Biodiversidad

El futuro ecológico

Yuri Serbolov Director de Grupo Seppi, SA

Colaboración especial

El problema más reciente en materia ambiental en México es la acelerada destrucción de la Selva Lacandona.

El problema más reciente en materia ambiental en México es la acelerada destrucción de la Selva Lacandona.

«La Selva Lacandona está desapareciendo. Si siguen las tasas de deforestación como están en 15 años no habrá Selva Lacandona.»

Así lo declaró en 1997 Julia Carabias, en ese entonces titular de la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnap), dependencia que en 2000 se transformó en la actual Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).

Han pasado ocho años, por lo que si esa cuenta era real y si el problema siguió como se percibía, a la Selva Lacandona le quedan siete años de vida.

¿Cuántos años le quedan al río Usumacinta, al lago de Pátzcuaro, al lago de Chapala, a los canales de Xochimilco? ¿O ya no son años los que les quedan? ¿Cuántos años le quedan a la ecología de México? ¿Cuántos años le quedan a los delfines, a las ballenas, a los bosques y selvas tropicales?

México es uno de los países –¿o era?– con mayor biodiversidad en el ámbito mundial, junto con Brasil y Costa Rica. ¿Qué hemos hecho con esa riqueza? ¿Cómo la hemos dilapidado? ¿Por qué?

En 1962, Rachel Carson publicó su libro La primavera silenciosa (The silent spring) que causó toda una conmoción mundial, advirtiendo que el uso de los pesticidas, como el DDT, con el objetivo de tener “un mundo sin mosquitos”, estaba provocando la desaparición de otras especies biológicas fundamentales para los equilibrios de los ecosistemas.

José Luis Lezama, un ecólogo mexicano con reconocimiento internacional, señala que Carson “analizó las propiedades estables del DDT, su permanencia en suelos y aguas, así como en los tejidos animal y vegetal. Carson y otros investigadores demostraron que esta sustancia no es destruida por los microorganismos, las enzimas, el calor o los rayos ultravioletas. Entre sus consecuencias están los daños al sistema nervioso central, su asociación con el cáncer, las malformaciones genéticas, las enfermedades respiratorias, afectaciones en el riñón y el hígado, así como problemas neurológicos y reproductivos. En el plano ecosistémico el DDT no sólo amenaza las cadenas alimenticias, sino también los equilibrios entre especies animales y vegetales”.

El trabajo de Carson recibió críticas de las grandes compañías. Lezama recuerda que la American Cyanamid Company alzó su voz melodramática acusando a Rachel Carson y a su obra de pretender hacer retornar a la humanidad a la época oscurantista, proponiendo un mundo habitado por los insectos y las enfermedades. Monsanto, casi dueña del monopolio mundial de alimentos, publicó un panfleto en octubre de 1962 titulado El año desolado (The desolated year), en el cual atribuye a R. Carson un hipotético futuro “ganado por los bichos y el hambre”.

El uso del DDT se prohibió en 1972 y como consecuencia del movimiento que Carson inició en 1970 se creó la Agencia para la Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos, seis años después del fallecimiento de Rachel Carson, a los 57 años de edad.

En México fue en 1972 cuando se dio la primera respuesta directa del gobierno para enfrentar los problemas ambientales del desarrollo, aunque entonces con un enfoque eminentemente sanitario. Pasaron otros diez años para que la política ambiental mexicana adquiriera un enfoque integral. En ese año se elevó el problema a rango de secretaría de Estado y se promulgó la Ley Federal de Protección al Ambiente.

Lo anterior pone de manifiesto que además del problema de la guerra entre la economía y la ecología, entre los intereses de la acumulación y/o de la supervivencia del ser humano contra los intereses del medio ambiente, está el problema de darse cuenta del problema y reaccionar ante él con políticas públicas, leyes e instituciones.

Se trata de un problema esencialmente cultural. Es decir, de la concepción que tiene el hombre de la naturaleza, del medio ambiente y de la ecología.

Existen básicamente tres visiones, según el propio Lezama:
1) La tradición romántica estadounidense de mediados del siglo XX, la cual, por medio del movimiento Preservacionista, alentaba una idea reverente hacia la naturaleza, en la que ésta aparecía como algo sagrado e intocable.

2) Las versiones iluministas estadounidenses que, mediante el movimiento Conservacionista, reducían la naturaleza no humana a la condición de recursos naturales y materias primas convirtiéndola, al mismo tiempo, en simple objeto de dominación y medio para la realización del progreso humano.

3) La visión de Carson que concibió el mundo natural de manera ecosistémica e interdependiente, y no vio al hombre como entidad separada, exclusiva y privilegiada entre todos los seres de la creación, sino parte indisoluble del mundo natural.

Las advertencias de Carson, que se confirmaron en la realidad, con los desastres ecológicos, hicieron que la comunidad internacional, por primera vez reaccionara en junio de 1972, en la Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre el Medio Humano celebrada en Estocolmo, donde se analizaron los problemas ecológicos y del desarrollo y que llevaron posteriormente al concepto de desarrollo sustentable.

Como lo definió el Informe Brundtland de 1987, el desarrollo sustentable es “aquel que satisface las necesidades esenciales de la generación presente sin comprometer la capacidad de satisfacer las necesidades esenciales de las generaciones futuras”.

Más allá de las visiones que idealizan la naturaleza y la consideran intocable o aquellas que consideran que “Dios creó el mundo para que el hombre lo explote y se beneficie de él como mejor le parezca” y que han llevado a una explotación irracional, egoísta y cortoplacista, el problema de fondo está en la explotación “hormiga” del medio ambiente por la explosión demográfica de seres humanos hundidos en la pobreza que luchan por sobrevivir y que agreden el medio ambiente por no buscar otra opción de subsistencia.

De ahí se ha llegado a la conclusión de que no se puede separar la lucha por la preservación de los ecosistemas de la lucha contra la pobreza y de la lucha por la educación del ser humano, el cual se ha convertido en la peor plaga del planeta, pero también el principal enemigo del ser humano.

La solución es adoptar un nuevo paradigma –el del desarrollo sustentable–, en el cual se trata de compatibilizar los intereses económicos con los ecológicos. Asimismo pasar de la cultura de violación de principios, a una cultura de alineación a principios de respeto y cuidado del medio ambiente. A superar la cultura de la escasez y del egoísmo, por una cultura de la abundancia y de la generosidad, en el sentido de que este planeta puede alcanzar para satisfacer las necesidades de todos los seres humanos si se resuelven problemas y diferencias políticas, económicas y sociales y se hace una adecuada selección tecnológica.

Los incentivos no deben ser sólo los de la acumulación o los del miedo o de la necesidad, sino otros de mayor calidad, como los sueños y el amor.

El sueño de que puede haber un futuro donde el hombre no sea lobo del hombre ni la mayor amenaza para este planeta y otras especies vegetales y animales y el amor que debe sentir el hombre por la naturaleza, de la cual forma parte indivisible, aunque algunos humanos se sientan dioses que pueden crear un nuevo mundo donde la única especie que sobreviva sean ellos.

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