Agua

Agua y energía Cinco relaciones para estudiar este binomio

La gente tiene noción de la importancia del agua, por una parte, y de la energía, por otra. Sin embargo, casi nunca se repara en las relaciones que existen entre ambos bienes. En particular, cabe recordar que para tener un vaso de agua apta para beber fue necesario incurrir en un gran consumo de energía y de otros insumos sobre los que no reflexionamos.

Los recursos hídricos del planeta no se encuentran uniformemente distribuidos en el espacio y el agua ha dejado de concebirse como un bien de “propiedad común”, ya que en forma paulatina se ha ido transformando en una mercancía o bien privado, cuyo costo marginal de producción tiende a aumentar. Algunas de las manifestaciones patentes de esta transformación se ilustran en el abandono de la práctica solidaria, de cierto modo ancestral en la humanidad, de obsequiar agua al sediento.

Existen visiones bien fundadas de que la llamada “crisis ambiental” verá su peor cara en el deterioro de la calidad y la contracción en la oferta del agua, mucho antes que en el deterioro de los suelos o de la atmósfera. Incluso se habla de que en este siglo podrán presentarse diversos conflictos en la forma de “guerras del agua” originadas por el control de los recursos naturales, primordialmente por los energéticos, que se produjeron en el pasado y que en la actualidad resultan evidentes al analizar los conflictos bélicos recientes del Medio Oriente.

Ante la magnitud de los graves y muy costosos daños que el huracán Katrina causó a la ciudad de Nueva Orleans y a sus habitantes en 2005, muchas voces han sugerido que el llamado cambio climático, que está perturbando sensiblemente los flujos de las mareas o las intensidades y frecuencias de las tormentas a escala global, puede ser una de las causas subyacentes de tan terrible forma de tsunami.

En efecto, la inusitada furia del agua puede estar ligada a los patrones de producción y consumo de energía que, como sabemos, se fundan desde hace apenas poco menos de dos siglos en los combustibles fósiles, cuya combustión produce millones de toneladas anuales de bióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que no sólo provocan un calentamiento global del planeta, sino que también afectan ciertos ecosistemas que constituyen fuentes de aprovisionamiento de agua fresca.

Pero no se toman en cuenta los casos del deterioro silencioso y las muertes lentas e inexorables de nuestros ríos y cuerpos de agua atribuibles, en última instancia, al agresivo modo de producción industrial o agrícola basado en los hidrocarburos o en los pesticidas derivados de éstos.

En México casi no existen cuerpos de agua superficiales o ríos que no se encuentren seriamente contaminados y sus recursos, prácticamente, se han degradado a tal punto que resultan inútiles aun para el riego agrícola. En Estados Unidos, ya desde finales de la década de 1980, la ignorancia sistemática del valor del agua pura y limpia condujo a la contaminación casi irreversible de más de la mitad de los acuíferos a causa de la filtración de pesticidas y de otros residuos tóxicos.

Ante ello, existen al menos cinco relaciones que deben estudiarse y que seguramente abren un gran espacio para la investigación multidisciplinaria sobre el binomio aguaenergía.

La primera se refiere al hecho de que existe una relación natural entre ambas que antecede, por supuesto, a la presencia del homo sapiens en el planeta y que tiene que ver con la configuración del clima de la Tierra. La segunda relación entre agua y energía se refiere a la naturaleza o tipo de bien que representan, desde la óptica de la teoría económica. La tercera relación puede establecerse al analizar el caso del agua como fuente de energía; la cuarta se deriva del análisis del consumo de energía para mover el agua y, finalmente, la quinta relación, que alude al controvertido uso del agua para la producción de energía.

I. La relación primigenia entre agua y energía

En un documento del Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos (National Research Council, 1999) sobre “Líneas de investigación para la década 2000-2010”, se ha asentado claramente que “el agua está en el centro de las causas y efectos del cambio climático”. En general, independientemente del momento histórico de la humanidad, el ciclo hidrológico que implica la constante renovación del recurso hídrico, está fundamentalmente ligado con los intercambios energéticos entre la atmósfera, los océanos y las masas terrestres que determinan el clima y sus variaciones.

