Colaboraciones

Pascua de Resurrección: Fiesta de la vida

Carlos Mallén Rivera

Para Carlos Alfonso, que ama la Pascua, y para Rafael, que es la Pascua misma

“Pronto se abrirá la Gloria y con ella la posibilidad de que nosotros, los árboles, los sonorosos ríos, las mudas piedras y el mundo todo resucitemos y la vida y el encanto nos habiten”.
Germán Dehesa

La Pascua invoca a la vida y necesariamente evoca a la muerte, la vida es porque la muerte se postró ante ella en Egipto, al pasar frente a las habitaciones judías respetando la existencia de sus primogénitos.

La Pascua es el triunfo de la inmortalidad cristiana la cual fue tramitada sólo por su necesario paso por la muerte. Viéndolo así, la Pascua es una fiesta que rebasa las propias religiones; como el Día de Acción de Gracias, debería trascender una nacionalidad, es obligación dar gracias a la tierra que nos engendra y que otorga todos los bienes, entre ellos el más preciado: la vida. En sí misma la Pascua ya había trascendido las creencias: Siendo ya una de las principales fiestas judías, los misioneros cristianos del siglo II que evangelizaron a las tribus teutónicas establecidas al norte de Roma encontraron numerosas observancias místicas paganas, las cuales en una estrategia apostólica fueron armonizándolas con la doctrina cristiana. En el mundo sajón se celebraba desde hacía siglos una festividad dedicada a Eastre, la diosa pagana de la primavera y la fertilidad, al comenzar aquella estación, por lo que coincidía con la conmemoración de la Resurrección de Cristo, y así ésta se puso bajo la protección de Eastre (más tarde, Easter, voz que designa la Pascua en inglés). La Pascua fue celebrada indistintamente en viernes, sábado o domingo, hasta que, en el año 325, el Concilio de Nicea, convocado por el emperador Constantino, acordó que fuera “el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio vernal”. Por consiguiente, la Pascua de Resurrección nunca cae antes del 22 de marzo ni después del 25 de abril. Paradójicamente en este Concilio, se decretó la cruz como símbolo oficial de la religión cristiana, símbolo de la muerte del Mesías.

La Pascua de resurrección podría ser también el Día de la Tierra que no sólo es vida, sino también necesariamente muerte, como lo entendieron celtas, judíos y cristianos. Jaime Sabines escribe que el Dios que le encanta inventó la muerte “para que la vida —no tú ni yo— sea para siempre”.

Un hombre que guardó una entrañable amistad con el poeta chiapaneco fue Germán Dehesa, hombre de letras y de encanto, quien también es seducido por esta festividad y desde su columna en el periódico Reforma le lanza loas y alabanzas, recopilando alguna de ellas, de 1996 hasta el presente 2009 para ser exactos, nos damos cuenta de esta vocación de la Pascua por la vida y por el hombre. Es la festividad religiosa que más le gusta “y que con más vehemencia me mueve a celebrarla y a proclamarla. Para mí, la Pascua es la festividad más gloriosa del hombre”. Pero también, nos advierte, hay una muerte que “llega como llega la guillotina” o más bien “pequeñas muertes” que padecemos cotidianamente. “Nos morimos por desamorados, por egoístas, por falta de respeto al otro, por falta de valentía, de audacia, o de imaginación. Nos morimos por la pura cobardía frente a la vida que tantas veces nos invita a la aventura y al riesgo; nos morimos lentamente cuando nos dedicamos a imaginar las consecuencias terribles de alguno de nuestros actos.” Pienso en los ecologistas que tanto gustan de repartir desilusión y muerte, proclaman a los cuatro vientos que el mundo se acabará y nunca acaban de entender que el futuro es una tierra a la que jamás se arribará.

También es de cuidarse la muerte chiquita “por una mirada que con su solo poder, nos arrebata la vida; nos morimos por algunas palabras que alguien deposita en nuestro oído, tal como ocurre con ese veneno que es vertido en la oreja del padre de Hamlet, la calumnia, el chisme, la imprudencia, la indiscreción, el insulto y la ruindad son algunas de las maneras de matar que tiene la palabra”. Inmediatamente pensé en el honesto funcionario público José Cibrián, ex director de la Comisión Nacional Forestal, víctima de periodistas maledicentes que susurraron al oído complaciente de la opinión pública.

“Damos la muerte también cuando nos imponemos la estúpida tarea de destruir la ilusión de alguien. Por esto tiene que ser tan exquisito y discreto nuestro trato con los jóvenes.” Pensé en mi labor frente a mi cátedra de la Facultad de Ciencias de la UNAM. “Matamos y morimos todos los días. Es justo y gozoso que un día del año lo dediquemos a resucitar para volver a ser reales y a que Dios nos acepte como acepta las flores, las tormentas y los pájaros.”

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