estados del golfo suman un 9 por ciento de la población total del país. Este aspecto joven y la limitada población dan a la región una oportunidad de determinar su porvenir al aprender de los errores de terceros.

Por otro lado, por su aislamiento, la región padece de una desarticulación con las grandes corrientes de activismo político-social y de autodefensa, factores que surgieron con efervescencia en los centros de población en respuesta a los efectos negativos de la globa-lización. Sufre, además, de los estereotipos que llevan a los equívocos. Actualmente el llamado Baja Boom proviene de una ola de estadounidenses jubilados sin grandes ahorros que buscan retirarse donde los precios y el clima les convienen. Pero desde Tucson hasta San Diego, muchos caen en el puro cuento al pensar que un condominio en un campo de golf caracteriza a la región.

El conocimiento y la colaboración activa de todos los sectores y actores, incluyendo a los compradores y consumidores foráneos, son imperativos para evitar un futuro triste y para fijar los mecanismos que protegen a los muchos recursos que todavía existen en el golfo de California. Esta cooperación, de ser exitosa, incluirá a todos los mexicanos y a los extranjeros involucrados, sin importar su nacionalidad, pues no hay que perder de vista que esta sensible región es patrimonio de la humanidad. Únicamente hay que dejar atrás las malas costumbres y la intransigencia en nuestras relaciones con ella. Sólo hay que ver cómo cuidarla y qué hacer con ella.

Este texto es parte de una serie de reportajes de investigación publicada por el Programa de las Américas del International Relations Center, realizada con apoyo del Fondo Educación Ambiental, el Centro Internacional para Periodistas y la Fundación David y Lucile Packard.


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