Con esta consideración inicial, apuntamos una primera y obvia relación primigenia entre el agua y las fuentes energéticas dominantes que hoy resulta profundamente antagónica, pero que corresponde específicamente a un modelo histórico de desarrollo económico de la humanidad, sustentado principalmente en fuentes no renovables de energía, cuya combustión y aprovechamiento alterno en la forma de productos petroquímicos es causa del calentamiento global de nuestro planeta y de la creciente contaminación de los acuíferos.

Diversas teorías asientan que esta primigenia relación entre el agua y la energía, que en toda la historia geológica de la Tierra se fundó en un cierto equilibrio entre los intercambios energéticos en la atmósfera, las masas de tierra y los cuerpos de agua del planeta está sufriendo perturbaciones que tienden a modificar permanentemente los patrones climáticos globales y pueden conducir a una catástrofe ambiental de gran escala.

II. Tipo de bienes que representan el agua y la energía

De acuerdo con ciertas definiciones ortodoxas, tomadas de la teoría económica dominante, un “bien” es el término universal que se aplica a los productos físicos tangibles utilizados para satisfacer las necesidades y requerimientos de la gente.
Para clasificar los bienes en cuatro grandes tipos genéricos (públicos, privados, cuasi públicos o de propiedad común) se debe atender a los criterios básicos de Rivalidad (el consumo de un cierto bien reduce la cantidad disponible de éste para otros) y de Exclusión (una vez que el bien ha sido suministrado, resulta posible prevenir que la gente siga consumiéndolo).

Con estos criterios, un “bien privado” puede considerarse rival y excluyente, ya que su consumo por una persona implica que no está disponible para que otra persona lo consuma. Por su parte, el “bien público” puede consumirse simultáneamente por muchas personas sin detrimento de su calidad o cantidad disponible. En rigor, el agua y los recursos energéticos no se ajustan a las dos tipologías brevemente reseñadas y su definición estricta se presta normalmente a debate. En todo caso, parecerían obedecer más a la definición de “bienes de propiedad común” (aquellos que resulta difícil excluir o prevenir que se consuman aunque no se pague por ellos y que, sin embargo, su disfrute se limita a unos cuantos) como playas, océanos, parques u otros. O, también, a la definición de “bienes cuasi públicos” (o bienes de cuyo consumo resulta fácil excluir a los que no los pagan, pero cuyo disfrute no excluye a otros) como se ha querido manejar a los servicios de salud, por ejemplo.

Y si bien resulta difícil definir estrictamente al agua o a los recursos energéticos con base en la teoría convencional, podemos afirmar, con base en ésta, que no constituyen bienes privados y que se acercan más a una definición que puede fundir en una nueva noción las definiciones de bienes cuasi públicos con la de bienes de propiedad común y que también puede incorporar el concepto de bienes estratégicos, debido a que resultan insumos imprescindibles en un gran número de procesos productivos.

El agua, además, resulta un recurso vital para los seres humanos y la llamada dotación natural de agua de la humanidad, o la de un país, merecería ciertamente considerarse como bien de propiedad común, además, como un derecho humano universal.

El aparentemente irreversible deterioro de muchos recursos acuíferos a escala mundial y el peligroso proceso de privatización y comercialización del recurso son, en rigor, atentados contra esta dotación.

En suma, puede considerarse que el agua y la energía mantienen la relación de ser bienes estratégicos que, en términos de una adecuada economía política, merecerían conservar la calidad —que los combustibles fósiles ya perdieron— de bienes de propiedad común.

III. El agua como fuente de energía

Agua e hidrógeno: El agua puede considerarse como una fuente de energía desde diferentes perspectivas. Si recordamos nuestros primeros escarceos con la química desde niños, cuando prácticamente iniciábamos con la consabida fórmula Agua = H2O que en esencia nos dice que el agua está compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Consecuentemente, podemos concluir que el agua es una fuente de hidrógeno. Y este elemento constituye actualmente uno de los combustibles más prometedores para la humanidad.

Los entusiastas del hidrógeno incluso anuncian una nueva era económica basada en este combustible cuya “extracción” actual, derivada del agua por medio del proceso de electrólisis aún no parece rentable, ya que el hidrógeno resultante, utilizado como fuente de energía, no compensa sus gastos de producción, salvo en los casos en los cuales los costos de la energía eléctrica necesaria para obtenerlo sean relativamente bajos.

Agua del mar y energía: El mar nos ofrece un gran potencial de energía cinética (del movimiento) que puede transformarse en energía mecánica y ésta en energía eléctrica. Entre las ya conocidas y experimentalmente explotadas se encuentra la llamada energía maremotriz o de las mareas, la que nos permitiría aprovechar su movimiento en ciertas zonas de los océanos y mares del planeta que ofrecen un alto potencial de energía del cual, sin embargo, nuestra tecnología actual sólo nos permitiría captar menos de 1 por ciento, que no es una cantidad deleznable, ya que holgadamente cubriría todo el consumo de energía eléctrica actual de un país como México.

Otra fuente de energía cinética del mar está contenida en la fuerza de las olas que se concentra en más de 336 mil kilómetros de costa en todo el planeta. Desde hace varios años existen algunos modelos experimentales que aprovechan marginalmente esta fuente, pero esta relación inseparable entre el agua y la energía podrá ser racionalmente explotada en el futuro.

Aunque resulta universalmente cierto que cualquier cuerpo de agua, que contenga ciertos volúmenes de ésta a diferentes temperaturas, contiene energía útil, en el mar el potencial de esta forma de energía existe de manera natural y en gran abundancia. Así, la energía derivada de los llamados “gradientes térmicos” de los mares y océanos resulta otro caso de nuestra relación y, al mismo tiempo, una gran área de oportunidad para el aprovisionamiento futuro de energía.

La geotermia: Esta importante fuente de energía renovable ilustra una relación entre la energía térmica de la tierra y el agua. Se aprovecha en la forma de agua caliente o vapor localizado en yacimientos o depósitos subterráneos, de donde se extrae mediante la perforación de pozos, a través de los cuales una mezcla de agua y vapor asciende para proporcionarnos calor y, si se conduce hacia una turbina, para generar electricidad.

Actualmente, la geotermia constituye una fuente renovable de energía muy importante en el ámbito mundial y, frente a otras tecnologías de generación de energía eléctrica, resulta competitiva. En México se le explota adecuadamente, aunque su potencial está subutilizado.

El agua y la energía en ríos y presas: La llamada energía hidráulica consiste en la transformación del movimiento del agua, que representa energía cinética, en energía mecánica y ésta, a su vez, puede transformarse en energía eléctrica. En cierto sentido, la relación del agua en movimiento de los ríos con la producción de energía es semejante a la que reseñamos de los mares y océanos con la energía.

La humanidad originalmente utilizó los ríos para mover paletas de madera y moler grano o impulsar a las naves río abajo; después, para transmitir movimiento a los mecanismos de los telares y, finalmente, para generar energía eléctrica, pero este periplo tecnológico nos llevó miles de años como especie.

Aun cuando todavía cabe la pregunta de si estamos explotando racionalmente los cauces de agua, la energía hidráulica constituye quizás el caso más exitoso de esta relación del agua como fuente de energía. A pesar de las oportunas y bien fundadas críticas a muchas de sus manifestaciones y aplicaciones prácticas, normalmente referidas al tamaño de las grandes presas, esta fuente de energía es la más importante entre las renovables y de ella nos ocuparemos más extensamente en el apartado cinco.

IV. Consumo de energía en el transporte de agua

Hasta antes de la revolución industrial del siglo XIX, puede afirmarse que las culturas consideraban al agua fresca como la variable fija que condicionaba la ubicación de los asentamientos humanos. La sobreexplotación de los recursos hídricos, derivada del desarrollo industrial y de la explosión demográfica, ha obligado a los habitantes de las ciudades en todo el mundo a recurrir cada vez más a fuentes de aprovisionamiento más lejanas, con el consiguiente gasto en energía.

Hemos mencionado que, en general, la gente tiene conciencia de la importancia vital y hasta estratégica del agua y de los recursos energéticos, pero aventuramos la hipótesis de que difícilmente funde ambos bienes en una sola noción o logra establecer una correspondencia clara entre ellos. En el caso del consumo de energía para mover el agua, otra relación básica de nuestro binomio, aludimos a que no reparamos en el hecho de que para disponer de un vaso de agua apta para beber o para disponer de nuestras aguas degradadas (que llamamos aguas negras o grises), requerimos de grandes cantidades de energía en cada fase de una cadena que resulta cada vez más onerosa.

Esta cadena considera las siguientes cinco grandes etapas o fases y cada una implica mayor gasto de energía dependiendo de las condiciones específicas de localización, ubicación y, principalmente, de la disponibilidad y calidad del agua.

1) Fuente de suministro y conducción. El bombeo y la conducción requieren de grandes cantidades de energía para explotar las fuentes internas y externas de agua que proporcionen un cierto “caudal bruto” que satisfaga la demanda de los diversos usuarios de una ciudad.

En particular, el caso de la ciudad de México y su sistema Cutzamala tal vez sea uno de los más alarmantes de trasvases (importación de agua) del mundo en términos de gasto de energía: los casi 10 m3/seg de caudal se importan de una fuente distante 160 kilómetros que, además, requiere bombearse (en distintas etapas) para vencer 1,100 metros de desnivel hasta alcanzar la ciudad de México. El consumo de energía es de 2.85 KWh/m3 y corresponde a casi un triple de la energía necesaria para el bombeo de las fuentes internas.

Con un consumo anual de cinco mil millones de KWh, el Sistema de Agua de California en Estados Unidos de América, utiliza entre 2 y 3 por ciento de toda la energía consumida en el estado, entre otras cosas por un transvase desde el delta del río Sacramento y del San Joaquín que implica vencer más de 660 metros de desnivel. Cabe anotar que esta cifra de 2 a 3 por ciento de gasto energético por bombeo es semejante a escala mundial.

2) Tratamiento. Tanto para el bombeo, como para el proceso mismo de potabilización del agua, las plantas de tratamiento utilizan, asimismo, grandes cantidades de energía que dependen fundamentalmente de la condición del agua que reciben. Con la creciente degradación del agua fresca es previsible que tengamos que recurrir a un mayor consumo energético para asegurar su calidad.

3) Distribución. Una vez concentrada en grandes plantas de suministro dentro de las urbes, el agua se distribuye mediante un consumo adicional de energía a través de las redes de distribución que, al menos en el caso de México, no llevan suficiente presión para vencer una altura adicional equivalente a dos o tres pisos. En consecuencia, al menos en las ciudades mexicanas, los usuarios finales normalmente deben incurrir en gastos de energía para bombear a depósitos en las azoteas de donde, por gravedad, se distribuye internamente su agua. Una estimación gruesa para la ciudad de México ubica este consumo en 22 millones de KWh anuales o un gasto de 0.033 KWh/m3.

4) Usos finales. Además del gasto de energía en el bombeo recién reseñado, el usuario doméstico, industrial o comercial, consume energía adicional al tratar el agua ya sea con “ablandadores”; con filtros eléctricos o hirviéndola para beber. También se incurre en gasto energético para su calentamiento o enfriamiento.

5) Saneamiento y disposición. El agua, una vez utilizada, debe desalojarse. Lamentablemente sólo a una pequeña proporción de ésta se le trata para reutilizarla, con el consiguiente consumo energético que implican nuevamente el bombeo, la aireación y otros procesos. En 1995, el tratamiento de aguas negras y grises en todo el estado de California implicó un consumo energético de 1,600 millones de KWh.

En 2003, sólo en la ciudad de México el consumo energético por concepto de servicios de desalojo, tratamiento y reuso fue de 101 millones de KWh.

V. Uso del agua para la producción de energía

Sin agua resulta imposible producir electricidad por medios convencionales. Indirectamente, el agua se utiliza prácticamente en todos los procesos tecnológicos actuales para generar electricidad, salvo en la generación con paneles fotovoltaicos o eólica (con viento). Las instalaciones para generar electricidad de cualquier dimensión requieren de agua, como insumo secundario, para enfriamiento en distintas fases de la producción, y un gran número de plantas térmicas utilizan, además, el vapor, como insumo primario, a altas temperaturas para accionar sus turbinas.

En general, el gasto de agua es sumamente significativo y resulta un factor crítico de la generación en las plantas nucleares. Instalada prácticamente al borde de una laguna salada, la planta nuclear mexicana de Laguna Verde obtiene su agua para enfriamiento y generar vapor de diversos pozos de agua dulce. El agua desechada se descarga a la laguna y, aparentemente, este procedimiento resulta contaminante, ya que existen reclamos acerca de que el agua contiene elementos radioactivos.

Para la generación eléctrica resulta de tal relevancia el suministro estable de agua que, en la selección de tecnología de un conjunto de 20 nuevas plantas, por instalarse en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México durante 2005-2007, por razones de escasez de agua, se optó por plantas accionadas con gas natural del tipo “ciclo abierto”, en vez del más rentable y eficiente “ciclo combinado”, debido a que estas segundas demandan mayores cantidades de agua que las primeras.

De igual manera, el agua resulta un insumo estratégico en el diseño y configuración de los centros procesadores de petróleo crudo. En efecto, todas las refinerías y centros petroquímicos del mundo consumen grandes cantidades de agua, tanto para enfriamiento, como de insumo en múltiples procesos. Para estos grandes proyectos industriales de producción de combustibles, el suministro estable de agua constituye un elemento crucial que determina la decisión sobre su ubicación. Sin fuentes cercanas y accesibles de agua relativamente limpia, no puede operar una refinería o una planta petroquímica.

Finalmente, conviene recordar que el agua se puede utilizar como insumo directo para producir electricidad por medio de la geotermia o de la hidroelectricidad. En particular, esta última ha resultado la más dinámica de las energías renovables y puede afirmarse que existe un consenso generalizado acerca de sus bondades y ventajas sobre casi todos los otros métodos de generación.

Sin embargo, los proyectos hidroeléctricos son sumamente criticados por el gran impacto ambiental que producen en función de sus dimensiones, las cuales pueden ser apabullantes. Por ejemplo, el proyecto de la presa de Las Tres Gargantas en China, el proyecto hidroeléctrico más grande de la historia, no está exento de serios cuestionamientos por sus graves daños ambientales.

En este sentido, se han creado diversas organizaciones que cuestionan y critican la construcción de grandes proyectos hidroeléctricos, incluso argumentan que su desarrollo no obedece a las necesidades energéticas de las ciudades latinoamericanas, sino que responde a la necesidad de crear la infraestructura necesaria para desarrollar un modelo económico neoliberal; además de incumplir la legislación ambiental. Otro elemento que consideran estos grupos es el control estratégico de los recursos de agua dulce ante la proyectada crisis mundial: actualmente, 31 países se consideran localizados en áreas de escasez de agua; y en el año 2025 la demanda del agua fresca será 56 por ciento mayor que el suministro.

En este contexto, diversas empresas transnacionales podrían tomar ventaja de los acuerdos internacionales financieros y comerciales para acelerar y consolidar la privatización de los recursos de agua, convirtiendo el vital líquido en una mercancía.

Además, la prevalencia de enfermedades con base en el agua suele aumentar cuando se construyen presas, pues el agua estancada detrás de estas construcciones es ideal para los caracoles, huéspedes intermediarios de muchos tipos de gusanos.

Por ejemplo, la presa de Akosombo, en el lago Volta, en Ghana, y la alta presa de Aswan, en el Nilo, Egipto, han contribuido al enorme incremento de la esquistosomiasis en estas zonas. También en Mali se encontró, en un estudio de 225 aldeas de distintos entornos ecológicos, que la prevalencia de esquistosomiasis urinaria era cinco veces mayor en las aldeas con pequeñas presas (67 por ciento) que en las aldeas más secas de la sabana (13 por ciento). Algunos planes de desarrollo hidrológico cuentan con programas de control de enfermedades junto con la construcción de instalaciones. En las Filipinas, por ejemplo, donde el desarrollo de recursos hídricos se considera de máxima urgencia, el Proyecto de Mejoramiento del Sistema Nacional de Riego de Layte, que se puso en marcha en 1979, contenía disposiciones y contaba con financiamiento para el control de la esquistosomiasis. Como resultado de estas medidas, la prevalencia de enfermedades con base en el agua descendió de 24 por ciento, en 1979, a 9 por ciento, en 1985.

Actualmente, la hidroelectricidad representa más de 90 por ciento del total de la aportación de la energía renovable a la canasta de energía primaria y, a escala mundial, esta fuente de energía aporta la quinta parte de la electricidad generada. En países como Noruega, la energía hidráulica es la base de casi el total de su energía eléctrica, y en Nueva Zelanda, de 75 por ciento.

En México el suministro de electricidad de origen hidráulico representa menos de 9 por ciento del total, sustentado en forma creciente en hidrocarburos y, especialmente, en gas natural. En Estados Unidos de América este suministro asciende a 13 por ciento del total.

El potencial hidroeléctrico del mundo ha sido aprovechado en 70 por ciento en las latitudes del hemisferio norte por los países más desarrollados; pero en el hemisferio sur, donde se agolpa un gran número de países pobres, se estima que aún existe un potencial aprovechable superior a 80 por ciento. Consecuentemente, es previsible que el agua y la energía —mediante esta forma de relación productiva— puedan ofrecer fuerza motriz, iluminación y otras formas de la energía eléctrica que, evidentemente, constituyen un prerrequisito para impulsar el desarrollo.

VI. Conclusiones
Analizar el binomio aguaenergía, así como sus relaciones o propiedades nos ha sido impuesto y nos resulta necesario, casi desde una lógica de supervivencia, ante un panorama cada vez más definido del deterioro ambiental, de la iniquidad en el reparto de los recursos del planeta, del costo creciente de los recursos energéticos convencionales y, especialmente, del aumento en el costo real del agua y de las fuentes de energía y sus recursos.

En una escala global resulta evidente que el costo marginal del suministro de agua ha entrado en una fase creciente (como ya ocurrió con el petróleo en los años de 1970 a 1980) y ahora nos corresponderá pagar un costo mayor por cada litro adicional.

Las respuestas simplistas a tan compleja situación se fundan en las corrientes del pensamiento económico en boga, que recurren al mercado como regulador entre la oferta y la demanda de los bienes y servicios, sin tomar en cuenta la naturaleza especial del agua y de las fuentes de energía como bienes cuasi públicos, de propiedad común o, en última instancia, en el caso del agua, como un derecho, según plantean acertadamente algunos especialistas.

El razonamiento implícito en las teorías económicas en boga no acierta a entender, ni dispone del instrumental para atribuir un costo en energía que se disipa o convierte en energía inutilizable a cada molécula de agua que degradamos. Además del obvio costo creciente en energía que representa traer agua de fuentes cada vez más distantes de los lugares de consumo, el costo de reposición del agua, por ejemplo, para hacer nuevamente potable cierto volumen de agua, requiere de un gasto exponencial de energía acorde con el nivel de degradación y, ciertamente, con el volumen de agua en cuestión.

Éste constituye un nuevo impuesto que tenemos que pagar a la naturaleza por nuestro consumo de agua y va aparejado a un gasto creciente de energía. Hasta ahora está emergiendo y la factura correspondiente por fin nos alcanzó, como el insidioso cobro de algún banco que mes a mes aumenta por causa de los intereses.

Para sacudirnos de esta nueva y ominosa realidad, en el corto plazo sólo podemos recurrir a la eficiencia que implica utilizar racionalmente nuestra agua y nuestra energía; a desarrollar políticas para el fomento de fuentes de energía y políticas para el acceso a fuentes de agua que sean convergentes, que no tengan como premisa los patrones tradicionales de satisfacción de la demanda por medio de una oferta basada en el gigantismo, y tendremos que estudiar al agua y a la energía en todas sus indisolubles relaciones.

Fuentes: Arias Chávez, José, Luna Núñez, Humberto, et al. El agua: recurso vital, Universidad Tecnológica de la Mixteca, Editorial Amanuense, SA de CV, México, 1993; Camacho, Sandra y Vázquez Freire, Marina. ¿Planeta agua?, Editorial Lumen, República Argentina, 1995; Georgescu Roegen, Nicholas. The entropy law and the economic process. Harvard College, EU, 1999; Lacoste, Yves. El agua. La lucha por la vida. Editorial Larousse, México, 2003. North American Energy Working Group (NAEWG). North America–The energy picture. Estados Unidos, 2002; Puig, José y Corominas, Joaquim. La ruta de la energía, Anthropos Editorial del Hombre, Barcelona, 1990; Sánchez Juárez, Aarón. Tecnología fotovoltaica aplicada al bombeo de agua. Firco, Sagarpa, Banco Mundial, GEF, México, sin año; Tonda, Juan. El oro solar y otras fuentes de energía. Fondo de Cultura Económica, México, 1995.

* El autor fue coordinador del Programa de Energía, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Actualmente es coordinador académico de dicha institución.

Artículo publicado en el libro La gota de la vida: hacia una gestión sustentable y democrática del agua, de la Fundación Heinrich Böll, el cual puede descargar en el siguiente link:

http://www.boell-latinoamerica.org/download_es/Libro_La_Gota.pdf

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